miércoles, 25 de noviembre de 2009

Llagas.

La almohada está podrida. La ciudad también pero eso no me importa, créeme que no. Aquí lo único relevante es que la calefacción no puede derretir el adiós. Esta habitación es más fría que todos los congeladores del mundo llorando al mismo tiempo, y todo porque ya no estás, y voy más lejos, porque el despertador se ha roto y marca la peor hora posible: 6:30, y porque te has dejado el diario encima de la mesilla y he tenido que curiosearlo y me he dado cuenta de que soy para ti tan insignificante como un pintalabios, tu compresa o la fecha de cumpleaños de tu prima Eugenia, y eso duele ¿sabes? Duele como morir dos veces a manos del mismo engaño o asfixiado bajo tres toneladas de mierda de elefante. Es un dolor con un componente de autoconmiseración, idiotez, lástima de nuestros propios labios y todo lo que dijeron.
Por cierto, tengo una llaga bajo el labio superior, escondida delante de un colmillo. Se llama como tú, estoy seguro que me lo hiciste en el último beso, a perpetuidad y a propósito. Me has podrido la boca para así no dejar de recordarte sin poder pronunciar tu nombre.

Paradójico...Anécdotico...Catastrófico...

A veces siento cantar a Maria Callas bajo mi lengua. "O mio babbino caro" encerrado en mi boca. Un peta-zeta que raja mis encías como un niño sin futuro, una cuchilla de afeitar sin dueño rodando de una palabra a otra dentro de mi puto hocico, abriendo las cosas de par en par, haciéndolas brotar las raíces más yermas.

Llorar no es nada. Yo sólo lloro cuando quiero llevarme a la cama a alguien sensible, demasiado sensible. Llorar es igual que sangrar o perder el rumbo, nada relevante. Casi tan importante como saber tender la ropa, saber doblar calcetines, saber como cuajar una buena tortilla. Todo es casi igual de trascendental si no tienes miedo. Llorar no es la excepción. Llorar no es nada amigo, nada...

*Adios, miedo, lágrimas. La misma mierda, diferente careta.*

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