lunes, 10 de septiembre de 2012

La marathoniana lucha del verbo sentir (La tristeza infinita del cazador de tortugas)

La tristeza infinita del cazador de tortugas, piensas... Acabas de salir de una discoteca y ya luce el primer sol, el más vergonzoso, el más ingenuo. La mayoría de las veces es un ritual que presencias solo ese de la transformación alquímica del negro en brillo. Durante este momento de asimilación de luz suelen venir a tu cabeza muy pocas reflexiones y muchas más idioteces como las clásicas: qué hago aquí, debería haberme acostado hace tres horas, tengo que descongelar el pan; poner una lavadora de blanco y tomarme un ibuprofeno, la he dejado escapar, tengo ganas de un donut... Aquella mañana, sin embargo, piensas en lo injusto que resulta dejar escapar un tren a pesar de no quererlo ver partir con todas tus fuerzas, en lo jodidas que son las cosas que nos disgustan y que no podemos controlar o no dependen de nuestras ganas de cambiarlas. Piensas en todo ello y en la tristeza infinita del cazador de tortugas...
Como una metástasis de mierda que todo lo inunda, como un rayo viajando dentro de una caja de zapatos, o un rumor malévolo sobre la chica más linda del instituto, así se ha anquilosado  y propagado en mi vida circundante la impune y asquerosa costumbre a acostumbrarse.

Vuelves a casa sólo, o acompañado, o las dos cosas a la vez, y piensas que si el destino no existe hay algo parecido rondando por ahí sin hacer demasiado ruido. Algo que a veces (cada vez menos) te abofetea y te recuerda que estás vivo y que pasas la mayor parte del tiempo empeñándote en sobrevivir como un idiota, o   alejándote de vivir como un masoca. Ese algo que te golpea puede adoptar muchas formas: un accidente, una pérdida, un libro, una canción, una persona...Mi preferida es la forma de mujer con plumas en los bolsillos. La forma de rizos, de curvas de piel, de venas torneadas de sol y jazmín. El bofetón que te propina una mujer es el más doloroso y placentero, el más real, el más certero y el más inolvidable. Cuando una mujer te rescata te olvidas del naufragio para siempre. Seguramente volverás a ser más niño y te acordarás de las cometas, y de que el cielo es algo más que aire vacío y palabras volando, que hay nubes con formas de camellos, chupa chups y sartenes, y que se tornan moradas, escarlatas, naranjas e incluso amarillas al atardecer. Recordarás probablemente que el salitre sigue donde estaba y que si te quedas en el olor a crema protectora jamás llegarás a entender el poder del mar o el secreto de las olas. De nuevo vendrá a tu cabeza el olor de las flores, y el tacto de la arena y los tarros de lentejas. Recordarás tantas y tantas cosas que por el momento que duré la bofetada llegarás a olvidarte hasta de ti mismo. Sólo alguna vez que otra, muy espaciada en el tiempo, llegará a tu cabeza de nuevo ese pensamiento cíclico "La tristeza infinita del cazador de tortugas que en su comodidad se olvidó de lo precioso que resultaba perseguir  a los pájaros"