miércoles, 4 de noviembre de 2009

Self-denial.

Os equivocais, y lo peor de todo es que lo haceis a sabiendas de que las consecuencias pueden ser salvajes, tan despiadadas como un mordisco en la nuez o un amor sin mantas. La abnegación no es laudable cuando el sacrificio es imberbe. ¡No! Desprenderse de lo que sobra no es un sacrificio, es un acto de liberación, sin más. Es tirar muebles viejos llenos de polvo, trozos de madera sin memoria.

Y entre tanto los ves sintiéndose realizados, con la barbilla respingona y el pecho hinchado, orgullosos del trabajo bien hecho y con pose de valiente porque han lanzado todos sus poemas al mar. Pobres. Yo me río mientras los observo sentado en la playa, no me queda otra porque lo que de verdad duele es lanzar la pluma y las ganas de escribir, y si me aprietan: las manos.

El verdadero sacrificio es desprenderse sufriendo por alcanzar un bien mayor. Soltar las sobras es como escupir, como sonarse los mocos o vomitar: es un acto vacío, una trivial manera de desposeerse por un segundo, de aumentar nuestro espacio, hacer huecos, dejar lugar para otras cosas nuevas más placenteras. ¿Pero y el sufrimiento? La abnegación es un ojo sacado con pinzas, un oso removiendo tus tripas y comiendo de tu pecho, y tú consciente. La abnegación es un amigo que se va para siempre, diez litros de semen para beber en treinta y seis horas, un barco que nunca llegó a puerto, una chica a la que el cortan las alas, un patio de recreo donde se fragmenta la inocencia como el hijo de puta que te rompe la primera canica. Eso es abnegación, porque lo que sueltas, aquello de lo que te desprendes, ha de arañar antes de marcharse, debe ser como si alguien te metiera el puño hasta las entrañas y te arrebatara un trozo de tu vida; un trozo que se resiste a salir y que en el acto de abandono del cuerpo revuelve todo por dentro, corta el esófago con un cúter, clava un garfio en el píloro y secciona parte de la lengua para que jamás puedas decir "te extraño".

Cobardes. Menudo engañabobos. Por ellos la ciudad está en ruínas y las cementeras no paran de sonar como truenos dentro de una cueva. Las reparaciones no son posibles o es que no lo veis. Se está construyendo sobre territorio mojado y no es precisamente agua, son lágrimas las que cubren la piel de las calles. De todos es sabido que la sal cura las heridas del hombre, pero la sal a borbotones y las sombras a raudales pudren la tierra. Las esquinas están más afiladas que nunca, los columpios oxidados, ya hasta las costillas de los niños son todo aristas.

Y por muchos solsticios de verano, por muchos millones de ecuaciones que nos restrieguen en el colegio una y otra vez, por muchos cálculos matemáticos y fórmulas químicas que inunden nuestras conciencias y tatuen las suelas de nuestros pies, lo fundamental sigue sin inventarse. Miedo más comodidad siempre acabará siendo igual a desesperanza, llueva o haga sol, y lo peor de todo es que nadie puede pararlo si reina la abnegación zafia del triste y complaciente humano: la solución de sacrificar el presente por un futuro sin brazos.

2 comentarios:

  1. Acertaste, día de lluvia. Gracias por las "Postales"... ;)

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  2. oh! gracias, lo repasare más a fondo.he estado super liada y quiero pararme a desentrañarlo un poco mejor!(marcapasos)
    un saludo

    -ya hasta las costillas de los niños son todo aristas- me gusta

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