viernes, 30 de diciembre de 2011

Mi oso

Iván Ferreiro hablaba de su tristeza poniéndose guapa y no se por qué yo siempre la encarné en una mujer blanquecina de cabellos pelirrojos y ondulados acicalándose delante de un espejo, dándose colorete, mucho rojo en las mejillas para que no se marchara ni aún tras el poder arrasador de las lágrimas.

Mi tristeza, sin embargo jamás vivió en cuerpo humano. Mi tristeza, desde que me dedico a escudriñar bien dentro, es un oso que hiberna siguiendo calendarios bisiestos pero que nunca se olvida de afilar las garras. No necesita demasiado, pero cuando lo necesita es capaz de derrumbar árboles a empellones para cazar su presa, o remontar ríos tan largos como Enero.
Sé de él que aúlla como un lobo aunque no los días de luna llena sino cuando pierde algo o alguien que le diera de beber a su sangre. También lo he sentido debajo del latir de mis muñecas jugando con geranios como una mariposa.
Mi oso o mi tristeza tiene el arte de la improvisación hacia la belleza como sólo se puede ver en aquel Keith Jarrett del 75 aporreando el piano en Colonia.

Siempre que llegan estas fechas el oso se siente caduco,acude a la cueva y hace ruído, mucho ruído. Llora un poco, solloza, gime, o da pequeños estertores y alaridos reclamando su espacio y a todos aquellos que ya no están para pasar la página de otro año.
Después de una ligera lucha de imposibles queda dormido mientras mira las marcas que aquellos dejaron en la cueva.
Yo, aquí fuera, en días de frío y rocío mañanero, de petardos y guirnaldas, hago lo mismo con las fotos. A veces siento algo removerse por dentro, gigantes haciendo volteretas que me dan ganas de tronar, llorar o instigar el vómito. Me acuerdo de quienes se marcharon y mucho más aún de aquellos a los que no tengo conciencia de haber dicho adios en vida por última vez, ni de haberles mirado a los ojos, ni rozado sus jerseys, ni haber disfrutado de sus bocas, sus panes recién hechos o sus historias de más allá de la guerra...
En días como estos siento al oso ponerse nervioso sobre mis mofletes. Cuando eso ocurre salgo a mi salón, me siento al brasero y me dedico a hacer sonreir a los que sí están, porque las fotos, como las marcas de la cueva, nos han de servir para acordarnos de que mañana quizás nos vayamos, pero que mientras tanto seguimos con el poder inabarcable de hacernos y hacer feliz.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Siluetas

Como podría yo enfadarme con ella si le debo tantas aristas y siluetas...

Tantas latitudes y desprendimientos de horizonte.

Tantos poemas en blanco y negro, o solo en negro.

Tantos intentos e ilusiones de jinete que cabalga con furia para vencer la muerte del sexo y el sino del hombre inexorablemente solo, el miedo a las paredes blancas, quietas y frías.

"Hay que hacer de cada instante un acto poético" Siempre lo recuerda a su lado o cuando pasadas las doce su cuerpo de esponja es comandado por el timón del alcohol. A veces suelo reverenciarla demasiado y lo cambio todo por "Hay que hacer de cada instante un acto lunar e inalcanzable".

Hace unos veranos, en la parte trasera del coche mirando el estrecho partir el agua en millones de recipientes cercanos a la gota y lejanos de la lágrima. Revolcándonos como cerdos, sudando como esquimales en una cama de fuego. Su melena rubia crecida en forma de parábola como los nervios de un sauce llorón y con el dulce color entre tostado y horizonte isleño de un bizcocho de limón recien horneado. Sus paletas blancas como dos quesitos arañándome emulando juegos de gatitos. El sudor perlado dando apariencia de corte a los huesos.

Las memorias son heridas que nunca dejan de manar pasado.

Hace menos, otra noche de Jazz y frío, su perfil de marrón barro orientado al sudoeste buscando las antípodas se bañaba a intervalos de blanco y perla como una cubeta de nieve.

Menos aún, una melena negra llena de cesped. Olor a campo, a escondites, a rocío en la vagina.

Todas esas imágenes son retratos a carboncillo, con grises nocturnos, con blancos estelares.

Poemarios de cuerpos y compendios de lunares que no siempre pertenecen a la misma persona pero que siempre son rociados por la misma luz...

Le debo tanto a la Luna...y tampoco a cada una de ellas...

jueves, 15 de diciembre de 2011

Con I de intermitencias

Aparece y desaparece como un melancólico Sol de invierno. Me arrastra hacia el fondo como una tonelada de frío acero anclada a un tobillo. Luego me besa, o más bien me chupa la boca y me insufla millones de moléculas de oxígeno elevadas al cuadrado. Me llena las venas de té rojo. Me hace levitar, me saca del agua, de la tierra, del cielo, del cosmos conocido. Desaparece de nuevo sin dejar huellas ni restos de hielo y caigo a plomo. Suena el estrepitoso ruído de un cuerpo hueco que revienta las superficies compactas del no-olvido. Suena un eco puerco de un recipiente que quiere ser llenado de rizos negros.
Vuelve a aparecer con letras, las manos llenas de ellas. Me habla de mi y acierta, y me deja con cara de idiota consumado, de asceta, de lampiño hombre terráqueo que se niega a creer en la coincidencia de las mentes en un mismo espacio-tiempo.

Se marcha con mis ojos, no deja nada a cambio. Y sin embargo no la maldigo, ni la sentencio, ni la sacrifico en mi memoria, ni la olvido. Después de todo la entiendo. Lleva parte de mi. Ha crecido dentro de pellejos como el mio que ahora suelen llamar piel. Busca sin cesar y no encuentra. Blasfema a la almohada y se refugia entre bramidos a seres superiores que no existen. Agazapa sus dedos entre la manualidad tediosa y sacrificada, pero fructífera y provechosa. Esconde sus muslos entre torrentes de libros y cosas que entender para no entenderse a uno mismo, para salir victorioso en la batalla del interrogante-crecimiento, batacazo-fénix.
En el fondo, o más bien en la superficie y en el fondo, somos jerseys de un mismo telar. Telas frías que no dan resguardo a nadie. Telas que huelen a polillas pero que cuando se rozan, hacen saltar la chispa cósmica del origen pasional conocido.
Se encarama a

martes, 13 de diciembre de 2011

El porno está en los vientres...

El porno está en los vientres más que en las sienes, y la contaminación, y los restos de vidrio y vino, y las enredaderas de todos los sueños que has tenido desde chiquitito.

El anhelo de los toboganes.
El río de las piraguas.
La monotonía de las nubes.

Los ruídos del sonido eléctrico. El olor rancio de la plastilina marrón.

Devaneos Folk, cocheras llenas de herrumbre, frío y restos de carbón de barbacoa.



Si dos chicas se sientan en tu salón y blanden una guitarra como una espada, entonces sólo te quedará el resquicio del vino. Y si dos chicas se sientan en tu terraza y usan el pelo como un molino de viento, entonces sólo te quedará una huída, o la ausencia, o algo que se le parezca mucho.

El porno está en los vientres más que en las sienes...

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Son tipos solos...

Hay unos tipos con unos petos amarillos, rara vez naranjas, que se encargan de vigilar al público en los partidos de fútbol.
Llevo años observándolos para entender la soledad y el frío.
Si fuman, suele ser ducados.
Si llevan barba es de tres días.
Si beben, suele ser cerveza belga de trigo.
Si comen, se trata de insípidos sangüiches de atún con tomate o bocata de jamón york y queso.
Nada de sushi, ni sésamo, ni ensalada de pasta y queso feta, ni frutas del olvido.
Sentados siempre de espaldas al campo, ocasionalmente cruzan las piernas.
Son tipos solos...

Inmóviles, imperturbables en esas desvencijadas sillas de plástico blancas,
su rutina consiste en observar a la gente y cuidar de que no ocurra nada, de que pase todo deprisa, de que lo más que se lance sea un "me cago en tus castas".
Su nivel de interacción con el público es muy bajo.
Suelen comunicarse a través de señas o muecas.
Se impregnan de negatividad antes de cada partido desafiando al espejo del cuarto de baño.
A su alrededor la gente grita, jalea, maldice, aplaude, escupe las pipas o patalea.
Ellos simplemente sonríen por dentro.
Son tipos solos...

No suelen mirar a los ojos, es una norma.
Cuando hay empate suelen tensar los maseteros.
Cuando el equipo local gana por goleada suelen relajarse,
piensan en que han de comprar las aceitunas negras sin hueso
o que han olvidado tenderle la ropa al triste sol de invierno.

A veces tienen miedo, desean que los segundos corran en patinete y que se escuche el puto pitido final.
Otras veces disfrutan, sobre todo en primavera cuando las chicas botan en sus asientos meneando de manera atómica sus tetas.
Les encantan los pezones.
A veces algunas locas se levantan la ropa y se pueden ver verdaderas obras de arte con forma de galletas.
En esos días tocan su pene por dentro del bolsillo.
Se sienten menos solos.

Temen los mecheros, los paraguas, las botellas, las revistas enrolladas, o cualquier cosa que se pueda lanzar.
Suelen empezar leyendo a Bukowski, luego Fante, Carver, Palahniuk, Welsh, Houellebeqc.
Una vez vi a uno llevando un ejemplar de "La Playa" de Pavese. Me sorprendió. No lo vuelto a ver nunca más en el estadio, pero si tomando un café con una chica...

Prefieren manga erótico a Penthouse.
El ochenta por ciento escucha Deftones.
Odian los crucigramas, mucho más aún los Sudokus.
Han hecho el curso de Photoshop de treinta horas del Inem.
Sueñan con Los Ángeles, Phuket y viajes en globo donde todos seamos hormigas.
Las tortillas siempre han de ser de un sólo huevo.
Si hubiera perro en casa no ha de ser mayor que la tostadora.
Nada de azúcar, miel, ni caramelos.
Crèpes Salados.
Los coches siempre berlinas, aunque no estén llenos.
En el metro miran al suelo y en sus camas miran al cielo...

En definitiva, os hablo de tipos solos.