Vamos a hacer cientos de fotos debajo del agua y no vamos a borrar ninguna. Vamos a viajar a Noruega con anoraks de plumas tremendamente exagerados, desorbitadamente acolchados. Vamos a usar las pérdidas como medio de construcción del alma, de envejecimiento productivo. Prometemos no destruirnos a base de "adioses", no marchitarnos a base de fotos. Prometemos macerarnos en sonrisas estúpidas y recuerdos de conversaciones inquietas.
El hecho de alejarnos de quien más nos quiere para acercarnos algo más a nosotros mismos es aún una ecuación con logaritmos neperianos difícil de entender. Es más, nos negamos a entenderla. No queremos aprobar la física, ni la química, ni las matématicas de este, nuestro verano del poema.
Quitemos todos los carteles de "coto privado de caza" de nuestra piel. Dejemos que nos perforen a balazos, que nos acuchillen el corazón justo en el centro evitando la cuarta costilla, desde abajo , justo en el vértice, evitando la sexta.
Vamos a cazar medusas, vamos a espachurrarlas y a pensar eléctricamente genial sobre dedos y dendritas, masajes y cortocircuitos, besos y materiales termoconductores.
Vamos a comprar una sombrilla que no lleve impresa propaganda de San Miguel o de Schweppes, o como cojones se escriba, también compraremos dos sillas reclinables para tostarnos el pecho sin llenarnos los párpados de arena, una nevera azul de uso exclusivo en domingos y cientos de libros de sopas de letras, que los Sudokus son solo para modernos con gafas Ray Ban ochenteras de color blanco o amarillo chillón de dolor.
Vamos luego a ver el océano marfil. Vamos a quitarnos el reloj antes de bañarnos, que no nos fiamos de la coletilla "water resistance". Vamos a desearnos dentro del agua, a naufragar fuera. A tocarnos al ritmo de las olas sin que los veraneantes inquietos puedan ver nuestras manos bajo la espuma de las mismas olas que ahora lloran tras romperse.
Vamos a esperar dentro del agua minutos interminables, a pensar en todas las cosas desagradables del mundo al mismo tiempo para asesinar la erección delatora. Vamos a hacer fotos de puestas de sol y pezones robados, de sombras en la arena y ruinas de castillos.
Vamos a comprar la discografía de Phill Collins y a ponerla a todo volumen con el techo del coche abierto. Vamos a descuidar nuestros cuidados. Vamos a despreciar el término líquido de nuestros fluidos, vamos a lamer el sudor como vía de escape al suicidio de la piel ajena, vamos a arañar la espalda intentando romper la sal del agua, vamos a engañar cuando queremos decir la verdad, vamos a oler a menta cuando masticamos chicles de fresa, vamos a evitar la pregunta "qué perfume usas" aunque nos encante oler su cuello, vamos a fotografiar con la mente a falta de nuestra querida Nikon, vamos a guardar instantaneas en las venas como nuestro mejor album de fotos, vamos a guardar negativos en blanco y negro (esa chica rubia, esa sonrisa plateada, esa mirada convulsa, ese "lo siento, no puedo estarme quieta")
En definitiva, vamos a decir "te deseo" cuando en el fondo queremos decir "te necesito".
domingo, 26 de julio de 2009
martes, 7 de julio de 2009
Correr
No me hables de querer si no has visto amarse a dos niños sordos. No me hables de caricias si no has visto dos gaviotas en pleno vuelo rozar sus alas. No me hables del mundo si no has vivido sólo tu pena en una cueva. No me hables de hablar si no sabes valorar mis silencios.
Yo salgo a correr para no ser yo, para ser otro, para tener la sensación de que el mundo pasa deprisa. Siempre he pensado que correr es una buena manera de autoengañarse, de perderse la pista, de creer que todo sigue girando aunque sea mentira. El mundo esta quieto, me digo con sorna mientras acelero o me limpio el sudor. Muy quieto...
Y sí, llevas razón, en el fondo todo es cobardía. Todo gira en torno a eso: la cobardía febril, la más abyecta, la más pobre y ruín de todas, la del engaño, nuestro propio engaño consentido.
Mientras corro pienso en cosas tan dispares como la unión de las palabras "fugaz vistazo" y sus correteos silábicos y sonoros en mi cabeza tras salir escupida de la boca de una mulata en aquella cala perdida y escondida hasta para el viento. Pienso en la pureza al ver al padre en la ensenada enseñando a su hijo como clavar la lombriz en el anzuelo. Pienso en la república del Congo y en Eritrea al ver a los perros gordos casi siendo empujados por unos dueños más gordos que su propia desidia. Pienso en cuanto debieron de doler los tatuajes de la chica rubia que me cruzo, o en cuanto tardarían en sanar sus deudas con los hombres, que de bien seguro que las tuvo. Otras veces pienso en la mediocridad, en si poner lavadora de color o de blanco, en las estampidas de gente y en los borregos sin memoria. No se, son muchas cosas.
Dentro de mi cabeza resumo con afirmaciones y me extiendo en las negaciones. No es culpa mía, yo también soy parte de esa pandemia, de ese ejercito silencioso, de esa nueva generación de pesimistas con sombrero. Nos abundamos en los noes, nos cercenamos y nos amputamos todos los miembros, nos mutilamos hasta las sonrisas cuando de decir sies a boca grande se trata. Somos escuetos, concisos en la forma, más breves que la palabra momento.
Estoy loco, me digo, pero al momento otra idea me surca de nuevo la cabeza, y decido no parar, seguir corriendo. Me falta un poco el aire y los gemelos duelen. ¿Qué hago para cenar? Mañana voy a cambiar el mundo. Seré idota. A veces Björk está sobrevalorada, aún así mataría por haber creado Jóga.
Todo llega a su fin, pero donde yace el final del propio fin. Mi felicidad es disfrutar de querer encontrarla, me digo justo al dar la última zancada. Ya no hay tiempo para la decandencia, pienso mientras miro rápidamente hacia el cielo. Si eras malo haciendo resúmenes en tercero de E.G.B, no habrá mayor caos en tu vida, que la propia experiencia.
Llego al portal, ando los pocos metros que me separan del ascensor. Pulso el botón. Odio los tiempos muertos, odio estar acompañado en el ascensor y subir muchos pisos sin tener nada que hablar. Silbar, mirar a ninguna parte, al suelo, al marcador del número de piso en que se encuentra tu cuerpo, no tu mente.
Mi mente estaba en... ah sí, puede que esté equivocado y al fin y al cabo el mundo gire (al fin y al cabo, que expresión más triste...), puede que aunque sólo sea un poquito, gire, aunque solo sean unos cuantos grados de mierda. No lo digo por nada en particular, todo sigue siendo tan desolador y tan árido como siempre, con el mismo olor a restos de pescado y a llaves viejas.
¿Por qué? ¿Por qué cambio de idea? Buena pregunta, por lo tanto, mala respuesta: no se. Lo único que tengo claro es que más allá de cualquier divagación inconclusa llevo ya más de una hora pensando en esa pareja de niños sordos, en la manera en que gesticulaban los "te quieros", o los "vamos a tomar un batido de chocolate", quien demonios sabe lo que estaría diciendo, el hecho es que sus ojos no me engañaban: se amaban.
Y...no se (vuelvo a no saber), puede que hoy todo se haya empeñado en que vuelva a creer en el amor, en la esperanza, y en que todas esas jodidas mentiras le siguen dando cuerda al mundo.
Yo salgo a correr para no ser yo, para ser otro, para tener la sensación de que el mundo pasa deprisa. Siempre he pensado que correr es una buena manera de autoengañarse, de perderse la pista, de creer que todo sigue girando aunque sea mentira. El mundo esta quieto, me digo con sorna mientras acelero o me limpio el sudor. Muy quieto...
Y sí, llevas razón, en el fondo todo es cobardía. Todo gira en torno a eso: la cobardía febril, la más abyecta, la más pobre y ruín de todas, la del engaño, nuestro propio engaño consentido.
Mientras corro pienso en cosas tan dispares como la unión de las palabras "fugaz vistazo" y sus correteos silábicos y sonoros en mi cabeza tras salir escupida de la boca de una mulata en aquella cala perdida y escondida hasta para el viento. Pienso en la pureza al ver al padre en la ensenada enseñando a su hijo como clavar la lombriz en el anzuelo. Pienso en la república del Congo y en Eritrea al ver a los perros gordos casi siendo empujados por unos dueños más gordos que su propia desidia. Pienso en cuanto debieron de doler los tatuajes de la chica rubia que me cruzo, o en cuanto tardarían en sanar sus deudas con los hombres, que de bien seguro que las tuvo. Otras veces pienso en la mediocridad, en si poner lavadora de color o de blanco, en las estampidas de gente y en los borregos sin memoria. No se, son muchas cosas.
Dentro de mi cabeza resumo con afirmaciones y me extiendo en las negaciones. No es culpa mía, yo también soy parte de esa pandemia, de ese ejercito silencioso, de esa nueva generación de pesimistas con sombrero. Nos abundamos en los noes, nos cercenamos y nos amputamos todos los miembros, nos mutilamos hasta las sonrisas cuando de decir sies a boca grande se trata. Somos escuetos, concisos en la forma, más breves que la palabra momento.
Estoy loco, me digo, pero al momento otra idea me surca de nuevo la cabeza, y decido no parar, seguir corriendo. Me falta un poco el aire y los gemelos duelen. ¿Qué hago para cenar? Mañana voy a cambiar el mundo. Seré idota. A veces Björk está sobrevalorada, aún así mataría por haber creado Jóga.
Todo llega a su fin, pero donde yace el final del propio fin. Mi felicidad es disfrutar de querer encontrarla, me digo justo al dar la última zancada. Ya no hay tiempo para la decandencia, pienso mientras miro rápidamente hacia el cielo. Si eras malo haciendo resúmenes en tercero de E.G.B, no habrá mayor caos en tu vida, que la propia experiencia.
Llego al portal, ando los pocos metros que me separan del ascensor. Pulso el botón. Odio los tiempos muertos, odio estar acompañado en el ascensor y subir muchos pisos sin tener nada que hablar. Silbar, mirar a ninguna parte, al suelo, al marcador del número de piso en que se encuentra tu cuerpo, no tu mente.
Mi mente estaba en... ah sí, puede que esté equivocado y al fin y al cabo el mundo gire (al fin y al cabo, que expresión más triste...), puede que aunque sólo sea un poquito, gire, aunque solo sean unos cuantos grados de mierda. No lo digo por nada en particular, todo sigue siendo tan desolador y tan árido como siempre, con el mismo olor a restos de pescado y a llaves viejas.
¿Por qué? ¿Por qué cambio de idea? Buena pregunta, por lo tanto, mala respuesta: no se. Lo único que tengo claro es que más allá de cualquier divagación inconclusa llevo ya más de una hora pensando en esa pareja de niños sordos, en la manera en que gesticulaban los "te quieros", o los "vamos a tomar un batido de chocolate", quien demonios sabe lo que estaría diciendo, el hecho es que sus ojos no me engañaban: se amaban.
Y...no se (vuelvo a no saber), puede que hoy todo se haya empeñado en que vuelva a creer en el amor, en la esperanza, y en que todas esas jodidas mentiras le siguen dando cuerda al mundo.
domingo, 5 de julio de 2009
Los tipos simpáticos de mi secta.
Se ha paralizado un país entero por la gripe y aquí seguimos nosotros, irremediablemente expuestos a la verdad y a la vez tan escondidos de nosotros mismos que duele un poco, si me apuras, incluso nos escondemos de nuestras memorias, que acaba por entristecer más que por causar daño.
El mundo está lleno de paradojas, también de altibajos, meandros y callejones sin salida. Yo prefiero las curiosidades. Recuerdo la de los graznidos del pato que no producen eco, también recuerdo pensar en los cazadores perplejos al darse cuenta por primera vez, con su cara de asombro y la escopeta al hombro.
Hablando de curiosidades: somos tipos curiosos y miembros de esta secta indestructible, viviendo a nuestra jodida manera, la manera de siempre, la de todos los chicos solos con un bolígrafo en la mano y los pulmones llenos de estiercol.
Aquí todos llevan orquideas en los bolsillos por miedo al propio miedo. Para desatar las verguenzas propias de la belleza más pura uno solo se atreve a ponerse margaritas en el pelo y amapolas en la solapa. Nada de claveles, muchos menos rosas.
En nuestras reuniones solemos decir que si fueramos chicos guapos podríamos salir a follar solos y nos preocuparíamos de donde esconder los condones para que no se picaran y sin que dieran mucho el cante. Como sólo somos tipos simpáticos, hemos de conformarnos únicamente con beber solos, saber esperar acodados en cualquier esquina y fumar aguantando mucho el humo, como si al tragarlo dejara de existir.
Sombreros de paja, muchas cervezas frías, islas blancas y chicas sin bikini. Todos los tipos de nuestra secta han soñado con esto y han acabado conformándose con lo otro. Lo otro es la soledad del miedo y el recuerdo de cuando eramos otra cosa más joven, más menuda y sin tantas cosas en que pensar.
El mundo está lleno de paradojas, también de altibajos, meandros y callejones sin salida. Yo prefiero las curiosidades. Recuerdo la de los graznidos del pato que no producen eco, también recuerdo pensar en los cazadores perplejos al darse cuenta por primera vez, con su cara de asombro y la escopeta al hombro.
Hablando de curiosidades: somos tipos curiosos y miembros de esta secta indestructible, viviendo a nuestra jodida manera, la manera de siempre, la de todos los chicos solos con un bolígrafo en la mano y los pulmones llenos de estiercol.
Aquí todos llevan orquideas en los bolsillos por miedo al propio miedo. Para desatar las verguenzas propias de la belleza más pura uno solo se atreve a ponerse margaritas en el pelo y amapolas en la solapa. Nada de claveles, muchos menos rosas.
En nuestras reuniones solemos decir que si fueramos chicos guapos podríamos salir a follar solos y nos preocuparíamos de donde esconder los condones para que no se picaran y sin que dieran mucho el cante. Como sólo somos tipos simpáticos, hemos de conformarnos únicamente con beber solos, saber esperar acodados en cualquier esquina y fumar aguantando mucho el humo, como si al tragarlo dejara de existir.
Sombreros de paja, muchas cervezas frías, islas blancas y chicas sin bikini. Todos los tipos de nuestra secta han soñado con esto y han acabado conformándose con lo otro. Lo otro es la soledad del miedo y el recuerdo de cuando eramos otra cosa más joven, más menuda y sin tantas cosas en que pensar.
martes, 30 de junio de 2009
Rafting VS Caida libre.
Su espalda eran los portones del cielo. Sus pecas mi meditación, mi encierro, mi juego de parchis preferido. Posar uno a uno todos mis dedos, sobre, una a una, todos sus lunares: un alivio. Irme sin contar una a una sus pecas: un castigo.
Su cabello largo y reluciente como la sonrisa de un primer juguete simulaba una pirámide invertida. Un corte a capa diría mi peluquera, yo preferiría llamarlo una montaña de oro y plata clavada en la tierra del fuego, y no, no se trata de poesía , no es nada de eso; se trata de no resultar impreciso ni vagabundo en los designios del querer, de llamar a las cosas por su nombre y atribuir a cada vena el corazon que se merece.
Yo trepé como un chico sin miedo. En aquel, mi sueño, Si mirabas de lejos su cabello, todo parecía estar dispuesto para subir al cielo, trepar sin mirar al suelo, sin miedo a las corrientes de aire ni a las gaviotas que roban y picotean los sueños. Escalada de alto riesgo hasta la nuca, levitación de bajos fondos hasta el borde del abismo.
Trenza tras trenza, y con cada pelo suelto un kilate de oro y plata para mi zurrón. Mano tras mano, pie que adelanta a otro pie, y vuelta a empezar. Todo sea por pasar de la nuca y dejar de oler jazmines para empezar a oler a azahar. Una vez arriba pienso revolverme, tirarme y hacer snow en su coronilla, y justo cuando la ambrosía vaya alejándose de mis labios voy a coger carrera, muchísima carrerilla, desde la parte de atrás de su cabeza hasta la de alante. Voy a llegar a donde comienza su frente. No voy a mirar para abajo, lo juro. Voy a saltar sin más. Voy a deslizarme por el tobogán de su nariz y prometo no mirar sus ojos, no quiero arrepentirme, no quiero agarrarme a última hora a su flequillo, no voy a hacerlo, en serio, es que no quiero permanecer horas inmutable con brazos agarrotados, nada de rafting (odio pender de un hilo), nada de querer tocas sus lágrimas (odio las bebidas saladas), nada de besar sus ojeras y recordar aquel verano donde el morado fue nuestro color preferido, no quiero que me vea como un mono bobo con la mirada perdida preguntándose quizás quien demonios fue Darwin. No quiero atormentarme, dudar, cambiar de planes. Joder, yo lo único que quiero es lanzarme al vacío y caer en sus labios, permanecer allí muy poco, el tiempo justo de recordar su saliva, el tiempo exacto para juntarme el cuerpo de su pintalabios salmón preferido como si fuera after sun. Yo en el fondo lo que quiero es que me trage de una puta vez, que me quite la vida para siempre y que me ayude de una vez por todas a olvidarme de todo.
Su cabello largo y reluciente como la sonrisa de un primer juguete simulaba una pirámide invertida. Un corte a capa diría mi peluquera, yo preferiría llamarlo una montaña de oro y plata clavada en la tierra del fuego, y no, no se trata de poesía , no es nada de eso; se trata de no resultar impreciso ni vagabundo en los designios del querer, de llamar a las cosas por su nombre y atribuir a cada vena el corazon que se merece.
Yo trepé como un chico sin miedo. En aquel, mi sueño, Si mirabas de lejos su cabello, todo parecía estar dispuesto para subir al cielo, trepar sin mirar al suelo, sin miedo a las corrientes de aire ni a las gaviotas que roban y picotean los sueños. Escalada de alto riesgo hasta la nuca, levitación de bajos fondos hasta el borde del abismo.
Trenza tras trenza, y con cada pelo suelto un kilate de oro y plata para mi zurrón. Mano tras mano, pie que adelanta a otro pie, y vuelta a empezar. Todo sea por pasar de la nuca y dejar de oler jazmines para empezar a oler a azahar. Una vez arriba pienso revolverme, tirarme y hacer snow en su coronilla, y justo cuando la ambrosía vaya alejándose de mis labios voy a coger carrera, muchísima carrerilla, desde la parte de atrás de su cabeza hasta la de alante. Voy a llegar a donde comienza su frente. No voy a mirar para abajo, lo juro. Voy a saltar sin más. Voy a deslizarme por el tobogán de su nariz y prometo no mirar sus ojos, no quiero arrepentirme, no quiero agarrarme a última hora a su flequillo, no voy a hacerlo, en serio, es que no quiero permanecer horas inmutable con brazos agarrotados, nada de rafting (odio pender de un hilo), nada de querer tocas sus lágrimas (odio las bebidas saladas), nada de besar sus ojeras y recordar aquel verano donde el morado fue nuestro color preferido, no quiero que me vea como un mono bobo con la mirada perdida preguntándose quizás quien demonios fue Darwin. No quiero atormentarme, dudar, cambiar de planes. Joder, yo lo único que quiero es lanzarme al vacío y caer en sus labios, permanecer allí muy poco, el tiempo justo de recordar su saliva, el tiempo exacto para juntarme el cuerpo de su pintalabios salmón preferido como si fuera after sun. Yo en el fondo lo que quiero es que me trage de una puta vez, que me quite la vida para siempre y que me ayude de una vez por todas a olvidarme de todo.
viernes, 26 de junio de 2009
Sí, estoy viva.
Entre Portishead y Cat Power siempre hay un lugar para las chicas menudas y con alma de cuscurro de panm o con carita de zanahoria. No me preguntes por qué supe que era frágil, simplemente era algo que estaba ahí esperando a ser descubierto. Puedes leer chino o húngaro que es la segunda lengua más difícil de planeta, pero eso es porque no me andas leyendo entre líneas. Yo hablo de casualidades y ganas de amar de distintos cuerpos, todo en la misma frase pero en distintos párrafos. Curioso, ¿cierto?
Sensible como desplazar las yemas de los dedos sobre un poema en braille del mismísimo José Hierro. Algunos se atrevieron a defenestrarla por demasiado líquida, otros no la quisieron por demasiado salada en días de Club Disney en telecinco, otros por demasiado dulce en los parques. Ninguno tenía ni puta idea de lo que es inconformarse con sin razón.
Esa chica es inconforme, es incompleta por poco tiempo, es impaciente, acariciable, inconclusa solo hasta que le saca brillo a sus ganas de perderse. Ella aún no sabe que sabe todo lo básico sobre la tierra que pisa y el mar que avista a lo lejos. Sólo le queda perfeccionar sus saltos, acicalar sus alas, quitarse las plumas que no sirven y cortarse todos y cada uno de los prqueños lastres que de manera alguna le impiden despegar, y que curiosamente yacen anclados en su cadera, el lugar más convulso que me imagino de ella, aparte de su vientre, claro está.
Cuando aprendía ecuaciones de primer grado nunca levantaba la mano en clase para preguntar por qué X y no M que a ella le gustaba más. Todo se lo debe a "Los Piratas", hasta las ganas de tener 11 dedos y un vertedero donde amilanarse entre los restos de algodón sangrante. Ahora ella siempre levanta la mano, hasta en el metro, hasta en la cola de los conciertos o en los escaparates de las librerías. Pregunta al cielo. Nadie responde, no le hace falta. Se tiene a ella misma y eso es tan importante que no le quedan ni ganas de llorar. Es feliz, ¿quién da más?
Sensible como desplazar las yemas de los dedos sobre un poema en braille del mismísimo José Hierro. Algunos se atrevieron a defenestrarla por demasiado líquida, otros no la quisieron por demasiado salada en días de Club Disney en telecinco, otros por demasiado dulce en los parques. Ninguno tenía ni puta idea de lo que es inconformarse con sin razón.
Esa chica es inconforme, es incompleta por poco tiempo, es impaciente, acariciable, inconclusa solo hasta que le saca brillo a sus ganas de perderse. Ella aún no sabe que sabe todo lo básico sobre la tierra que pisa y el mar que avista a lo lejos. Sólo le queda perfeccionar sus saltos, acicalar sus alas, quitarse las plumas que no sirven y cortarse todos y cada uno de los prqueños lastres que de manera alguna le impiden despegar, y que curiosamente yacen anclados en su cadera, el lugar más convulso que me imagino de ella, aparte de su vientre, claro está.
Cuando aprendía ecuaciones de primer grado nunca levantaba la mano en clase para preguntar por qué X y no M que a ella le gustaba más. Todo se lo debe a "Los Piratas", hasta las ganas de tener 11 dedos y un vertedero donde amilanarse entre los restos de algodón sangrante. Ahora ella siempre levanta la mano, hasta en el metro, hasta en la cola de los conciertos o en los escaparates de las librerías. Pregunta al cielo. Nadie responde, no le hace falta. Se tiene a ella misma y eso es tan importante que no le quedan ni ganas de llorar. Es feliz, ¿quién da más?
domingo, 21 de junio de 2009
Woman Ironing. Pablo Picasso.1904.
Debe de ser brutal trabajar en este lugar, me pregunté al verla. Ella permanecía aparentemente inmutable. Quieta y solemne como un lago finés. Su rostro, una lápida de marmol de un blanco cuasi perfecto que apenas se movía, ni un ligero rastro de humanidad. Era como un trozo de hielo del lago más frío del mundo en pleno invierno estepario cubriendo todos y cada uno de los cuerpos de los hombres más cobardes que jamás existieron, era todas las llaves del mundo en mismo manojo, todos las camisas de fuerza de todos los manicomios estadounidenses de los años cincuenta sobre un mismo cuerpo. Ella era un cerrojo, pero sus ojos no podían engañarme.
Todo se trata de cuadros y viajes al pasado o vueltas al presente, para quien a estas alturas ya ande perdido. "Woman Ironing" de Picasso y yo allí sentado y perdido, perdido en un museo, perdido en la ciudad de los rascacielos y las zapatillas con traje de chaqueta, del crack y los tipos vendiendo vicodina a las puertas de los Mcdonalds 24 horas. Y me encontré, créanme que lo hice. Y fue delante de sus ojos. Fue un reencuentro delante de aquel cuadro que me enseñó los significados de la palabra "belleza", "desesperanza" y "adios". Picasso me rozó el flequillo o me ofreció un chute de heroína. Aquella chica eso también lo vió, pero no quiso decirme nada, ni yo a ella.
Volviendo a lo de antes, (aunque no creo que me haya alejado demasiado) sí, sin duda debe ser brutal. No me refiero a las largas horas de pie delante de aquellos cuadros que jamás cambian, a pasear entre murmullos y silencios, a llamar la atención por el uso del flash en las fotos y por que uno se acerca demasiado a un cuadro o habla despóticamente por el móvil. No hablo de toda esa gente que pasa sin decir buenos días, que se marcha y que seguramente jamás volverá y para los que no eres más que una estatua con una placa identificativa. Nadie reparará a ver que te llamas Hilda Santos y mucho menos a imaginar que tus padres son puertoriqueños o quizás mejicanos. Nadie escribirá sobre ti ni fantaseará soñando que te gustan Cocorosie y subir a la azotea en días de lluvia para ver los rayos. Nadie será nada más que dos ojos.
¿Qué habrá sentido al ver mis ojos casi llorosos mientras miraba ese cuadro? ¿Habrá tocado mi emoción, mi alma, mis deseos? ¿Habrá reparado quizás en mis muecas indecisas, en mi bolígrafo miedoso cuando las ideas me asaltan de repente y emocionado no se que escribir primero? Su rostro me dice que soy uno más de esos que se marchan recordando sólo a Picasso. Sus ojos, sin embargo, me dicen que efectivamente se llama Hilda Santos, que vive en la 127 west con Broadway, que le encantaría ser astronauta y que su mayor pasión es sentirse viva mirando los ojos de la gente como yo.
Todo se trata de cuadros y viajes al pasado o vueltas al presente, para quien a estas alturas ya ande perdido. "Woman Ironing" de Picasso y yo allí sentado y perdido, perdido en un museo, perdido en la ciudad de los rascacielos y las zapatillas con traje de chaqueta, del crack y los tipos vendiendo vicodina a las puertas de los Mcdonalds 24 horas. Y me encontré, créanme que lo hice. Y fue delante de sus ojos. Fue un reencuentro delante de aquel cuadro que me enseñó los significados de la palabra "belleza", "desesperanza" y "adios". Picasso me rozó el flequillo o me ofreció un chute de heroína. Aquella chica eso también lo vió, pero no quiso decirme nada, ni yo a ella.
Volviendo a lo de antes, (aunque no creo que me haya alejado demasiado) sí, sin duda debe ser brutal. No me refiero a las largas horas de pie delante de aquellos cuadros que jamás cambian, a pasear entre murmullos y silencios, a llamar la atención por el uso del flash en las fotos y por que uno se acerca demasiado a un cuadro o habla despóticamente por el móvil. No hablo de toda esa gente que pasa sin decir buenos días, que se marcha y que seguramente jamás volverá y para los que no eres más que una estatua con una placa identificativa. Nadie reparará a ver que te llamas Hilda Santos y mucho menos a imaginar que tus padres son puertoriqueños o quizás mejicanos. Nadie escribirá sobre ti ni fantaseará soñando que te gustan Cocorosie y subir a la azotea en días de lluvia para ver los rayos. Nadie será nada más que dos ojos.
¿Qué habrá sentido al ver mis ojos casi llorosos mientras miraba ese cuadro? ¿Habrá tocado mi emoción, mi alma, mis deseos? ¿Habrá reparado quizás en mis muecas indecisas, en mi bolígrafo miedoso cuando las ideas me asaltan de repente y emocionado no se que escribir primero? Su rostro me dice que soy uno más de esos que se marchan recordando sólo a Picasso. Sus ojos, sin embargo, me dicen que efectivamente se llama Hilda Santos, que vive en la 127 west con Broadway, que le encantaría ser astronauta y que su mayor pasión es sentirse viva mirando los ojos de la gente como yo.
miércoles, 27 de mayo de 2009
Adjetivos
Me llaman licencioso, no me molesta. Mi mayor atevimiento se llama locura, mi mayor vicio quizás sea el helado en invierno y la libertad mientras no duermo. Me llaman disoluto, confiando, alguna hubo que me dijo "eres un canalla, un bandido, pero eso no me duele, lo que me revienta es que no lleves pistolas y si los bolsillos llenos de bolis".
Inerme a veces irreverente, caústico, otras flemático, hierático, mercúrico. Los domingos, dependiendo de si llueve o no, suelo ser solemne o concupiscente, majestuoso, altivo y algo amargo. Los sabados suelo pecar de pecador. Los lunes soy algo Kaufman. Los días impares sin embargo soy lineal y quiescente, sólo me moverás si me agarras las muñecas o me besas el cuello. Dias pares me verás desaforado, expeditivo y bastante desmedido.
Los días que me faltas tú dejo de ser adjetivo. Soy dos putos sustantivos con piernas y sin lengua que se llaman "vacío y terror".
Inerme a veces irreverente, caústico, otras flemático, hierático, mercúrico. Los domingos, dependiendo de si llueve o no, suelo ser solemne o concupiscente, majestuoso, altivo y algo amargo. Los sabados suelo pecar de pecador. Los lunes soy algo Kaufman. Los días impares sin embargo soy lineal y quiescente, sólo me moverás si me agarras las muñecas o me besas el cuello. Dias pares me verás desaforado, expeditivo y bastante desmedido.
Los días que me faltas tú dejo de ser adjetivo. Soy dos putos sustantivos con piernas y sin lengua que se llaman "vacío y terror".
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