domingo, 21 de junio de 2009

Woman Ironing. Pablo Picasso.1904.

Debe de ser brutal trabajar en este lugar, me pregunté al verla. Ella permanecía aparentemente inmutable. Quieta y solemne como un lago finés. Su rostro, una lápida de marmol de un blanco cuasi perfecto que apenas se movía, ni un ligero rastro de humanidad. Era como un trozo de hielo del lago más frío del mundo en pleno invierno estepario cubriendo todos y cada uno de los cuerpos de los hombres más cobardes que jamás existieron, era todas las llaves del mundo en mismo manojo, todos las camisas de fuerza de todos los manicomios estadounidenses de los años cincuenta sobre un mismo cuerpo. Ella era un cerrojo, pero sus ojos no podían engañarme.

Todo se trata de cuadros y viajes al pasado o vueltas al presente, para quien a estas alturas ya ande perdido. "Woman Ironing" de Picasso y yo allí sentado y perdido, perdido en un museo, perdido en la ciudad de los rascacielos y las zapatillas con traje de chaqueta, del crack y los tipos vendiendo vicodina a las puertas de los Mcdonalds 24 horas. Y me encontré, créanme que lo hice. Y fue delante de sus ojos. Fue un reencuentro delante de aquel cuadro que me enseñó los significados de la palabra "belleza", "desesperanza" y "adios". Picasso me rozó el flequillo o me ofreció un chute de heroína. Aquella chica eso también lo vió, pero no quiso decirme nada, ni yo a ella.
Volviendo a lo de antes, (aunque no creo que me haya alejado demasiado) sí, sin duda debe ser brutal. No me refiero a las largas horas de pie delante de aquellos cuadros que jamás cambian, a pasear entre murmullos y silencios, a llamar la atención por el uso del flash en las fotos y por que uno se acerca demasiado a un cuadro o habla despóticamente por el móvil. No hablo de toda esa gente que pasa sin decir buenos días, que se marcha y que seguramente jamás volverá y para los que no eres más que una estatua con una placa identificativa. Nadie reparará a ver que te llamas Hilda Santos y mucho menos a imaginar que tus padres son puertoriqueños o quizás mejicanos. Nadie escribirá sobre ti ni fantaseará soñando que te gustan Cocorosie y subir a la azotea en días de lluvia para ver los rayos. Nadie será nada más que dos ojos.

¿Qué habrá sentido al ver mis ojos casi llorosos mientras miraba ese cuadro? ¿Habrá tocado mi emoción, mi alma, mis deseos? ¿Habrá reparado quizás en mis muecas indecisas, en mi bolígrafo miedoso cuando las ideas me asaltan de repente y emocionado no se que escribir primero? Su rostro me dice que soy uno más de esos que se marchan recordando sólo a Picasso. Sus ojos, sin embargo, me dicen que efectivamente se llama Hilda Santos, que vive en la 127 west con Broadway, que le encantaría ser astronauta y que su mayor pasión es sentirse viva mirando los ojos de la gente como yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Huellas