miércoles, 16 de septiembre de 2009

Enemigas.

"Tu peor enemigo eres tu mismo"

Cuantas veces lo escuche y sin embargo...sin embargo que poco me lo he llegado a creer. Amigos que hablan sobre historias que no entienden, restos de alcohol y saliva endurecida saltando de un labio a otro, sílabas que se pierden, "bla bla bla" "qué le follen por el culo, no te merece, tú vales más que ella de aquí a Lima. Será zorra". Y otras tantas sílabas vuelven a perderse entre alguna que otra risa macabra y miada de incomprensión. Escucho lo que piensan "que jodido está. Ha de ser chungo eso de que te dejen estando completamente enamorado". Y la noche sigue, y la música no para, y sin embargo yo sólo la escucho a ella gimiéndome al oído, a mi corazón llamándola a gritos. Las copas corretean por la barra, el humo de cigarros enmascara ya a las tantas las miradas de incredulidad de toda esa gente que cree saber como me siento, y como hacer para que me sienta mejor. Ingénuos. Ya hasta la ginebra te da consejos, se proyecta sobre tus pasos, interioriza tu mierda, se pone en tu lugar y de tu lado. Hasta los gatos de madrugada saben que hacer para huir del asedio del miedo a quedarse solo. Ahora resulta aquí nadie llora y que todo el jodido mundo sabe de amor y de adioses. Hasta la vendedora de flores sabe de que se trata todo esto, y sin embargo...sin embargo los consejos valen menos que el chicle que siempre encuentras bajo la silla.

Nadie puede cambiarlo, sólo el tiempo, sólo la fiebre, la droga, los continentes nuevos y las canciones.

Las espirales fueron creadas para derrotarse a si mismas por la propia proyección de su fuerza, a consumirse por aburrimiento, por la exponencial desidia de su propia apariencia.

Ella es mi espiral. Ella es mi miedo. Ella es mi peor enemigo. Y cuando se vaya del todo y venga otra, sera ella con otro rostro, pero al fin y al cabo, ella. Eso si lo tengo claro y lo repito hasta que me duele la garganta de manera compulsiva. Ella y sólo ella, ella y su vientre de azúcar, ella y su patitas como palos de golf, ella y sus mofletes de pan, y sus cabellos como nenúfares, y su piel como un lodazal, y su sexo como una garganta almohadillada del mejor cuero.

No existen productos, no hay medicina, planta o engaño capaz de hacerme afrontar la lixiviación de mi alma, la amputación del miembro non-sano, es decir el pecho hendido, el corazón rendido.

Su piel más rijosa que sus ojos, o sus ojos más centelleantes que sus muslos, o por qué no, sus muslos más sudorosos que su pulso. Y en este vesánico miedo donde la sardonia se apodera de esta pobre sonrisa incoherente, yo rezumo piel de sus labios, saliva de su cuello; y mientras tanto ya queda menos para que se apague la espiral, para dejar de echarla de menos.