Que más da por donde salga el sol si en tus venas siempre reinan las sombras.
Te acostumbraste demasiado mal a cobijarte bajo las alas de quien ya no te quiere, y ahora que todo ha terminado, y ahora que sólo quedan unas cuantas plumas que huelen a gallinero viejo y a ausencia, ahora que él ha levantado el vuelo y ha emprendido un viaje bien lejos de ti, ahora, sólo te queda tu oscuridad pequeña y triste mirándose al espejo de las cosas saladas, de las cosas que punzan el vientre.
Qué holocausto, qué canibalismo, que vil autoasesinato, que odio la palabra suicidio.
Te jode enormemente saber que cada segundo que corre está pasando algo que te encantaría observar, probar, acariciar o secar con los labios. Te martiriza no poder estar montada a la vez en todos los trenes del mundo, odias perder trenes, te enferma saber que abandonan los andenes sin ti. Te mata por dentro ser tan guapa, tener una carita tan linda y coqueta, pecar de presumida por fuera y no haberte cuidado el tuétano.
¿Qué tienes ahora fara bonita? dime, ¿qué tienes ahora que ya se cansó de tu belleza, de tu destreza para alinearte el flequillo y ponerte roja siempre que quieres simulando así tus inocencias? ¿qué será de ti sin él, sin trenes, con toda tu belleza y sin toda tu riqueza en el pecho? No te queda nada. No te queda absolutamente nada niña mona, pero sin embargo siempre haces que el tiempo parezca tan rápido al mirarte a la cara que dan ganas de no parar jamás de llorar.
Él, yo, aún te quiere niña mona, aún te ama niña perdida.
martes, 24 de febrero de 2009
jueves, 19 de febrero de 2009
Incluso cuando nadie me mire y menos me vean.
Se han quedado atrás las fieras ensangrentadas, los bandidos y los poetas patibularios deseosos de escribir sobre mi desdén. Bajo el porche hay dos bufones nerviosos esperando hacer buena mofa del desastre. Y justo en la esquina, al lado de la manguera que aún lagrimea, todos y cada uno de los volúmenes de Kierkegaard listos para arder en su propio sufimiento. Todo se ha quedado en el patio de atrás, bien cerradita la verja, bien escondida la llave.
He escuchado en la radio que un hombre presumiblemente ultrajado y engañado se rajó las muñecas y regó todas y cada una de las rosas del jardín de su ex-esposa. Últimamente el mundo está locamente bello. No hay vuelta atrás en este desastre. Hay poesía hasta en las sopas con mosca.
Yo he decidido tragarme la llave, hacerme una o dos pajas y no escuchar más la radio.
Que sí hombre, que sí, que ahora la única manera de estar triste es querer estarlo. Lo dicen todos los psicoanalistas, incluso Freud. Hasta mi abuela sabe eso, pero sólo cuando eres mayor de sesenta y no tienes dinero ni virtudes se te ocurre simplificar las cosas, desayunar pragmatismo y ser feliz sin otro remedio.
Después de cagar la llave y todos los pequeños trozos de pena muerta que aún me quedan bien escondidos voy a tirar de la cisterna. Y juro que a partir de entonces voy a ser bueno incluso de madrugada. Voy a portarme bien con el mundo incluso cuando nadie mira y menos ven, porque puede que ese sea de una vez por todas el secreto para ser feliz sin pretenderlo.
He escuchado en la radio que un hombre presumiblemente ultrajado y engañado se rajó las muñecas y regó todas y cada una de las rosas del jardín de su ex-esposa. Últimamente el mundo está locamente bello. No hay vuelta atrás en este desastre. Hay poesía hasta en las sopas con mosca.
Yo he decidido tragarme la llave, hacerme una o dos pajas y no escuchar más la radio.
Que sí hombre, que sí, que ahora la única manera de estar triste es querer estarlo. Lo dicen todos los psicoanalistas, incluso Freud. Hasta mi abuela sabe eso, pero sólo cuando eres mayor de sesenta y no tienes dinero ni virtudes se te ocurre simplificar las cosas, desayunar pragmatismo y ser feliz sin otro remedio.
Después de cagar la llave y todos los pequeños trozos de pena muerta que aún me quedan bien escondidos voy a tirar de la cisterna. Y juro que a partir de entonces voy a ser bueno incluso de madrugada. Voy a portarme bien con el mundo incluso cuando nadie mira y menos ven, porque puede que ese sea de una vez por todas el secreto para ser feliz sin pretenderlo.
lunes, 9 de febrero de 2009
Pianos, guitarras, sirenas...
Todos tenemos un piano dentro, al menos eso se han empeñado en enseñarme los besos y las canciones. La diferencia radica en el número de teclas negras y blancas que posee cada uno. Yo personalmente conocí a una mujer que sólo tenía teclas negras. Era la mujer que peor besaba del mundo, pero fue la más difícil de olvidar. Ese ruido de su lengua al abofetear mis dientes, ese sonido al vaciarme de saliva y al rajarme la piel de las encías. Ese tosco tacto lleno de la más oscura suntuosidad de la lascivia más prohibida...
Otra vez conocí a una mujer que sólo tenía teclas blancas, pero me gustó tanto que tuve que abandonarla. Era tan perfecta que se vaciaba de tanto llenarme.
Ahora, ni piano ni mujer, estos dedos ya no buscan notas, ni claves de Sol o abrazos de Fa. Aguardan, estas manos aguardan, sin más...apariencia inexacta de vagos cuerpos sin dueño, o con dueño pero sin consciencia de él. Cuerpos, frágiles y plúmbeos con la forma de una guitarra y el sonido lento y dulce de un jirón de miel. Cabellos mercúricos, extremidades otoñales, pausados ritos del placer.
Boguemos, boguemos con vehemencia furiosa y compulsiva como si buscaramos la salvación. Bien profundo, escúchame, bien lejos, permíteme. Huyamos más allá del mar. Que el único sonido sea el del recuerdo, que el remar se confunda con el arte de bucear entre los escombros de otros cuerpos. Ocultémonos, mi cuerpo, ocultémonos expectantes entre el coral.
Y debate vertical entre la parte que reside sobre su cuello y la que cuelga de él. Porque una brama furiosa que las sirenas no tienen cuerpo de guitarra ni pianos al lado de las raspas. Y la otra susurra suavemente, que no es por los instrumentos por lo que huyen hacia el fondo del mar, sino por escucharlas cantar.
Otra vez conocí a una mujer que sólo tenía teclas blancas, pero me gustó tanto que tuve que abandonarla. Era tan perfecta que se vaciaba de tanto llenarme.
Ahora, ni piano ni mujer, estos dedos ya no buscan notas, ni claves de Sol o abrazos de Fa. Aguardan, estas manos aguardan, sin más...apariencia inexacta de vagos cuerpos sin dueño, o con dueño pero sin consciencia de él. Cuerpos, frágiles y plúmbeos con la forma de una guitarra y el sonido lento y dulce de un jirón de miel. Cabellos mercúricos, extremidades otoñales, pausados ritos del placer.
Boguemos, boguemos con vehemencia furiosa y compulsiva como si buscaramos la salvación. Bien profundo, escúchame, bien lejos, permíteme. Huyamos más allá del mar. Que el único sonido sea el del recuerdo, que el remar se confunda con el arte de bucear entre los escombros de otros cuerpos. Ocultémonos, mi cuerpo, ocultémonos expectantes entre el coral.
Y debate vertical entre la parte que reside sobre su cuello y la que cuelga de él. Porque una brama furiosa que las sirenas no tienen cuerpo de guitarra ni pianos al lado de las raspas. Y la otra susurra suavemente, que no es por los instrumentos por lo que huyen hacia el fondo del mar, sino por escucharlas cantar.
jueves, 5 de febrero de 2009
Nadie va a echarte de menos.
Y ahora ya no creo que tu vientre oscuro, maquiavélico y podrido haya llegado a ser nunca la antípoda de mi deseo.
Al igual que tampoco voy a aferrarme jamás a ninguna de tus fotos cuando lo que en realidad deseo es mirarme en el espejo para cortar todos mis adentros, rizos y desvaríos.
Un accidente de avión ocurre ahora cada día dentro de mi pecho con los justos supervivientes, y todo es tan lindo y esperanzador como nacer de nuevo y reinventarse la vida.
Las calles ya no huelen a azahar sino a desplegar de alas y a falta de miedo para lanzarse al mar.
Los andenes de los trenes están ahora llenos de gente que habla sin cesar y que no para de mirarse a los ojos. Ya no se masca chicle a raudales, ni se mira la cremallera de la maleta como si se fuera a escapar.
Ya nadie deja escapar las cosas creyendo que volverán más sanas y más grandes. Ya nadie echa de menos las oportunidades porque por suerte han salido a la calle con bolsillos lo suficientemente grandes como para guardarlas todas.
"Todos nacimos de la música" dijo un poeta castigado con ser sordo. Y es que mientras dure esta canción nada ni nadie va a echarte de menos en esta habitación acechada por la lluvia.
Al igual que tampoco voy a aferrarme jamás a ninguna de tus fotos cuando lo que en realidad deseo es mirarme en el espejo para cortar todos mis adentros, rizos y desvaríos.
Un accidente de avión ocurre ahora cada día dentro de mi pecho con los justos supervivientes, y todo es tan lindo y esperanzador como nacer de nuevo y reinventarse la vida.
Las calles ya no huelen a azahar sino a desplegar de alas y a falta de miedo para lanzarse al mar.
Los andenes de los trenes están ahora llenos de gente que habla sin cesar y que no para de mirarse a los ojos. Ya no se masca chicle a raudales, ni se mira la cremallera de la maleta como si se fuera a escapar.
Ya nadie deja escapar las cosas creyendo que volverán más sanas y más grandes. Ya nadie echa de menos las oportunidades porque por suerte han salido a la calle con bolsillos lo suficientemente grandes como para guardarlas todas.
"Todos nacimos de la música" dijo un poeta castigado con ser sordo. Y es que mientras dure esta canción nada ni nadie va a echarte de menos en esta habitación acechada por la lluvia.
miércoles, 28 de enero de 2009
Fotogramas grises
Tengo un atolladero de ideas en la cabeza, es un silo lleno de trigo negro y misiles con todos los destinatarios nobles del mundo y con toda la fuerza de explosión de un primer orgasmo sin la mano; maraña de sinsentidos tristes pero estéticamente enrojecedora ¿Por qué te niegas a asomar la cabeza como una valiente tortuga con ganas de mirar las nubes? por alguna jodida razón que desconozco te aferras a una concha dura y recia que no es otra qu mi cráneo forjado a base de dolor podrido.
Fotogramas grises.
Llagas en el pelo provocadas por rozar pechos hundidos y excavados de tanta vacía e inútil aspiración. Calcificaciones en los dedos de tocar lo que no es nuestro pero sentimos que nos pertenece. Ojeras en la boca de no dejar dormir las palabras que deben ser guardadas en silencio porque usadas de otra forma pueden cambiar el rumbo de nuestros mundos.
El desolador y desvalido aspecto de una discoteca vacía. Su suelo a las 8:00, justo después de que todo el mundo haya salido por la puerta y sólo queden por llegar las limpiadoras todas de azul y con radios de bolsillo. Me recuerda a ese niño calvo y sin amigos hecho de cáncer, odio y juegos imperfectos. Si permaneces allí de pie por un momento, puedes oir incluso el eco de las canciones resonando sobre los cascos rotos Puedes sentir el hambre de perseguir y ser mordido. Puedes ver los restos de droga, los silbidos, las colillas, los billetes perdidos y las uñas carcomidas, las ganas de morir, los abrazos, las risas, el frío. Puedes ver todo eso e incluso más cosas que aun no se han escrito, porque el hombre en su afán por divertirse o por olvidarse de todo (hasta del olvido) no hace otra cosa que dejar estrias, cicatrices, laceraciones, marcas de haber sentido.
No existe primavera sin invierno decía aquel sabio, y joder cuantísima razón tenía...
Fotogramas grises.
Llagas en el pelo provocadas por rozar pechos hundidos y excavados de tanta vacía e inútil aspiración. Calcificaciones en los dedos de tocar lo que no es nuestro pero sentimos que nos pertenece. Ojeras en la boca de no dejar dormir las palabras que deben ser guardadas en silencio porque usadas de otra forma pueden cambiar el rumbo de nuestros mundos.
El desolador y desvalido aspecto de una discoteca vacía. Su suelo a las 8:00, justo después de que todo el mundo haya salido por la puerta y sólo queden por llegar las limpiadoras todas de azul y con radios de bolsillo. Me recuerda a ese niño calvo y sin amigos hecho de cáncer, odio y juegos imperfectos. Si permaneces allí de pie por un momento, puedes oir incluso el eco de las canciones resonando sobre los cascos rotos Puedes sentir el hambre de perseguir y ser mordido. Puedes ver los restos de droga, los silbidos, las colillas, los billetes perdidos y las uñas carcomidas, las ganas de morir, los abrazos, las risas, el frío. Puedes ver todo eso e incluso más cosas que aun no se han escrito, porque el hombre en su afán por divertirse o por olvidarse de todo (hasta del olvido) no hace otra cosa que dejar estrias, cicatrices, laceraciones, marcas de haber sentido.
No existe primavera sin invierno decía aquel sabio, y joder cuantísima razón tenía...
martes, 20 de enero de 2009
Mamá, de mayor quiero ser Cowboy
Mamá, de mayor quiero ser Cowboy, y me da igual lo que pienses, lo he decidido y me da exactamente igual. Y que sepas que no es por el caballo, ni mucho menos, ya sabes que se me da fatal montar, que odio el olor de una crin en días de lluvia y que tengo más miedo a caer de lomos de un caballo que a mirar desde un brutal rascacielos. Seguro que estás pensando que si no es por el odioso caballo ha de tratarse del revolver, pero no, te vuelves a equivocar, ya sabes que odio el olor de la pólvora y el sonido punzante de la bala al deslizarse por el cañón, y mucho peor, al agujerear la carne. No mamá, sería un cowboy pacífico, lo sabes bien. No es tampoco por usar una cuerda para atar a las vacas en carrera y llevarme trofeos siendo aclamado por todo el Sur; tampoco se trata de poner cara de chico malo apoyado en balaustres de madera anciana, ni de masticar tabaco como pensando en el infinito y sintiendo “ninguna parte”. Tampoco es por beber güisqui ardiente en vasos de chupito de un solo trago, o por llevar botas que suenan a claqué barato, ni cinturones que pesan más que el dolor de las pérdidas. No mamá, cuánto te equivocas conmigo, ya sabes que no me gusta poner cara de malo ni usar palillo de dientes trece horas al día incluso antes del desayuno. Y también sabes que detesto lavarme en pilas de agua fría o tener que pedir cubas de agua caliente al posadero para afeitarme la barba y los intersticios de la memoria árida. Y por supuesto, seguro que no olvidas mi malísima orientación en espacios abiertos, que ni con migas de pan se donde me he dejado el corazón dos besos antes.
Ya ves, no es por nada de eso mamá, por nada de eso…
Todo esto lo hago por el sombrero mamá. Sí, como lo oyes, por el jodido sombrero. Debes de pensar que tu hijo es un tarado, y quizás (por no decir probablemente) lleves razón, pero de mayor quiero aprender a llevar el sombrero sin miedo a que un huracán lo arrastre hasta la luna. Quiero no tenerle miedo al verano, quiero oler a cuero 365 días al año, 24 horas al día, quiero dejarlo sobre la silla y encontrarlo allí siempre al despertar a falta de un buen cuerpo de guitarra, quiero que la sombra vaya siempre conmigo, porque no hay nada más importante en la vida de un hombre triste que estar siempre bajo un buen pedacito de sombra para llorar sin que el sol lo vea, y agachar el ala del sombrero para que nadie sepa que las lágrimas van directamente de la mejilla al corazón, donde deben guardarse, ni más, ni menos.
Ya ves, no es por nada de eso mamá, por nada de eso…
Todo esto lo hago por el sombrero mamá. Sí, como lo oyes, por el jodido sombrero. Debes de pensar que tu hijo es un tarado, y quizás (por no decir probablemente) lleves razón, pero de mayor quiero aprender a llevar el sombrero sin miedo a que un huracán lo arrastre hasta la luna. Quiero no tenerle miedo al verano, quiero oler a cuero 365 días al año, 24 horas al día, quiero dejarlo sobre la silla y encontrarlo allí siempre al despertar a falta de un buen cuerpo de guitarra, quiero que la sombra vaya siempre conmigo, porque no hay nada más importante en la vida de un hombre triste que estar siempre bajo un buen pedacito de sombra para llorar sin que el sol lo vea, y agachar el ala del sombrero para que nadie sepa que las lágrimas van directamente de la mejilla al corazón, donde deben guardarse, ni más, ni menos.
domingo, 11 de enero de 2009
Sedición
Voy a hacer de tu cuerpo un piélago de pellejos y harapos en mi memoria. Me he propuesto, ya no olvidarte, eso sería tortuoso, tremendamente ingenuo por mi parte, imposible.
Sí, cadavérico en días de flores.
Mi propósito y propuesta al mismo tiempo, si me permites la licencia, consiste en recordarte como se hace con las cosas que no merecen ser contadas. Recuperarte contando hasta diez, olvidarte contando hasta cinco, y escupir bien lejos, si eso, bien lejos, pero nada de flemas oiga, nada de eso, que lo nuestro fue jodidamente rojo y ahora es oscuramente negro, y yo jamás osaré insinuar verdes.
Sí, arrojar mejor que escupir, lanzar mejor que tirar, que suena más gallardo y resulta más acorde con mi manera de pasar página. Que nadie pueda encontrar nada cerca de mi, y que nadie, por ende, sepa lo que me has dejado de importar.
RECORDAR como se recuerdan las olas, de manera imperfecta, impersonal, atemporal, porque nadie recuerda el nombre de cada ola que se quiebra, ni su procedencia, ni cuantas conchas ha roto en su desesperación final por no volver al mar hecha puta espuma. Es por ello, un recordar inexacto, plúmbeo, inanimado, un tanto atroz en su difusión y en su niebla, y no por ello menos bello.
Sí, en acuarela. Odio el carboncillo, y pasar horas sombreando, remarcando siluetas. Me gusta salpicar más que retocar. Y aunque suene retorcido nuestro amor es ya un triste salpicón en una tela bien blanquita.
No me gusta el cariz que toma el texto. Oigo a lo lejos el romper de una ola y por la manera en la que se ha derramado se me ocurrió en un impulso ponerle tu nombre. Y no digo más pero acabo de soñar con los ojos abiertos que René Magritte radiografiaba nuestro reencuentro.
No, si al final resultará que el autoengaño es la mejor manera de recordar sin sufrir, creyendo que ya todo está olvidado.
*No quiero odiar las acuarelas.No me obligues a hacerlo.
Sí, cadavérico en días de flores.
Mi propósito y propuesta al mismo tiempo, si me permites la licencia, consiste en recordarte como se hace con las cosas que no merecen ser contadas. Recuperarte contando hasta diez, olvidarte contando hasta cinco, y escupir bien lejos, si eso, bien lejos, pero nada de flemas oiga, nada de eso, que lo nuestro fue jodidamente rojo y ahora es oscuramente negro, y yo jamás osaré insinuar verdes.
Sí, arrojar mejor que escupir, lanzar mejor que tirar, que suena más gallardo y resulta más acorde con mi manera de pasar página. Que nadie pueda encontrar nada cerca de mi, y que nadie, por ende, sepa lo que me has dejado de importar.
RECORDAR como se recuerdan las olas, de manera imperfecta, impersonal, atemporal, porque nadie recuerda el nombre de cada ola que se quiebra, ni su procedencia, ni cuantas conchas ha roto en su desesperación final por no volver al mar hecha puta espuma. Es por ello, un recordar inexacto, plúmbeo, inanimado, un tanto atroz en su difusión y en su niebla, y no por ello menos bello.
Sí, en acuarela. Odio el carboncillo, y pasar horas sombreando, remarcando siluetas. Me gusta salpicar más que retocar. Y aunque suene retorcido nuestro amor es ya un triste salpicón en una tela bien blanquita.
No me gusta el cariz que toma el texto. Oigo a lo lejos el romper de una ola y por la manera en la que se ha derramado se me ocurrió en un impulso ponerle tu nombre. Y no digo más pero acabo de soñar con los ojos abiertos que René Magritte radiografiaba nuestro reencuentro.
No, si al final resultará que el autoengaño es la mejor manera de recordar sin sufrir, creyendo que ya todo está olvidado.
*No quiero odiar las acuarelas.No me obligues a hacerlo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)