sábado, 7 de noviembre de 2009

Cuesta arriba, cuesta abajo.

Lo único que nos une aquí es la muerte y la lluvia. Por mucho que nos duela, por mucho que nos joda afrontarlo, es así y no hay más...

Ahora que cada cual ensaye sus lamentos, prepare el traje, los calzoncillos o las bragas, y elija champagne, vino, agua, helado y cuchara grande o pequeña para cuando le toque.

El telediario, las cartas y los chicos de la esquina pueden decir misa pero te aseguro que la muerte, mi muerte, no es ni salvación ni redención. La muerte, mi muerte: es perdida,y para los cobardes quizás huída, aunque esto es discutible. ¿Morir cuando eres joven con la boca llena de caviar y las venas hasta las trancas de coca y morfina? ¿Marcharse nadando entre miel, evitando el mercurio, en la cumbre, viendo el mundo no desde el ombligo sino desde el pezón más punzante jamás eregido? Los hay también que lo llaman inteligencia sí, nada de cobardía.

La vida no es una montaña, es una pirámide invertida. Primero toca la bajada, lo fácil, derrapando a toda hostia si lo prefieres, sin frenos, sin mirar el paisaje. Luego toca la cuesta arriba, asfixiarse, las pendientes inclinadas, sudar y hacerse realmente viejo. Es aquí cuando muchos deciden el tiro en la nuca, otros hacerse los borrachos y caer por la borda, otros un buen cúter, un bonito precipicio...todo es lo mismo al fin y al cabo. Temen afrontar la cuesta, se acaban quitando del miedo-medio. Y yo no soy quien juzga si Cobain fue un héroe por llorar más que sonreir y marcharse en lo más alto o en lo más profundo de la cuesta (según se mire) con una guitarra en la mano. Yo sólo se lo que a mi me gustaría: poder ver mi vida hacia atrás en lo más alto de la cima, y hasta llegar allí hacer pequeños pic-nic en cada uno de los salientes de la montaña, de manera pausada, siendo consciente de los errores y de los logros, y recordarla no solo como una carrera sin frenos sino como una sucesión de etapas trepidantes. En lo más alto, lanzar a mi descendencia con la fuerza justa en el inicio de la vida para que no se acaben partiendo la crisma.

Así que, ¿una guitarra o una pistola? Pues la guitarra que toque "Nutshell" y la pistola para espantar a los buitres. Entre tanto una piel de mujer tan pálida como un Boeing 737 empicado hacia el desierto, sabes que puedes salvarte del choque pero te va a acabar matando el Sol, en este caso el calor escondido debajo de su piel.

Se nota que estoy con Henry Miller bajo la almohada...

La muerte, mi muerte, es tuétano gris y convulso, es mielina ligeramente latente como una polla que reposa tras una eyaculación, un cuello amputado de girafa sembrando la tierra hosca de sangre caliente, sonidos de putrefacción, otoño y cañones de escopeta. La muerte es todo eso multiplicado por un millón de lamentos, elevado al enésimo recuerdo, a la más perpétua de las memorias.
Y que conste que yo no hablo de esto por gusto, lo hago por preocupación, como parte de una terapia. Podríamos decir que estoy afrontándolo antes de que ocurra. Todo es por ella que se me está diluyendo lentamente, que se me escapa de las manos como un puñado de arena en un campo de albero. De no ser así jamás hablaría de la muerte, no es mi estilo. Es más, me cago en la muerte, me la pela la muerte, que le follen a la muerte.
¿Pero y ella? se me está apagando poco a poco. A veces la miro los pequeños ojos verdes como fondo de mar y le digo que lo está haciendo en un regodeo herrumbroso, que nos está infectando de pena todas las paredes, desde la bolsa de la basura hasta las pinzas de la ropa, pasando por los tomos enciclopédicos y la cubertería de bodas de mis padres. Y ojo, no es que tenga nada que reprocharle, pero es tan triste irse y no acabar de hacerlo.
He aprendido a tolerar a regañadientes que se marchará del todo y que mientras tanto su forma de decir adiós es aferrándose a cada mueble y arañando nuestra felicidad, dejando cicatrices imborrables, marchitando las marcos de los cuadros.
El final pausado y volátil como parte de un amargor escondido tras la última muela pero que acabará dando la nota.
Como una vela que se ahoga en una cueva. Paredes de una cámara frigorífica llena de trozos de escarcha. Frías extensiones de metal inquebrantables. Exánimes trozos de carne hedionda colgando del báter y goteando sudor y sangre, lágrimas y restos de alambre sobre la placa de la ducha.
Sólo variarán las dimensiones del agujero, lo demás es más de lo mismo: un camino con múltiples desvíos que conduce siempre al mismo hoyo lúgubre y angosto. Siempre tan húmedo como una despedida en la cubierta de un barco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Huellas