miércoles, 28 de enero de 2009

Fotogramas grises

Tengo un atolladero de ideas en la cabeza, es un silo lleno de trigo negro y misiles con todos los destinatarios nobles del mundo y con toda la fuerza de explosión de un primer orgasmo sin la mano; maraña de sinsentidos tristes pero estéticamente enrojecedora ¿Por qué te niegas a asomar la cabeza como una valiente tortuga con ganas de mirar las nubes? por alguna jodida razón que desconozco te aferras a una concha dura y recia que no es otra qu mi cráneo forjado a base de dolor podrido.

Fotogramas grises.

Llagas en el pelo provocadas por rozar pechos hundidos y excavados de tanta vacía e inútil aspiración. Calcificaciones en los dedos de tocar lo que no es nuestro pero sentimos que nos pertenece. Ojeras en la boca de no dejar dormir las palabras que deben ser guardadas en silencio porque usadas de otra forma pueden cambiar el rumbo de nuestros mundos.

El desolador y desvalido aspecto de una discoteca vacía. Su suelo a las 8:00, justo después de que todo el mundo haya salido por la puerta y sólo queden por llegar las limpiadoras todas de azul y con radios de bolsillo. Me recuerda a ese niño calvo y sin amigos hecho de cáncer, odio y juegos imperfectos. Si permaneces allí de pie por un momento, puedes oir incluso el eco de las canciones resonando sobre los cascos rotos Puedes sentir el hambre de perseguir y ser mordido. Puedes ver los restos de droga, los silbidos, las colillas, los billetes perdidos y las uñas carcomidas, las ganas de morir, los abrazos, las risas, el frío. Puedes ver todo eso e incluso más cosas que aun no se han escrito, porque el hombre en su afán por divertirse o por olvidarse de todo (hasta del olvido) no hace otra cosa que dejar estrias, cicatrices, laceraciones, marcas de haber sentido.

No existe primavera sin invierno decía aquel sabio, y joder cuantísima razón tenía...

martes, 20 de enero de 2009

Mamá, de mayor quiero ser Cowboy

Mamá, de mayor quiero ser Cowboy, y me da igual lo que pienses, lo he decidido y me da exactamente igual. Y que sepas que no es por el caballo, ni mucho menos, ya sabes que se me da fatal montar, que odio el olor de una crin en días de lluvia y que tengo más miedo a caer de lomos de un caballo que a mirar desde un brutal rascacielos. Seguro que estás pensando que si no es por el odioso caballo ha de tratarse del revolver, pero no, te vuelves a equivocar, ya sabes que odio el olor de la pólvora y el sonido punzante de la bala al deslizarse por el cañón, y mucho peor, al agujerear la carne. No mamá, sería un cowboy pacífico, lo sabes bien. No es tampoco por usar una cuerda para atar a las vacas en carrera y llevarme trofeos siendo aclamado por todo el Sur; tampoco se trata de poner cara de chico malo apoyado en balaustres de madera anciana, ni de masticar tabaco como pensando en el infinito y sintiendo “ninguna parte”. Tampoco es por beber güisqui ardiente en vasos de chupito de un solo trago, o por llevar botas que suenan a claqué barato, ni cinturones que pesan más que el dolor de las pérdidas. No mamá, cuánto te equivocas conmigo, ya sabes que no me gusta poner cara de malo ni usar palillo de dientes trece horas al día incluso antes del desayuno. Y también sabes que detesto lavarme en pilas de agua fría o tener que pedir cubas de agua caliente al posadero para afeitarme la barba y los intersticios de la memoria árida. Y por supuesto, seguro que no olvidas mi malísima orientación en espacios abiertos, que ni con migas de pan se donde me he dejado el corazón dos besos antes.

Ya ves, no es por nada de eso mamá, por nada de eso…

Todo esto lo hago por el sombrero mamá. Sí, como lo oyes, por el jodido sombrero. Debes de pensar que tu hijo es un tarado, y quizás (por no decir probablemente) lleves razón, pero de mayor quiero aprender a llevar el sombrero sin miedo a que un huracán lo arrastre hasta la luna. Quiero no tenerle miedo al verano, quiero oler a cuero 365 días al año, 24 horas al día, quiero dejarlo sobre la silla y encontrarlo allí siempre al despertar a falta de un buen cuerpo de guitarra, quiero que la sombra vaya siempre conmigo, porque no hay nada más importante en la vida de un hombre triste que estar siempre bajo un buen pedacito de sombra para llorar sin que el sol lo vea, y agachar el ala del sombrero para que nadie sepa que las lágrimas van directamente de la mejilla al corazón, donde deben guardarse, ni más, ni menos.

domingo, 11 de enero de 2009

Sedición

Voy a hacer de tu cuerpo un piélago de pellejos y harapos en mi memoria. Me he propuesto, ya no olvidarte, eso sería tortuoso, tremendamente ingenuo por mi parte, imposible.

Sí, cadavérico en días de flores.

Mi propósito y propuesta al mismo tiempo, si me permites la licencia, consiste en recordarte como se hace con las cosas que no merecen ser contadas. Recuperarte contando hasta diez, olvidarte contando hasta cinco, y escupir bien lejos, si eso, bien lejos, pero nada de flemas oiga, nada de eso, que lo nuestro fue jodidamente rojo y ahora es oscuramente negro, y yo jamás osaré insinuar verdes.

Sí, arrojar mejor que escupir, lanzar mejor que tirar, que suena más gallardo y resulta más acorde con mi manera de pasar página. Que nadie pueda encontrar nada cerca de mi, y que nadie, por ende, sepa lo que me has dejado de importar.

RECORDAR como se recuerdan las olas, de manera imperfecta, impersonal, atemporal, porque nadie recuerda el nombre de cada ola que se quiebra, ni su procedencia, ni cuantas conchas ha roto en su desesperación final por no volver al mar hecha puta espuma. Es por ello, un recordar inexacto, plúmbeo, inanimado, un tanto atroz en su difusión y en su niebla, y no por ello menos bello.

Sí, en acuarela. Odio el carboncillo, y pasar horas sombreando, remarcando siluetas. Me gusta salpicar más que retocar. Y aunque suene retorcido nuestro amor es ya un triste salpicón en una tela bien blanquita.

No me gusta el cariz que toma el texto. Oigo a lo lejos el romper de una ola y por la manera en la que se ha derramado se me ocurrió en un impulso ponerle tu nombre. Y no digo más pero acabo de soñar con los ojos abiertos que René Magritte radiografiaba nuestro reencuentro.

No, si al final resultará que el autoengaño es la mejor manera de recordar sin sufrir, creyendo que ya todo está olvidado.


*No quiero odiar las acuarelas.No me obligues a hacerlo.