jueves, 19 de febrero de 2009

Incluso cuando nadie me mire y menos me vean.

Se han quedado atrás las fieras ensangrentadas, los bandidos y los poetas patibularios deseosos de escribir sobre mi desdén. Bajo el porche hay dos bufones nerviosos esperando hacer buena mofa del desastre. Y justo en la esquina, al lado de la manguera que aún lagrimea, todos y cada uno de los volúmenes de Kierkegaard listos para arder en su propio sufimiento. Todo se ha quedado en el patio de atrás, bien cerradita la verja, bien escondida la llave.

He escuchado en la radio que un hombre presumiblemente ultrajado y engañado se rajó las muñecas y regó todas y cada una de las rosas del jardín de su ex-esposa. Últimamente el mundo está locamente bello. No hay vuelta atrás en este desastre. Hay poesía hasta en las sopas con mosca.

Yo he decidido tragarme la llave, hacerme una o dos pajas y no escuchar más la radio.

Que sí hombre, que sí, que ahora la única manera de estar triste es querer estarlo. Lo dicen todos los psicoanalistas, incluso Freud. Hasta mi abuela sabe eso, pero sólo cuando eres mayor de sesenta y no tienes dinero ni virtudes se te ocurre simplificar las cosas, desayunar pragmatismo y ser feliz sin otro remedio.

Después de cagar la llave y todos los pequeños trozos de pena muerta que aún me quedan bien escondidos voy a tirar de la cisterna. Y juro que a partir de entonces voy a ser bueno incluso de madrugada. Voy a portarme bien con el mundo incluso cuando nadie mira y menos ven, porque puede que ese sea de una vez por todas el secreto para ser feliz sin pretenderlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Huellas