¿Exagero? ¿Estoy contando todo esto como medio para presumir, para alardear? ¿Experimento realmente esta agitación, esta desazón, como una aflicción o como un logro? ¿Las dos cosas? Podría ser ¿O es sólo un medio de evasión? Mire, al menos no me encuentro a mis treinta y pico años encerrado en un matrimonio con una linda personita cuyo cuerpo ha dejado de producirme auténtico interés..., al menos no tengo que acostarme todas las noches con alguien, con quien, por regla general jodo más por obligación que por lascivia. Me refiero a la depresión como pesadilla que algunas eprsonas sienten a la hora de acostarse...Por otra parte, debo admitir que existe quizás, desde cierto punto de vista, algo un poco deprimente también en mi situación. Desde luego no puede uno tenerlo todo, así me parece al menos, pero la cuestión es: ¿Tengo algo? ¿Cuánto tiempo más voy a continuar realizando estos experimentos con mujeres? ¿Cuánto tiempo voy a seguir introduciendo esta cosa en los agujeros que se ponene a mi alcance..., primero este agujero, luego, cuando me canso de éste, aquel otro agujero... y así sucesivamente. ¿Cuándo terminará ésto? ¿Por qué debe terminar? ¿Por complacer a un padre y a una madre? ¿Por adecuarme a la norma? ¿Por qué tengo que estar tan a la defensiva de ser lo que honorablemente se llamaba hace algunos años un soltero? Después de todo no es más que eso..., soltería. Así que ¿Cuál es el delito? ¿Libertad sexual? ¿En estos tiempos? ¿Por qué tengo que doblegarme yo ante la burguesía? ¿Les pido a ellos que se dobleguen ante mí? Quizás es que tengo un cierto espíritu bohemio ¿es eso tan terrible? ¿A quién perjudico con mi lujuria? Yo no fuerzo a las damas, no las obligo a meterse en la cama conmigo. Yo soy, si se me permite decirlo, un hombre honrado y compasivo... ¡Pero por qué tengo que explicarme! ¡Por qué tengo que justificar mis deseos con mi Compasión y mi Honradez! También yo tengo deseos...,sólo que son interminables. ¡Interminables! Y eso, eso puede no ser una bendición, adoptando por el momento un punto de vista psicoanalítico. Pero todo lo que el subconsciente puede hacer, según nos dice Freud, es desear. ¡Y desear! ¡Y DESEAR! ¡Oh, Freud, yo lo sé muy bien! Ésta tiene unas nalgas preciosas, pero habla demasiado. Por el contrario, esta otra no habla nada en absoluto, al menos no dice nada que tenga sentido, pero, amigo, ¡sabe chupar! ¡Qué desterza! Mientras que aquí hay un encanto de chica, con los pezones más suaves, rosados y deliciosaso que he tenido jamás entre los labios, sólo que no quiere acostarse conmigo. ¿No es extraño? Y, sin embargo (cualquiera entiende a la gente), su placer es tener uno u otro de mis dedos índices cómodamente alojado en su ano. ¡Qué misterio es esto! ¡La infinita fascinación de estas aberturas y orificios! Ya ve, ¡simplemente no puedo detenerme! Ni ligarme a ninguna. Tengo relaciones que duran hasta un año, un año y medio, meses y meses de amor, tierno y voluptuoso a la vez, pero al final (es tan inevitable como la muerte) el tiempo pasa y la concupiscencia desaparece. Al final, simplemente no puedo dar ese paso hacia el matrimonio. pero ¿por qué tengo que darlo? ¿Por qué? ¿Hay alguna ley que diga Alex Portnoy tiene que ser marido y padre de alguien? Doctor, puede subirse al alféizar de la ventana y amenazar con arrojarse a la calle, pueden amontonar el Seconal hasta el techo, puedo yo tener que vivir semanas y semanas con el miedo de que esas chicas inclinadas hacia el matrimonio se tiren al paso de un tren subterráneo , pero es que, simplemente, no puedo, simplemente, no me es posible, concluir un contrato para dormir solamente con una mujer durante todo el resto de mis días. Imagínese: Supongamos que me lanzo y me caso con A con sus deliciosas tetas y todo eso, ¿qué pasará cuando aparezca B, que las tiene aún más deliciosas, o, en todo caso, más nuevas? o C, que sabe mover las caderas de una forma especial que nunca he probado; o D, o E, o F. Estoy intentando ser franco con usted, doctor, porque, con el sexo, la imaginación humana llega hasta Z, ¡y aún más allá! ¡Tetas y coños y piernas y labios y bocas y lenguas y ojos de culo! ¿Cómo puedo renunciara lo que nunca he tenido por una muchacha que por deliciosa y provocativa que en otro tiempo pueda haber sido, acabará siendo tan familiar para mi como una barra de pan? ¿Por amor? Qué amor? ¿Es eso lo que une a todas esas parejas que conocemos, las que hasta se toman la molestia de dejarse unir? ¿No se trata más bien de debilidad? ¿No es más bien conveniencia, apatía y culpabilidad? ¿No es más bien miedo, agotamiento o inercia, cobardía pura y simple, más, mucho más que ese "amor" en que los consejeros matrimoniales y los letristas de canciones y los psicoterapeutas están soñando siempre? Por favor, no nos vengamos con tonterías sobre el "amor" y su duración. Por eso es por lo que yo pregunto: ¿Cómo puedo yo casarme con alguien a quien "amo", sabiendo perfectamente que dentro de cinco, seis, siete años voya estar merodeando por las calles al acecho de una nueva y desconocida putilla, mientras mi fiel esposa, que me ha dado un hogar tan encantador, etcétera, sufre valientemente en silencio su soledad y su abandono? ¿Cómo podría yo enfrentarme a mis amantes hijos? Y, luego, el divorcio, ¿no? La manutención de los hijos. Los alimentos. Los derechos de visita. Maravillosa perspectiva, maravillosa.
EL LAMENTO DE PORTNOY. Philip Roth.
jueves, 31 de diciembre de 2009
El tipo del bar.
Todos me odian ya en el barrio; todos, menos el tipo del bar. El florero, el farmacéutico, el panadero y el frutero. Todos, absolutamente todos, menos el tipo del bar.
miércoles, 30 de diciembre de 2009
domingo, 20 de diciembre de 2009
Y Cleopatra está allí al fondo...
Y está allí al fondo y parece que no hace nada si no eres uno de los nuestros.
Somos capaces de renegar de la patria, el bocadillo y las venas. Ahora no tenemos nombre ni lugar donde morir y sólo queremos sus bragas como bandera o sus cabellos como soga al cuello.
Sonidos entrecotados, risas, cuchicheos, ruído de vasos rotos y de labios fumando y chupando.
Cañones de luz sideral bombardeándole el esqueleto como etéreas ráfagas de Ak-47.
Miradas láser atravesándole la piel y haciendo microcultivos con cada una de sus células, poniéndolas a remojo y metiéndolas en yogures vacíos con mucho algodón para ver si germinan sus labios como las lentejas de los experimentos de preescolar.
Contonea las caderas como una quinceañera asustada por el primer huracán, como si no supiera la de mentiras, cocaína y desplantes que brotan de cada canción. Y sin embargo todo lo que tendría que tener de inocencia e ingenuidad ya se encargaron de robárselo otros en falsas camas e incumplidas promesas, y su propia belleza cada día con una pistola en la sien le arrebata lo poco de niña que le queda.
De cada pene que la rodea surje un fino hilo que va a su pecho y se engancha en la válvula tricúspide, y desde esa cámara frigorífica, desde ese iglú con forma de corazón, a cada latido ella va moviéndonos a su antojo. Tristes marionetas pendientes de como bebe, se ríe o dice adios, de cuando va al servicio, saca un cleanex o el móvil. Y a quién llamará, y qué estará bebiendo y de que color tiene el ayer...
Y al final de la noche me marcho y me digo que no es más que una puta aunque no he escuchado su voz. Se lo llamo porque es una estúpida manera de consolarme, una cruel excusa para aniquilar la ilógica hormonal, la que hizo de mi toda la noche una tonta marioneta asustada por mi Cleopatra, la morena del flequillo cortado a tazón.
Somos capaces de renegar de la patria, el bocadillo y las venas. Ahora no tenemos nombre ni lugar donde morir y sólo queremos sus bragas como bandera o sus cabellos como soga al cuello.
Sonidos entrecotados, risas, cuchicheos, ruído de vasos rotos y de labios fumando y chupando.
Cañones de luz sideral bombardeándole el esqueleto como etéreas ráfagas de Ak-47.
Miradas láser atravesándole la piel y haciendo microcultivos con cada una de sus células, poniéndolas a remojo y metiéndolas en yogures vacíos con mucho algodón para ver si germinan sus labios como las lentejas de los experimentos de preescolar.
Contonea las caderas como una quinceañera asustada por el primer huracán, como si no supiera la de mentiras, cocaína y desplantes que brotan de cada canción. Y sin embargo todo lo que tendría que tener de inocencia e ingenuidad ya se encargaron de robárselo otros en falsas camas e incumplidas promesas, y su propia belleza cada día con una pistola en la sien le arrebata lo poco de niña que le queda.
De cada pene que la rodea surje un fino hilo que va a su pecho y se engancha en la válvula tricúspide, y desde esa cámara frigorífica, desde ese iglú con forma de corazón, a cada latido ella va moviéndonos a su antojo. Tristes marionetas pendientes de como bebe, se ríe o dice adios, de cuando va al servicio, saca un cleanex o el móvil. Y a quién llamará, y qué estará bebiendo y de que color tiene el ayer...
Y al final de la noche me marcho y me digo que no es más que una puta aunque no he escuchado su voz. Se lo llamo porque es una estúpida manera de consolarme, una cruel excusa para aniquilar la ilógica hormonal, la que hizo de mi toda la noche una tonta marioneta asustada por mi Cleopatra, la morena del flequillo cortado a tazón.
domingo, 13 de diciembre de 2009
El intersticio de mis cosas.
Este barrio está tatuado con nuestra miel...
El columpio preferido de tu hermano mirando de reojo y viéndonos destrozar la ropa interior a tirones bajo los abrigos. El banco donde se enredaron nuestras cresta ilíacas como trenzas de esparto. Vello púbico en el portal de tu prima, corridas disimuladas en la pared, siempre bajo el buzón del presidente de la Asociación de Vecinos.
Siniestros de melanina en la arena.
Aquella esquina: matrimonio de dos con trescientos diecisiete litros de nuestra saliva; divorcio de nuestros sensenta y tres dientes; a mi me falta un colmillo de tanto intentar escarbarte mordiendo el esternón.
Tuétanos, mentiras, canciones a medias, porque hemos desafinado tanto...
"Perdóname" con la boca chica. Dije yo, oiste tú.
"Soy más yo que ningún otro y tú más de mi que cualquiera" con la boca bien grande, gigante.
Creeer con tres "es", sin condiciones, desconfianzas o barbitúricos azules.
Y ahora llevas la virgen de guadalupe tatuada en el hombro y dos golondrinas new school a ambos lados de tu pecho. Y a mi me da más alivio que pena saber que lastras una vagina herrumbrosa y un encéfalo plagado de historias rotas como nueces. Placer para los demás. Inconsistencia para tu piel.
Flexión dorsal de la muñeca. La cuchilla no afilada se dedica a taladrar más que a seccionar. Los tendones de los flexores saltán en un chasquido como cuerdas de guitarra arrancadas de un mordisco. De las venas brota algo más que sangre y algo menos que un arrepentimiento. Todo esto es tu liberación maldita.
Y la gente habla y habla de una punta a otra, no saben hacer otra cosa. Desde la plaza de la Magdalena hasta los jardines del mercado todos saben que te has ido sin recoger la ropa ni apagar la bombona. Pero ese gas no estalla si tu piel no le prende fuego.
Ya no se pintan corazones en las paredes acompañados de fechas y nombres propios. Sólo elaborados grafitis de figuras ininteligibles, supuestamente humanos, aunque parecen pútridas figuras simiescas de hielo al borde de la descomposición solar. "Biohazard Love" en amarillo chillón justo en el medio de sus cuerpos, donde se supone que han de albergar el corazón, las tripas, las historias. Menuda jodienda más triste. Da asco pasear. Da asco tener recuerdos.
Y encima apenas se fuma hachís (que esa es otra), ni maría, mucho menos opío o metodología del suicidio. Es como cuando un gran jugador se retira y cuelgan su camiseta y nadie más puede colocársela porque es un puto sacrilegio sudar su número. Para esos chiquillos eres la Michael Jordan del humo y las bocanadas de aire destrozado, el número veintitrés que siempre desearon tener del todo y jamás consiguieron, se quedaron en la entrepierna. Yo no, yo se lo que es echarte de menos por las canciones, la pasta sin cebolla, los berrinches, las mantas...
Tu camiseta está en lo más alto del madroño de Calle Eugenia Emperatriz. Sólo por si me lees desde lo alto.
Joder que bueno. Todos tienen miedo a fumar. Te han dejado los honores del humo y el adios. Todos tienen miedo a recordar tus labios, incluso yo que ya no soy un puto crío, como ellos. Yo, que tantas y tantas veces los he usado para correrme y limpiarme los impulsos del animal enfermo, ahora los echo de menos como un dedo.
Aquí no se ha vuelto a querer desde que tu te fuiste.
Aquí ya no se lleva follar caras bonitas, ha pasado de moda.
Ahora deseamos poseer a todas las mujeres con cresta rosa sobre la faz de la tierra.
El intersticio de mis cosas ya no es una grieta o una ligera brecha, soy yo mismo sin ti, es un vacío insostenible como un precipicio sin paracaidas ni puentes colgantes. Una excusa más para dejar de ser féliz en invierno.
El columpio preferido de tu hermano mirando de reojo y viéndonos destrozar la ropa interior a tirones bajo los abrigos. El banco donde se enredaron nuestras cresta ilíacas como trenzas de esparto. Vello púbico en el portal de tu prima, corridas disimuladas en la pared, siempre bajo el buzón del presidente de la Asociación de Vecinos.
Siniestros de melanina en la arena.
Aquella esquina: matrimonio de dos con trescientos diecisiete litros de nuestra saliva; divorcio de nuestros sensenta y tres dientes; a mi me falta un colmillo de tanto intentar escarbarte mordiendo el esternón.
Tuétanos, mentiras, canciones a medias, porque hemos desafinado tanto...
"Perdóname" con la boca chica. Dije yo, oiste tú.
"Soy más yo que ningún otro y tú más de mi que cualquiera" con la boca bien grande, gigante.
Creeer con tres "es", sin condiciones, desconfianzas o barbitúricos azules.
Y ahora llevas la virgen de guadalupe tatuada en el hombro y dos golondrinas new school a ambos lados de tu pecho. Y a mi me da más alivio que pena saber que lastras una vagina herrumbrosa y un encéfalo plagado de historias rotas como nueces. Placer para los demás. Inconsistencia para tu piel.
Flexión dorsal de la muñeca. La cuchilla no afilada se dedica a taladrar más que a seccionar. Los tendones de los flexores saltán en un chasquido como cuerdas de guitarra arrancadas de un mordisco. De las venas brota algo más que sangre y algo menos que un arrepentimiento. Todo esto es tu liberación maldita.
Y la gente habla y habla de una punta a otra, no saben hacer otra cosa. Desde la plaza de la Magdalena hasta los jardines del mercado todos saben que te has ido sin recoger la ropa ni apagar la bombona. Pero ese gas no estalla si tu piel no le prende fuego.
Ya no se pintan corazones en las paredes acompañados de fechas y nombres propios. Sólo elaborados grafitis de figuras ininteligibles, supuestamente humanos, aunque parecen pútridas figuras simiescas de hielo al borde de la descomposición solar. "Biohazard Love" en amarillo chillón justo en el medio de sus cuerpos, donde se supone que han de albergar el corazón, las tripas, las historias. Menuda jodienda más triste. Da asco pasear. Da asco tener recuerdos.
Y encima apenas se fuma hachís (que esa es otra), ni maría, mucho menos opío o metodología del suicidio. Es como cuando un gran jugador se retira y cuelgan su camiseta y nadie más puede colocársela porque es un puto sacrilegio sudar su número. Para esos chiquillos eres la Michael Jordan del humo y las bocanadas de aire destrozado, el número veintitrés que siempre desearon tener del todo y jamás consiguieron, se quedaron en la entrepierna. Yo no, yo se lo que es echarte de menos por las canciones, la pasta sin cebolla, los berrinches, las mantas...
Tu camiseta está en lo más alto del madroño de Calle Eugenia Emperatriz. Sólo por si me lees desde lo alto.
Joder que bueno. Todos tienen miedo a fumar. Te han dejado los honores del humo y el adios. Todos tienen miedo a recordar tus labios, incluso yo que ya no soy un puto crío, como ellos. Yo, que tantas y tantas veces los he usado para correrme y limpiarme los impulsos del animal enfermo, ahora los echo de menos como un dedo.
Aquí no se ha vuelto a querer desde que tu te fuiste.
Aquí ya no se lleva follar caras bonitas, ha pasado de moda.
Ahora deseamos poseer a todas las mujeres con cresta rosa sobre la faz de la tierra.
El intersticio de mis cosas ya no es una grieta o una ligera brecha, soy yo mismo sin ti, es un vacío insostenible como un precipicio sin paracaidas ni puentes colgantes. Una excusa más para dejar de ser féliz en invierno.
miércoles, 2 de diciembre de 2009
En mi nevera.
Y en mi nevera, si apartas las latas de cerveza y el corazón, sigue habiendo material para escribir todas las canciones tristes del mundo...
miércoles, 25 de noviembre de 2009
Llagas.
La almohada está podrida. La ciudad también pero eso no me importa, créeme que no. Aquí lo único relevante es que la calefacción no puede derretir el adiós. Esta habitación es más fría que todos los congeladores del mundo llorando al mismo tiempo, y todo porque ya no estás, y voy más lejos, porque el despertador se ha roto y marca la peor hora posible: 6:30, y porque te has dejado el diario encima de la mesilla y he tenido que curiosearlo y me he dado cuenta de que soy para ti tan insignificante como un pintalabios, tu compresa o la fecha de cumpleaños de tu prima Eugenia, y eso duele ¿sabes? Duele como morir dos veces a manos del mismo engaño o asfixiado bajo tres toneladas de mierda de elefante. Es un dolor con un componente de autoconmiseración, idiotez, lástima de nuestros propios labios y todo lo que dijeron.
Por cierto, tengo una llaga bajo el labio superior, escondida delante de un colmillo. Se llama como tú, estoy seguro que me lo hiciste en el último beso, a perpetuidad y a propósito. Me has podrido la boca para así no dejar de recordarte sin poder pronunciar tu nombre.
Paradójico...Anécdotico...Catastrófico...
A veces siento cantar a Maria Callas bajo mi lengua. "O mio babbino caro" encerrado en mi boca. Un peta-zeta que raja mis encías como un niño sin futuro, una cuchilla de afeitar sin dueño rodando de una palabra a otra dentro de mi puto hocico, abriendo las cosas de par en par, haciéndolas brotar las raíces más yermas.
Llorar no es nada. Yo sólo lloro cuando quiero llevarme a la cama a alguien sensible, demasiado sensible. Llorar es igual que sangrar o perder el rumbo, nada relevante. Casi tan importante como saber tender la ropa, saber doblar calcetines, saber como cuajar una buena tortilla. Todo es casi igual de trascendental si no tienes miedo. Llorar no es la excepción. Llorar no es nada amigo, nada...
*Adios, miedo, lágrimas. La misma mierda, diferente careta.*
Por cierto, tengo una llaga bajo el labio superior, escondida delante de un colmillo. Se llama como tú, estoy seguro que me lo hiciste en el último beso, a perpetuidad y a propósito. Me has podrido la boca para así no dejar de recordarte sin poder pronunciar tu nombre.
Paradójico...Anécdotico...Catastrófico...
A veces siento cantar a Maria Callas bajo mi lengua. "O mio babbino caro" encerrado en mi boca. Un peta-zeta que raja mis encías como un niño sin futuro, una cuchilla de afeitar sin dueño rodando de una palabra a otra dentro de mi puto hocico, abriendo las cosas de par en par, haciéndolas brotar las raíces más yermas.
Llorar no es nada. Yo sólo lloro cuando quiero llevarme a la cama a alguien sensible, demasiado sensible. Llorar es igual que sangrar o perder el rumbo, nada relevante. Casi tan importante como saber tender la ropa, saber doblar calcetines, saber como cuajar una buena tortilla. Todo es casi igual de trascendental si no tienes miedo. Llorar no es la excepción. Llorar no es nada amigo, nada...
*Adios, miedo, lágrimas. La misma mierda, diferente careta.*
lunes, 16 de noviembre de 2009
El día que la poesía asesinó a nuestros miedos
El día que leí a Walt Withman cayeron máquinas de escribir del cielo y una me abrió el pecho con toda la fuerza de una despedida.
Aquel día hubo tres horizontes diferentes, todo olía a ropa con mucho suavizante y hubo un dominical aunque llovía y era miercoles.
Aquel día hice tres torniquetes en diferentes zonas de mi cerebro pero aún así tuve lagunas mentales y charcos suficientes para inundar toda una ciudad de sueños.
Aquel día alguien sin nombre me cortó las bolas, me las metió en la boca, me cosió los labios con esparto y me hizo masticar mis huevos como si se tratara de una maquina tritura-miedos.
Aquel día supe a que sabe la mezcla de mis pecados y mi sangre, aprendí a vivir fuera de las cloacas, a reconocer el olor de la ropa cara, las putas y los falsos serrallos llenos de cabezas, coños y serrín.
Aquel día hice sitio a la guitarra, limpié la nevera y cambié mi religión; pasó de ser comprar zapatillas y vagabundear bebiendo de las esquinas del tedio, a una paja y un poema de Rimbaud antes de dormir y un batido de plátano y un tema de Jeff Buckley cada amanecer.
Te digo todo esto porque la poesía se ha encargado de matar a sangre fría todos mis miedos, que eran muchos...
Aquel día hubo tres horizontes diferentes, todo olía a ropa con mucho suavizante y hubo un dominical aunque llovía y era miercoles.
Aquel día hice tres torniquetes en diferentes zonas de mi cerebro pero aún así tuve lagunas mentales y charcos suficientes para inundar toda una ciudad de sueños.
Aquel día alguien sin nombre me cortó las bolas, me las metió en la boca, me cosió los labios con esparto y me hizo masticar mis huevos como si se tratara de una maquina tritura-miedos.
Aquel día supe a que sabe la mezcla de mis pecados y mi sangre, aprendí a vivir fuera de las cloacas, a reconocer el olor de la ropa cara, las putas y los falsos serrallos llenos de cabezas, coños y serrín.
Aquel día hice sitio a la guitarra, limpié la nevera y cambié mi religión; pasó de ser comprar zapatillas y vagabundear bebiendo de las esquinas del tedio, a una paja y un poema de Rimbaud antes de dormir y un batido de plátano y un tema de Jeff Buckley cada amanecer.
Te digo todo esto porque la poesía se ha encargado de matar a sangre fría todos mis miedos, que eran muchos...
jueves, 12 de noviembre de 2009
Trópico de Cáncer.
“El mundo cada vez se parece más a un sueño de entomólogo. La tierra se está saliendo de su órbita, el eje se ha desplazado; la nieve desciende desde el norte en enormes ráfagas de azul acerado. Se nos viene encima una nueva era glacial, las suturas transversas se están cerrando y por toda la zona del maíz el mundo fetal se muere, y se convierte en mastoides inerte. Los deltas se secan centímetro a centímetro y los lechos de los ríos están lisos como cristales. Amanece un nuevo día, un día metalúrgico, en que la tierra va a resonar con chaparrones de mineral amarillo brillante. A medida que desciende el termómetro, la forma del mundo se va desdibujando; todavía hay ósmosis, y aquí y allá articulación, pero en la periferia las venas están todas varicosas, en la periferia las ondas de luz se arquean y el sol sangra como un recto roto.”
Henry Miller. Trópico de Cáncer.
Henry Miller. Trópico de Cáncer.
sábado, 7 de noviembre de 2009
Cuesta arriba, cuesta abajo.
Lo único que nos une aquí es la muerte y la lluvia. Por mucho que nos duela, por mucho que nos joda afrontarlo, es así y no hay más...
Ahora que cada cual ensaye sus lamentos, prepare el traje, los calzoncillos o las bragas, y elija champagne, vino, agua, helado y cuchara grande o pequeña para cuando le toque.
El telediario, las cartas y los chicos de la esquina pueden decir misa pero te aseguro que la muerte, mi muerte, no es ni salvación ni redención. La muerte, mi muerte: es perdida,y para los cobardes quizás huída, aunque esto es discutible. ¿Morir cuando eres joven con la boca llena de caviar y las venas hasta las trancas de coca y morfina? ¿Marcharse nadando entre miel, evitando el mercurio, en la cumbre, viendo el mundo no desde el ombligo sino desde el pezón más punzante jamás eregido? Los hay también que lo llaman inteligencia sí, nada de cobardía.
La vida no es una montaña, es una pirámide invertida. Primero toca la bajada, lo fácil, derrapando a toda hostia si lo prefieres, sin frenos, sin mirar el paisaje. Luego toca la cuesta arriba, asfixiarse, las pendientes inclinadas, sudar y hacerse realmente viejo. Es aquí cuando muchos deciden el tiro en la nuca, otros hacerse los borrachos y caer por la borda, otros un buen cúter, un bonito precipicio...todo es lo mismo al fin y al cabo. Temen afrontar la cuesta, se acaban quitando del miedo-medio. Y yo no soy quien juzga si Cobain fue un héroe por llorar más que sonreir y marcharse en lo más alto o en lo más profundo de la cuesta (según se mire) con una guitarra en la mano. Yo sólo se lo que a mi me gustaría: poder ver mi vida hacia atrás en lo más alto de la cima, y hasta llegar allí hacer pequeños pic-nic en cada uno de los salientes de la montaña, de manera pausada, siendo consciente de los errores y de los logros, y recordarla no solo como una carrera sin frenos sino como una sucesión de etapas trepidantes. En lo más alto, lanzar a mi descendencia con la fuerza justa en el inicio de la vida para que no se acaben partiendo la crisma.
Así que, ¿una guitarra o una pistola? Pues la guitarra que toque "Nutshell" y la pistola para espantar a los buitres. Entre tanto una piel de mujer tan pálida como un Boeing 737 empicado hacia el desierto, sabes que puedes salvarte del choque pero te va a acabar matando el Sol, en este caso el calor escondido debajo de su piel.
Se nota que estoy con Henry Miller bajo la almohada...
La muerte, mi muerte, es tuétano gris y convulso, es mielina ligeramente latente como una polla que reposa tras una eyaculación, un cuello amputado de girafa sembrando la tierra hosca de sangre caliente, sonidos de putrefacción, otoño y cañones de escopeta. La muerte es todo eso multiplicado por un millón de lamentos, elevado al enésimo recuerdo, a la más perpétua de las memorias.
Y que conste que yo no hablo de esto por gusto, lo hago por preocupación, como parte de una terapia. Podríamos decir que estoy afrontándolo antes de que ocurra. Todo es por ella que se me está diluyendo lentamente, que se me escapa de las manos como un puñado de arena en un campo de albero. De no ser así jamás hablaría de la muerte, no es mi estilo. Es más, me cago en la muerte, me la pela la muerte, que le follen a la muerte.
¿Pero y ella? se me está apagando poco a poco. A veces la miro los pequeños ojos verdes como fondo de mar y le digo que lo está haciendo en un regodeo herrumbroso, que nos está infectando de pena todas las paredes, desde la bolsa de la basura hasta las pinzas de la ropa, pasando por los tomos enciclopédicos y la cubertería de bodas de mis padres. Y ojo, no es que tenga nada que reprocharle, pero es tan triste irse y no acabar de hacerlo.
He aprendido a tolerar a regañadientes que se marchará del todo y que mientras tanto su forma de decir adiós es aferrándose a cada mueble y arañando nuestra felicidad, dejando cicatrices imborrables, marchitando las marcos de los cuadros.
El final pausado y volátil como parte de un amargor escondido tras la última muela pero que acabará dando la nota.
Como una vela que se ahoga en una cueva. Paredes de una cámara frigorífica llena de trozos de escarcha. Frías extensiones de metal inquebrantables. Exánimes trozos de carne hedionda colgando del báter y goteando sudor y sangre, lágrimas y restos de alambre sobre la placa de la ducha.
Sólo variarán las dimensiones del agujero, lo demás es más de lo mismo: un camino con múltiples desvíos que conduce siempre al mismo hoyo lúgubre y angosto. Siempre tan húmedo como una despedida en la cubierta de un barco.
Ahora que cada cual ensaye sus lamentos, prepare el traje, los calzoncillos o las bragas, y elija champagne, vino, agua, helado y cuchara grande o pequeña para cuando le toque.
El telediario, las cartas y los chicos de la esquina pueden decir misa pero te aseguro que la muerte, mi muerte, no es ni salvación ni redención. La muerte, mi muerte: es perdida,y para los cobardes quizás huída, aunque esto es discutible. ¿Morir cuando eres joven con la boca llena de caviar y las venas hasta las trancas de coca y morfina? ¿Marcharse nadando entre miel, evitando el mercurio, en la cumbre, viendo el mundo no desde el ombligo sino desde el pezón más punzante jamás eregido? Los hay también que lo llaman inteligencia sí, nada de cobardía.
La vida no es una montaña, es una pirámide invertida. Primero toca la bajada, lo fácil, derrapando a toda hostia si lo prefieres, sin frenos, sin mirar el paisaje. Luego toca la cuesta arriba, asfixiarse, las pendientes inclinadas, sudar y hacerse realmente viejo. Es aquí cuando muchos deciden el tiro en la nuca, otros hacerse los borrachos y caer por la borda, otros un buen cúter, un bonito precipicio...todo es lo mismo al fin y al cabo. Temen afrontar la cuesta, se acaban quitando del miedo-medio. Y yo no soy quien juzga si Cobain fue un héroe por llorar más que sonreir y marcharse en lo más alto o en lo más profundo de la cuesta (según se mire) con una guitarra en la mano. Yo sólo se lo que a mi me gustaría: poder ver mi vida hacia atrás en lo más alto de la cima, y hasta llegar allí hacer pequeños pic-nic en cada uno de los salientes de la montaña, de manera pausada, siendo consciente de los errores y de los logros, y recordarla no solo como una carrera sin frenos sino como una sucesión de etapas trepidantes. En lo más alto, lanzar a mi descendencia con la fuerza justa en el inicio de la vida para que no se acaben partiendo la crisma.
Así que, ¿una guitarra o una pistola? Pues la guitarra que toque "Nutshell" y la pistola para espantar a los buitres. Entre tanto una piel de mujer tan pálida como un Boeing 737 empicado hacia el desierto, sabes que puedes salvarte del choque pero te va a acabar matando el Sol, en este caso el calor escondido debajo de su piel.
Se nota que estoy con Henry Miller bajo la almohada...
La muerte, mi muerte, es tuétano gris y convulso, es mielina ligeramente latente como una polla que reposa tras una eyaculación, un cuello amputado de girafa sembrando la tierra hosca de sangre caliente, sonidos de putrefacción, otoño y cañones de escopeta. La muerte es todo eso multiplicado por un millón de lamentos, elevado al enésimo recuerdo, a la más perpétua de las memorias.
Y que conste que yo no hablo de esto por gusto, lo hago por preocupación, como parte de una terapia. Podríamos decir que estoy afrontándolo antes de que ocurra. Todo es por ella que se me está diluyendo lentamente, que se me escapa de las manos como un puñado de arena en un campo de albero. De no ser así jamás hablaría de la muerte, no es mi estilo. Es más, me cago en la muerte, me la pela la muerte, que le follen a la muerte.
¿Pero y ella? se me está apagando poco a poco. A veces la miro los pequeños ojos verdes como fondo de mar y le digo que lo está haciendo en un regodeo herrumbroso, que nos está infectando de pena todas las paredes, desde la bolsa de la basura hasta las pinzas de la ropa, pasando por los tomos enciclopédicos y la cubertería de bodas de mis padres. Y ojo, no es que tenga nada que reprocharle, pero es tan triste irse y no acabar de hacerlo.
He aprendido a tolerar a regañadientes que se marchará del todo y que mientras tanto su forma de decir adiós es aferrándose a cada mueble y arañando nuestra felicidad, dejando cicatrices imborrables, marchitando las marcos de los cuadros.
El final pausado y volátil como parte de un amargor escondido tras la última muela pero que acabará dando la nota.
Como una vela que se ahoga en una cueva. Paredes de una cámara frigorífica llena de trozos de escarcha. Frías extensiones de metal inquebrantables. Exánimes trozos de carne hedionda colgando del báter y goteando sudor y sangre, lágrimas y restos de alambre sobre la placa de la ducha.
Sólo variarán las dimensiones del agujero, lo demás es más de lo mismo: un camino con múltiples desvíos que conduce siempre al mismo hoyo lúgubre y angosto. Siempre tan húmedo como una despedida en la cubierta de un barco.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
Self-denial.
Os equivocais, y lo peor de todo es que lo haceis a sabiendas de que las consecuencias pueden ser salvajes, tan despiadadas como un mordisco en la nuez o un amor sin mantas. La abnegación no es laudable cuando el sacrificio es imberbe. ¡No! Desprenderse de lo que sobra no es un sacrificio, es un acto de liberación, sin más. Es tirar muebles viejos llenos de polvo, trozos de madera sin memoria.
Y entre tanto los ves sintiéndose realizados, con la barbilla respingona y el pecho hinchado, orgullosos del trabajo bien hecho y con pose de valiente porque han lanzado todos sus poemas al mar. Pobres. Yo me río mientras los observo sentado en la playa, no me queda otra porque lo que de verdad duele es lanzar la pluma y las ganas de escribir, y si me aprietan: las manos.
El verdadero sacrificio es desprenderse sufriendo por alcanzar un bien mayor. Soltar las sobras es como escupir, como sonarse los mocos o vomitar: es un acto vacío, una trivial manera de desposeerse por un segundo, de aumentar nuestro espacio, hacer huecos, dejar lugar para otras cosas nuevas más placenteras. ¿Pero y el sufrimiento? La abnegación es un ojo sacado con pinzas, un oso removiendo tus tripas y comiendo de tu pecho, y tú consciente. La abnegación es un amigo que se va para siempre, diez litros de semen para beber en treinta y seis horas, un barco que nunca llegó a puerto, una chica a la que el cortan las alas, un patio de recreo donde se fragmenta la inocencia como el hijo de puta que te rompe la primera canica. Eso es abnegación, porque lo que sueltas, aquello de lo que te desprendes, ha de arañar antes de marcharse, debe ser como si alguien te metiera el puño hasta las entrañas y te arrebatara un trozo de tu vida; un trozo que se resiste a salir y que en el acto de abandono del cuerpo revuelve todo por dentro, corta el esófago con un cúter, clava un garfio en el píloro y secciona parte de la lengua para que jamás puedas decir "te extraño".
Cobardes. Menudo engañabobos. Por ellos la ciudad está en ruínas y las cementeras no paran de sonar como truenos dentro de una cueva. Las reparaciones no son posibles o es que no lo veis. Se está construyendo sobre territorio mojado y no es precisamente agua, son lágrimas las que cubren la piel de las calles. De todos es sabido que la sal cura las heridas del hombre, pero la sal a borbotones y las sombras a raudales pudren la tierra. Las esquinas están más afiladas que nunca, los columpios oxidados, ya hasta las costillas de los niños son todo aristas.
Y por muchos solsticios de verano, por muchos millones de ecuaciones que nos restrieguen en el colegio una y otra vez, por muchos cálculos matemáticos y fórmulas químicas que inunden nuestras conciencias y tatuen las suelas de nuestros pies, lo fundamental sigue sin inventarse. Miedo más comodidad siempre acabará siendo igual a desesperanza, llueva o haga sol, y lo peor de todo es que nadie puede pararlo si reina la abnegación zafia del triste y complaciente humano: la solución de sacrificar el presente por un futuro sin brazos.
Y entre tanto los ves sintiéndose realizados, con la barbilla respingona y el pecho hinchado, orgullosos del trabajo bien hecho y con pose de valiente porque han lanzado todos sus poemas al mar. Pobres. Yo me río mientras los observo sentado en la playa, no me queda otra porque lo que de verdad duele es lanzar la pluma y las ganas de escribir, y si me aprietan: las manos.
El verdadero sacrificio es desprenderse sufriendo por alcanzar un bien mayor. Soltar las sobras es como escupir, como sonarse los mocos o vomitar: es un acto vacío, una trivial manera de desposeerse por un segundo, de aumentar nuestro espacio, hacer huecos, dejar lugar para otras cosas nuevas más placenteras. ¿Pero y el sufrimiento? La abnegación es un ojo sacado con pinzas, un oso removiendo tus tripas y comiendo de tu pecho, y tú consciente. La abnegación es un amigo que se va para siempre, diez litros de semen para beber en treinta y seis horas, un barco que nunca llegó a puerto, una chica a la que el cortan las alas, un patio de recreo donde se fragmenta la inocencia como el hijo de puta que te rompe la primera canica. Eso es abnegación, porque lo que sueltas, aquello de lo que te desprendes, ha de arañar antes de marcharse, debe ser como si alguien te metiera el puño hasta las entrañas y te arrebatara un trozo de tu vida; un trozo que se resiste a salir y que en el acto de abandono del cuerpo revuelve todo por dentro, corta el esófago con un cúter, clava un garfio en el píloro y secciona parte de la lengua para que jamás puedas decir "te extraño".
Cobardes. Menudo engañabobos. Por ellos la ciudad está en ruínas y las cementeras no paran de sonar como truenos dentro de una cueva. Las reparaciones no son posibles o es que no lo veis. Se está construyendo sobre territorio mojado y no es precisamente agua, son lágrimas las que cubren la piel de las calles. De todos es sabido que la sal cura las heridas del hombre, pero la sal a borbotones y las sombras a raudales pudren la tierra. Las esquinas están más afiladas que nunca, los columpios oxidados, ya hasta las costillas de los niños son todo aristas.
Y por muchos solsticios de verano, por muchos millones de ecuaciones que nos restrieguen en el colegio una y otra vez, por muchos cálculos matemáticos y fórmulas químicas que inunden nuestras conciencias y tatuen las suelas de nuestros pies, lo fundamental sigue sin inventarse. Miedo más comodidad siempre acabará siendo igual a desesperanza, llueva o haga sol, y lo peor de todo es que nadie puede pararlo si reina la abnegación zafia del triste y complaciente humano: la solución de sacrificar el presente por un futuro sin brazos.
lunes, 2 de noviembre de 2009
No a las armaduras.
Quién necesita armaduras cuando tienes unos buenos auriculares...
Aquí sólo quedamos unos cuántos niños prodigio en eso de amar a quemarropa y ser olvidados. Hemos pasado de ser el vértice de la pirámide de los sueños de algodón de azúcar, al vórtice de una espiral de dolor y abandono que se crea y procrea sobre si misma, aliméntandose de los restos románticos, de la basura sentimental ya podrida. Cada trozo de caricia que en realidad es un arañazo, cada beso no sentido, cada "te echaré de menos" forzado o inventado, se regenera, se convierte en un nuevo puñal, en un polvo vacío, en un adiós orgulloso y sin conciencia del abandono (quizás infringido) a la otra parte.
Ya nadie le importa a nadie. La única importancia es salir indemne y que nuestros glandes y las paredes de nuestras vaginas sean tratadas como si fuera el último día del universo. Después: adios. Y aunque nos creamos terriblemente a salvo, ya todo está empezado, ya nada volverá a ser como antes.
Pero me incluyo, hablo de nosotros, de tu y de mi, de aquel y de mi yo, y no, yo ya no quiero ser parte de eso, es más, creo que no lo soy (en cierta forma)...
Puede que hasta aquí no entiendas nada, pero qué me dices si me declaro, si nos declaro a esos pocos niños prodigio, como la última cadena del eslabón. Hemos pasado de estar en la cúspide a estar los últimos de la clase y no ver apenas la pizarra. Pero aún así queremos hacerlo lo mejor posible, queremos amar como si lo fueran a prohibir, estamos cansados del dolor pero seguimos proclives a la esperanza. No perdemos las ganas de luchar, seguimos viendo películas en blanco y negro y tomando apuntes.
Los demás han sido malacostumbrados, violados y salvajemente engañados por esa silenciosa ley autoinstaurada. Hablo de la ley que versa sobre ser más cabrón cuánto más daño recibas. La ley que te obliga a decir siempre en el primer encuentro "Soy hielo, soy témpano de acero y glaciar en mis yemas porque la vida me ha hecho así. He sufrido mucho por amor y no puedo arriesgarme a pasarlo mal. Aquí mi armadura".
Todo está podrido. Ellas lloran porque ellos ofrecieron algo más que una noche y se han marchado tras dar un número de móvil inventado. Ellos se esconden tremendamente apenados tras su mirada de gallito, con la impotente sensación en la boca del vientre después de haber sido utilizados, de haber sido uno más en la lista, de ser un número, nada especial. Y así, por unos por otros, la casa sin barrer. Y llega el momento en que dos vacíos se encuentran, y ambos lo saben, y se juran amor eterno, y te llamaré, y mañana cenamos, y al final llega el adios y ambos se van sonrientes, regodeándose del nuevo número en la lista mientras deboran la triste ciudad dormida, paso a paso, pérdida tras pérdida.
La plaga no para de extenderse, porque cada dolor causado es una armadura creada dispuesta a herir diez veces más, cada engaño es la semilla de diez mentiras aún más despiadadas...Ahora, si no me crees, sal a la calle, mira a los ojos directamente, intenta atravesar las púpilas por unas milésimas de segundo en esas miradas furtivas que se escapan mientras todos andamos hacia ningún lugar. Inténtalo como hacias antaño, rescatando ligeras sonrisas, retales de esperanza. Sal y busca los ojos de la gente locamente,de manera enferma intenta hacerlos tuyos, mirar más adentro, rozar la pureza.
--------------------------------------------
¿Ya? No me digas el resultado, lo conozco. Ahora sólo te suplico que cuando vuelvas a casa derrumbado no te dediques a sacarle brillo a una nueva armadura. Coge un poemario de Lorca o Neruda y lee, lee, lee hasta sangrar, porque solo así podrás unirte a nosotros al final de la clase. Y si no funciona, si sigues queriendo apuñalar a otra para rescatar tu propias vísceras, búscala, pero no seas cobarde, no elijas desconocidas, nada de víctimas inocentes. Me refiero a ella, todos tenemos una primera cicatriz, un primer nombre, un primer balazo con melena y apellidos. La causa del desastre. Búscala, llévala hacia ti y susúrrale "qué te follen" al oído, bien bajito...después colócate los auriculares y márchate, sin más, porque aun sin armadura ya ninguna flecha puede alcanzarte, ni siquiera sus besos.
Aquí sólo quedamos unos cuántos niños prodigio en eso de amar a quemarropa y ser olvidados. Hemos pasado de ser el vértice de la pirámide de los sueños de algodón de azúcar, al vórtice de una espiral de dolor y abandono que se crea y procrea sobre si misma, aliméntandose de los restos románticos, de la basura sentimental ya podrida. Cada trozo de caricia que en realidad es un arañazo, cada beso no sentido, cada "te echaré de menos" forzado o inventado, se regenera, se convierte en un nuevo puñal, en un polvo vacío, en un adiós orgulloso y sin conciencia del abandono (quizás infringido) a la otra parte.
Ya nadie le importa a nadie. La única importancia es salir indemne y que nuestros glandes y las paredes de nuestras vaginas sean tratadas como si fuera el último día del universo. Después: adios. Y aunque nos creamos terriblemente a salvo, ya todo está empezado, ya nada volverá a ser como antes.
Pero me incluyo, hablo de nosotros, de tu y de mi, de aquel y de mi yo, y no, yo ya no quiero ser parte de eso, es más, creo que no lo soy (en cierta forma)...
Puede que hasta aquí no entiendas nada, pero qué me dices si me declaro, si nos declaro a esos pocos niños prodigio, como la última cadena del eslabón. Hemos pasado de estar en la cúspide a estar los últimos de la clase y no ver apenas la pizarra. Pero aún así queremos hacerlo lo mejor posible, queremos amar como si lo fueran a prohibir, estamos cansados del dolor pero seguimos proclives a la esperanza. No perdemos las ganas de luchar, seguimos viendo películas en blanco y negro y tomando apuntes.
Los demás han sido malacostumbrados, violados y salvajemente engañados por esa silenciosa ley autoinstaurada. Hablo de la ley que versa sobre ser más cabrón cuánto más daño recibas. La ley que te obliga a decir siempre en el primer encuentro "Soy hielo, soy témpano de acero y glaciar en mis yemas porque la vida me ha hecho así. He sufrido mucho por amor y no puedo arriesgarme a pasarlo mal. Aquí mi armadura".
Todo está podrido. Ellas lloran porque ellos ofrecieron algo más que una noche y se han marchado tras dar un número de móvil inventado. Ellos se esconden tremendamente apenados tras su mirada de gallito, con la impotente sensación en la boca del vientre después de haber sido utilizados, de haber sido uno más en la lista, de ser un número, nada especial. Y así, por unos por otros, la casa sin barrer. Y llega el momento en que dos vacíos se encuentran, y ambos lo saben, y se juran amor eterno, y te llamaré, y mañana cenamos, y al final llega el adios y ambos se van sonrientes, regodeándose del nuevo número en la lista mientras deboran la triste ciudad dormida, paso a paso, pérdida tras pérdida.
La plaga no para de extenderse, porque cada dolor causado es una armadura creada dispuesta a herir diez veces más, cada engaño es la semilla de diez mentiras aún más despiadadas...Ahora, si no me crees, sal a la calle, mira a los ojos directamente, intenta atravesar las púpilas por unas milésimas de segundo en esas miradas furtivas que se escapan mientras todos andamos hacia ningún lugar. Inténtalo como hacias antaño, rescatando ligeras sonrisas, retales de esperanza. Sal y busca los ojos de la gente locamente,de manera enferma intenta hacerlos tuyos, mirar más adentro, rozar la pureza.
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¿Ya? No me digas el resultado, lo conozco. Ahora sólo te suplico que cuando vuelvas a casa derrumbado no te dediques a sacarle brillo a una nueva armadura. Coge un poemario de Lorca o Neruda y lee, lee, lee hasta sangrar, porque solo así podrás unirte a nosotros al final de la clase. Y si no funciona, si sigues queriendo apuñalar a otra para rescatar tu propias vísceras, búscala, pero no seas cobarde, no elijas desconocidas, nada de víctimas inocentes. Me refiero a ella, todos tenemos una primera cicatriz, un primer nombre, un primer balazo con melena y apellidos. La causa del desastre. Búscala, llévala hacia ti y susúrrale "qué te follen" al oído, bien bajito...después colócate los auriculares y márchate, sin más, porque aun sin armadura ya ninguna flecha puede alcanzarte, ni siquiera sus besos.
viernes, 30 de octubre de 2009
Ancianos campos yermos, y el lago que riega el brote de mi cocorota.
Es triste darse cuenta de que ya no queda nada más por decir. Todo fue puesto sobre la mesa hace tiempo. Una partida terminada, bebidas caducas, agrias, aguadas; la mesa llena de polvo, e incluso algún hijo de puta se ha llevado las cartas con regodeo y donaire.
Es más desolador aún ser consciente de que no brotan más tallos nuevos aquí dentro cuando fuera no ha parado de llover en todo este tiempo. Y si me aprietas, más triste aún es ser consecuente con ello.
Aparejos de labranza oxidados, regaderas agujeradas. La mano de obra de estos yermos campos se rompió hace mucho las muñecas, y cuando todo se suponía ya en orden y recuperado para la nueva siembra, aparecen los botellines de cerveza, la desidia, la jacaranda y las guapas niñas con guitarra.
Cuando uno se aparta de la vida descocada, bien por azar o bien por fortuna (lo cual viene siendo la misma suerte), agarra un boli o empuña una espada (lo cual viene siendo igual de difícil), y se dispone a vomitarse o luchar contra el pasado (lo que acaba siendo igual de desperanzador), parece que un vendaval se hubiera llevado las piernas y dejado solo un tronco pensante e inamovible: medio jodido cuerpo que no para de pensar.
Y tras pensar y pensar en aquel lugar donde ya nada crece por mucho que riegues, te das cuenta de que todo se resume a una quema de rastrojos. Has de quemarlo todo con la violencia y la deshumanización propia del titere desamparado que quiero volver a saltar. Apartamos matas secas, amputamos aquí y allá, almacenamos restos de mimbre, trocitos de ayer. Todo a la puta hoguera.
Es por eso que he recortado y lanzando mis rizos al viento, sólo he dejado un alegre tirabuzón en la cocorota que brota como una plantita en una maceta enorme. Me da ese aspecto de perdedor al que las victorias no esperadas le sientan tan bien. La barba también se ha visto menguada, la agenda recortada. Parezco más joven, llevo menos peso a las espaldas, menos obligaciones autoinstauradas. Al carajo los lastres ¿y las anclas? Por fortuna las anclas las dejé todas en aquel lago en Finlandia.
Es más desolador aún ser consciente de que no brotan más tallos nuevos aquí dentro cuando fuera no ha parado de llover en todo este tiempo. Y si me aprietas, más triste aún es ser consecuente con ello.
Aparejos de labranza oxidados, regaderas agujeradas. La mano de obra de estos yermos campos se rompió hace mucho las muñecas, y cuando todo se suponía ya en orden y recuperado para la nueva siembra, aparecen los botellines de cerveza, la desidia, la jacaranda y las guapas niñas con guitarra.
Cuando uno se aparta de la vida descocada, bien por azar o bien por fortuna (lo cual viene siendo la misma suerte), agarra un boli o empuña una espada (lo cual viene siendo igual de difícil), y se dispone a vomitarse o luchar contra el pasado (lo que acaba siendo igual de desperanzador), parece que un vendaval se hubiera llevado las piernas y dejado solo un tronco pensante e inamovible: medio jodido cuerpo que no para de pensar.
Y tras pensar y pensar en aquel lugar donde ya nada crece por mucho que riegues, te das cuenta de que todo se resume a una quema de rastrojos. Has de quemarlo todo con la violencia y la deshumanización propia del titere desamparado que quiero volver a saltar. Apartamos matas secas, amputamos aquí y allá, almacenamos restos de mimbre, trocitos de ayer. Todo a la puta hoguera.
Es por eso que he recortado y lanzando mis rizos al viento, sólo he dejado un alegre tirabuzón en la cocorota que brota como una plantita en una maceta enorme. Me da ese aspecto de perdedor al que las victorias no esperadas le sientan tan bien. La barba también se ha visto menguada, la agenda recortada. Parezco más joven, llevo menos peso a las espaldas, menos obligaciones autoinstauradas. Al carajo los lastres ¿y las anclas? Por fortuna las anclas las dejé todas en aquel lago en Finlandia.
sábado, 24 de octubre de 2009
Todos los días son domingo y nunca es primavera.
Viste como si todos los dias fueran domingo por la tarde, tacha los tres meses de primavera de todos los calendarios con un permanente rojo y siempre lleva "Poesías completas" de Rimbaud a cuestas, usándolo en cada parque como almohada.
Mira más lejos del cielo, más cerca del tiempo y siempre obtiene la misma respuesta: nadie, absolutamente nadie, sabe como acariciarle los dedos.
Mira más lejos del cielo, más cerca del tiempo y siempre obtiene la misma respuesta: nadie, absolutamente nadie, sabe como acariciarle los dedos.
martes, 20 de octubre de 2009
El tren de las ideas siempre vuelve en otoño, a la misma hora, con las mismas hojas secas, arrugadas, deliciosamente tristes.
Uno mira atrás y se da cuenta de que la ociosidad le ha robado de la manera más asquerosa posible casi todo lo que tenía. A manos llenas, de manera premeditada, de noche y haciéndose pasar por tu amigo, con la puerta siempre abierta y las claves de la caja fuerte en el bolsillo.
Uno mira atrás y efectivamente ha perdido sangre, mucha sangre, pero todo es aún recuperable. Sólo moririamos si nos cortaran las manos y se llevaran todas las hojas en blanco del mundo, pero aún así nos quedaría la arena y la punta de la nariz. No, no pueden matarme.
Pero sigamos por donde iba, sí, quizás hubo demasiados quizás desde un tiempo a esta parte. Muchos galimatías, muchos laberintos para decir sólo una cosa que no se quería pronunciar: huir de uno mismo es una salvación del instante y un asesinato del futuro.
Ahora, con la semilla del letargo aún latente en las palmas de las manos, releo y releo y lo veo tan claro...siempre estuvo ahí y no me daba cuenta. De nada sirve refugiarse en las letras si sientes que cualquier tormenta puede acabar destrozando el techo.
Uno mira atrás y efectivamente ha perdido sangre, mucha sangre, pero todo es aún recuperable. Sólo moririamos si nos cortaran las manos y se llevaran todas las hojas en blanco del mundo, pero aún así nos quedaría la arena y la punta de la nariz. No, no pueden matarme.
Pero sigamos por donde iba, sí, quizás hubo demasiados quizás desde un tiempo a esta parte. Muchos galimatías, muchos laberintos para decir sólo una cosa que no se quería pronunciar: huir de uno mismo es una salvación del instante y un asesinato del futuro.
Ahora, con la semilla del letargo aún latente en las palmas de las manos, releo y releo y lo veo tan claro...siempre estuvo ahí y no me daba cuenta. De nada sirve refugiarse en las letras si sientes que cualquier tormenta puede acabar destrozando el techo.
miércoles, 16 de septiembre de 2009
Enemigas.
"Tu peor enemigo eres tu mismo"
Cuantas veces lo escuche y sin embargo...sin embargo que poco me lo he llegado a creer. Amigos que hablan sobre historias que no entienden, restos de alcohol y saliva endurecida saltando de un labio a otro, sílabas que se pierden, "bla bla bla" "qué le follen por el culo, no te merece, tú vales más que ella de aquí a Lima. Será zorra". Y otras tantas sílabas vuelven a perderse entre alguna que otra risa macabra y miada de incomprensión. Escucho lo que piensan "que jodido está. Ha de ser chungo eso de que te dejen estando completamente enamorado". Y la noche sigue, y la música no para, y sin embargo yo sólo la escucho a ella gimiéndome al oído, a mi corazón llamándola a gritos. Las copas corretean por la barra, el humo de cigarros enmascara ya a las tantas las miradas de incredulidad de toda esa gente que cree saber como me siento, y como hacer para que me sienta mejor. Ingénuos. Ya hasta la ginebra te da consejos, se proyecta sobre tus pasos, interioriza tu mierda, se pone en tu lugar y de tu lado. Hasta los gatos de madrugada saben que hacer para huir del asedio del miedo a quedarse solo. Ahora resulta aquí nadie llora y que todo el jodido mundo sabe de amor y de adioses. Hasta la vendedora de flores sabe de que se trata todo esto, y sin embargo...sin embargo los consejos valen menos que el chicle que siempre encuentras bajo la silla.
Nadie puede cambiarlo, sólo el tiempo, sólo la fiebre, la droga, los continentes nuevos y las canciones.
Las espirales fueron creadas para derrotarse a si mismas por la propia proyección de su fuerza, a consumirse por aburrimiento, por la exponencial desidia de su propia apariencia.
Ella es mi espiral. Ella es mi miedo. Ella es mi peor enemigo. Y cuando se vaya del todo y venga otra, sera ella con otro rostro, pero al fin y al cabo, ella. Eso si lo tengo claro y lo repito hasta que me duele la garganta de manera compulsiva. Ella y sólo ella, ella y su vientre de azúcar, ella y su patitas como palos de golf, ella y sus mofletes de pan, y sus cabellos como nenúfares, y su piel como un lodazal, y su sexo como una garganta almohadillada del mejor cuero.
No existen productos, no hay medicina, planta o engaño capaz de hacerme afrontar la lixiviación de mi alma, la amputación del miembro non-sano, es decir el pecho hendido, el corazón rendido.
Su piel más rijosa que sus ojos, o sus ojos más centelleantes que sus muslos, o por qué no, sus muslos más sudorosos que su pulso. Y en este vesánico miedo donde la sardonia se apodera de esta pobre sonrisa incoherente, yo rezumo piel de sus labios, saliva de su cuello; y mientras tanto ya queda menos para que se apague la espiral, para dejar de echarla de menos.
Cuantas veces lo escuche y sin embargo...sin embargo que poco me lo he llegado a creer. Amigos que hablan sobre historias que no entienden, restos de alcohol y saliva endurecida saltando de un labio a otro, sílabas que se pierden, "bla bla bla" "qué le follen por el culo, no te merece, tú vales más que ella de aquí a Lima. Será zorra". Y otras tantas sílabas vuelven a perderse entre alguna que otra risa macabra y miada de incomprensión. Escucho lo que piensan "que jodido está. Ha de ser chungo eso de que te dejen estando completamente enamorado". Y la noche sigue, y la música no para, y sin embargo yo sólo la escucho a ella gimiéndome al oído, a mi corazón llamándola a gritos. Las copas corretean por la barra, el humo de cigarros enmascara ya a las tantas las miradas de incredulidad de toda esa gente que cree saber como me siento, y como hacer para que me sienta mejor. Ingénuos. Ya hasta la ginebra te da consejos, se proyecta sobre tus pasos, interioriza tu mierda, se pone en tu lugar y de tu lado. Hasta los gatos de madrugada saben que hacer para huir del asedio del miedo a quedarse solo. Ahora resulta aquí nadie llora y que todo el jodido mundo sabe de amor y de adioses. Hasta la vendedora de flores sabe de que se trata todo esto, y sin embargo...sin embargo los consejos valen menos que el chicle que siempre encuentras bajo la silla.
Nadie puede cambiarlo, sólo el tiempo, sólo la fiebre, la droga, los continentes nuevos y las canciones.
Las espirales fueron creadas para derrotarse a si mismas por la propia proyección de su fuerza, a consumirse por aburrimiento, por la exponencial desidia de su propia apariencia.
Ella es mi espiral. Ella es mi miedo. Ella es mi peor enemigo. Y cuando se vaya del todo y venga otra, sera ella con otro rostro, pero al fin y al cabo, ella. Eso si lo tengo claro y lo repito hasta que me duele la garganta de manera compulsiva. Ella y sólo ella, ella y su vientre de azúcar, ella y su patitas como palos de golf, ella y sus mofletes de pan, y sus cabellos como nenúfares, y su piel como un lodazal, y su sexo como una garganta almohadillada del mejor cuero.
No existen productos, no hay medicina, planta o engaño capaz de hacerme afrontar la lixiviación de mi alma, la amputación del miembro non-sano, es decir el pecho hendido, el corazón rendido.
Su piel más rijosa que sus ojos, o sus ojos más centelleantes que sus muslos, o por qué no, sus muslos más sudorosos que su pulso. Y en este vesánico miedo donde la sardonia se apodera de esta pobre sonrisa incoherente, yo rezumo piel de sus labios, saliva de su cuello; y mientras tanto ya queda menos para que se apague la espiral, para dejar de echarla de menos.
jueves, 27 de agosto de 2009
El poder de la piel.
Todo ha resultado al revés y sin embargo me encanta. Hemos removido decenas de ruidos, millones de partículas de mezcalina y jirones de piel, todo por el mero hecho de sentirnos menos hueros, menos frágiles, más acompañados y de la mano. Mis pantalones y tu falda se han manchado con la misma arena, se han bañado con el mismo sudor, se han quitado con los mismos dientes pero en diferentes bocas. Desde aquel día en que supe que nuestras pieles eran piezas de un mismo puzzle, todo ha sido como lamer sandía o escuchar bossanovas en la azotea.
Hemos hecho lo típico: te he llevado a casa; hemos follado a la luz de la luna o al romper el alba; hemos hablado del pasado; hemos discutido sobre Almodóvar; te he hecho sudar con las manos; hemos escuchado Damien Rice a 130 por hora, y sin embargo no hemos comido un helado ni establecido protocolos de actuación por si alguno decide marcharse por la salida de emergencia.
Pienso y repienso en aquella noche. Tropezarnos fue algo tan causal como las ganas que he tenido de llamarte luego. Aquel día nos miramos como si fueramos los únicos con gafas de buceo en el lugar. La gente en derredor no reparó en todo lo que nos dijimos con las pestañas, en todos los secretos que en tan solo un chasquido de dedos se espachurraban ya en nuestros bolsillos. Aquel desierto de cuerpos no reparaba en que nosotros andábamos sembrando momentos con las yemas de los dedos.
Nadando en borbotones de sudor frío a diez metros bajo tierra, a doscientos metros sobre el nivel del mar, no importa: volvimos a mirarnos para no devolvernos los ojos, fotografiamos perfiles en sepia y hemos jurado no aplicarles color ni aun sirviendo como antiinflamatorio del olvido.
A partir de ese momento nos hemos sabido diferentes, distanciables, prescindibles pero sin embargo el recuerdo de la carne, el poder de la piel, el sabor del músculo mordido, siempre acaba llamando a la puerta, pidiendo paso atropellado, tirando al suelo todos los platos de la cocina.
Decir adios es suicidar nuestras propias visceras, por eso te riño comiéndote la boca cuando quieres marchar con tan solo un pie mientras con el otro permaneces dibujando nuestras iniciales en la arena. Decídete, haz así que me decida. ¿No crees que nos hemos engañado bastante?
Señorita, siento decirle que a estas alturas luchar contra la piel ya no sirve de nada...
Hemos hecho lo típico: te he llevado a casa; hemos follado a la luz de la luna o al romper el alba; hemos hablado del pasado; hemos discutido sobre Almodóvar; te he hecho sudar con las manos; hemos escuchado Damien Rice a 130 por hora, y sin embargo no hemos comido un helado ni establecido protocolos de actuación por si alguno decide marcharse por la salida de emergencia.
Pienso y repienso en aquella noche. Tropezarnos fue algo tan causal como las ganas que he tenido de llamarte luego. Aquel día nos miramos como si fueramos los únicos con gafas de buceo en el lugar. La gente en derredor no reparó en todo lo que nos dijimos con las pestañas, en todos los secretos que en tan solo un chasquido de dedos se espachurraban ya en nuestros bolsillos. Aquel desierto de cuerpos no reparaba en que nosotros andábamos sembrando momentos con las yemas de los dedos.
Nadando en borbotones de sudor frío a diez metros bajo tierra, a doscientos metros sobre el nivel del mar, no importa: volvimos a mirarnos para no devolvernos los ojos, fotografiamos perfiles en sepia y hemos jurado no aplicarles color ni aun sirviendo como antiinflamatorio del olvido.
A partir de ese momento nos hemos sabido diferentes, distanciables, prescindibles pero sin embargo el recuerdo de la carne, el poder de la piel, el sabor del músculo mordido, siempre acaba llamando a la puerta, pidiendo paso atropellado, tirando al suelo todos los platos de la cocina.
Decir adios es suicidar nuestras propias visceras, por eso te riño comiéndote la boca cuando quieres marchar con tan solo un pie mientras con el otro permaneces dibujando nuestras iniciales en la arena. Decídete, haz así que me decida. ¿No crees que nos hemos engañado bastante?
Señorita, siento decirle que a estas alturas luchar contra la piel ya no sirve de nada...
miércoles, 12 de agosto de 2009
Oxalá, oxalá...
Oxalá desde el barrio de Alfama.
El Sol resbala por las pestañas color miel de Teresa como si se tratata de un niño revoltoso lanzándose por un tobogán. Se aferraba al marrón trigo de sus pómulos tostados, no quiere irse. La Luna es traición en cada cráter, la noche una puta sin ligueros.
A lo lejos, caras tristes como dos balas en el tobillo de una bailarina. Más cerca una guitarra y mucho más aún un ramo de flores que huele a la inocencia amoratada despeñada por el empedrado de la calle de la "Velha Chica". Nada volverá a ser como antes han escrito en la fachada de la casa de la señora Pontes.
Pianistas sin dinero apuestan sus dedos sobre una recia mesa de madera de roble, abren las manos, colocan las palmas hacia bajo sintiendo el frío y la certidumbre de que no tocarán a Bach como la última vez. Comienza el sonido del cuchillo clavándose de lleno: uno, dos, tres, cuatro y cinco, y vuelta a empezar. Comienza la ruleta, las apuestas, las risas, las pérdidas...
Un poco más arriba, desde donde tantos y tantos señalaron las galeras perderse en la neblina del atántico, los fados silabeados surgen de los labios cuarteados de aquellas mujeres que lloran al Tajo mientras tienden la ropa. Ellas jamás quisieron cambiar el mundo, tan sólo entenderlo.
El Sol resbala por las pestañas color miel de Teresa como si se tratata de un niño revoltoso lanzándose por un tobogán. Se aferraba al marrón trigo de sus pómulos tostados, no quiere irse. La Luna es traición en cada cráter, la noche una puta sin ligueros.
A lo lejos, caras tristes como dos balas en el tobillo de una bailarina. Más cerca una guitarra y mucho más aún un ramo de flores que huele a la inocencia amoratada despeñada por el empedrado de la calle de la "Velha Chica". Nada volverá a ser como antes han escrito en la fachada de la casa de la señora Pontes.
Pianistas sin dinero apuestan sus dedos sobre una recia mesa de madera de roble, abren las manos, colocan las palmas hacia bajo sintiendo el frío y la certidumbre de que no tocarán a Bach como la última vez. Comienza el sonido del cuchillo clavándose de lleno: uno, dos, tres, cuatro y cinco, y vuelta a empezar. Comienza la ruleta, las apuestas, las risas, las pérdidas...
Un poco más arriba, desde donde tantos y tantos señalaron las galeras perderse en la neblina del atántico, los fados silabeados surgen de los labios cuarteados de aquellas mujeres que lloran al Tajo mientras tienden la ropa. Ellas jamás quisieron cambiar el mundo, tan sólo entenderlo.
domingo, 26 de julio de 2009
Verano y amor, "vamos" y perdidas...
Vamos a hacer cientos de fotos debajo del agua y no vamos a borrar ninguna. Vamos a viajar a Noruega con anoraks de plumas tremendamente exagerados, desorbitadamente acolchados. Vamos a usar las pérdidas como medio de construcción del alma, de envejecimiento productivo. Prometemos no destruirnos a base de "adioses", no marchitarnos a base de fotos. Prometemos macerarnos en sonrisas estúpidas y recuerdos de conversaciones inquietas.
El hecho de alejarnos de quien más nos quiere para acercarnos algo más a nosotros mismos es aún una ecuación con logaritmos neperianos difícil de entender. Es más, nos negamos a entenderla. No queremos aprobar la física, ni la química, ni las matématicas de este, nuestro verano del poema.
Quitemos todos los carteles de "coto privado de caza" de nuestra piel. Dejemos que nos perforen a balazos, que nos acuchillen el corazón justo en el centro evitando la cuarta costilla, desde abajo , justo en el vértice, evitando la sexta.
Vamos a cazar medusas, vamos a espachurrarlas y a pensar eléctricamente genial sobre dedos y dendritas, masajes y cortocircuitos, besos y materiales termoconductores.
Vamos a comprar una sombrilla que no lleve impresa propaganda de San Miguel o de Schweppes, o como cojones se escriba, también compraremos dos sillas reclinables para tostarnos el pecho sin llenarnos los párpados de arena, una nevera azul de uso exclusivo en domingos y cientos de libros de sopas de letras, que los Sudokus son solo para modernos con gafas Ray Ban ochenteras de color blanco o amarillo chillón de dolor.
Vamos luego a ver el océano marfil. Vamos a quitarnos el reloj antes de bañarnos, que no nos fiamos de la coletilla "water resistance". Vamos a desearnos dentro del agua, a naufragar fuera. A tocarnos al ritmo de las olas sin que los veraneantes inquietos puedan ver nuestras manos bajo la espuma de las mismas olas que ahora lloran tras romperse.
Vamos a esperar dentro del agua minutos interminables, a pensar en todas las cosas desagradables del mundo al mismo tiempo para asesinar la erección delatora. Vamos a hacer fotos de puestas de sol y pezones robados, de sombras en la arena y ruinas de castillos.
Vamos a comprar la discografía de Phill Collins y a ponerla a todo volumen con el techo del coche abierto. Vamos a descuidar nuestros cuidados. Vamos a despreciar el término líquido de nuestros fluidos, vamos a lamer el sudor como vía de escape al suicidio de la piel ajena, vamos a arañar la espalda intentando romper la sal del agua, vamos a engañar cuando queremos decir la verdad, vamos a oler a menta cuando masticamos chicles de fresa, vamos a evitar la pregunta "qué perfume usas" aunque nos encante oler su cuello, vamos a fotografiar con la mente a falta de nuestra querida Nikon, vamos a guardar instantaneas en las venas como nuestro mejor album de fotos, vamos a guardar negativos en blanco y negro (esa chica rubia, esa sonrisa plateada, esa mirada convulsa, ese "lo siento, no puedo estarme quieta")
En definitiva, vamos a decir "te deseo" cuando en el fondo queremos decir "te necesito".
El hecho de alejarnos de quien más nos quiere para acercarnos algo más a nosotros mismos es aún una ecuación con logaritmos neperianos difícil de entender. Es más, nos negamos a entenderla. No queremos aprobar la física, ni la química, ni las matématicas de este, nuestro verano del poema.
Quitemos todos los carteles de "coto privado de caza" de nuestra piel. Dejemos que nos perforen a balazos, que nos acuchillen el corazón justo en el centro evitando la cuarta costilla, desde abajo , justo en el vértice, evitando la sexta.
Vamos a cazar medusas, vamos a espachurrarlas y a pensar eléctricamente genial sobre dedos y dendritas, masajes y cortocircuitos, besos y materiales termoconductores.
Vamos a comprar una sombrilla que no lleve impresa propaganda de San Miguel o de Schweppes, o como cojones se escriba, también compraremos dos sillas reclinables para tostarnos el pecho sin llenarnos los párpados de arena, una nevera azul de uso exclusivo en domingos y cientos de libros de sopas de letras, que los Sudokus son solo para modernos con gafas Ray Ban ochenteras de color blanco o amarillo chillón de dolor.
Vamos luego a ver el océano marfil. Vamos a quitarnos el reloj antes de bañarnos, que no nos fiamos de la coletilla "water resistance". Vamos a desearnos dentro del agua, a naufragar fuera. A tocarnos al ritmo de las olas sin que los veraneantes inquietos puedan ver nuestras manos bajo la espuma de las mismas olas que ahora lloran tras romperse.
Vamos a esperar dentro del agua minutos interminables, a pensar en todas las cosas desagradables del mundo al mismo tiempo para asesinar la erección delatora. Vamos a hacer fotos de puestas de sol y pezones robados, de sombras en la arena y ruinas de castillos.
Vamos a comprar la discografía de Phill Collins y a ponerla a todo volumen con el techo del coche abierto. Vamos a descuidar nuestros cuidados. Vamos a despreciar el término líquido de nuestros fluidos, vamos a lamer el sudor como vía de escape al suicidio de la piel ajena, vamos a arañar la espalda intentando romper la sal del agua, vamos a engañar cuando queremos decir la verdad, vamos a oler a menta cuando masticamos chicles de fresa, vamos a evitar la pregunta "qué perfume usas" aunque nos encante oler su cuello, vamos a fotografiar con la mente a falta de nuestra querida Nikon, vamos a guardar instantaneas en las venas como nuestro mejor album de fotos, vamos a guardar negativos en blanco y negro (esa chica rubia, esa sonrisa plateada, esa mirada convulsa, ese "lo siento, no puedo estarme quieta")
En definitiva, vamos a decir "te deseo" cuando en el fondo queremos decir "te necesito".
martes, 7 de julio de 2009
Correr
No me hables de querer si no has visto amarse a dos niños sordos. No me hables de caricias si no has visto dos gaviotas en pleno vuelo rozar sus alas. No me hables del mundo si no has vivido sólo tu pena en una cueva. No me hables de hablar si no sabes valorar mis silencios.
Yo salgo a correr para no ser yo, para ser otro, para tener la sensación de que el mundo pasa deprisa. Siempre he pensado que correr es una buena manera de autoengañarse, de perderse la pista, de creer que todo sigue girando aunque sea mentira. El mundo esta quieto, me digo con sorna mientras acelero o me limpio el sudor. Muy quieto...
Y sí, llevas razón, en el fondo todo es cobardía. Todo gira en torno a eso: la cobardía febril, la más abyecta, la más pobre y ruín de todas, la del engaño, nuestro propio engaño consentido.
Mientras corro pienso en cosas tan dispares como la unión de las palabras "fugaz vistazo" y sus correteos silábicos y sonoros en mi cabeza tras salir escupida de la boca de una mulata en aquella cala perdida y escondida hasta para el viento. Pienso en la pureza al ver al padre en la ensenada enseñando a su hijo como clavar la lombriz en el anzuelo. Pienso en la república del Congo y en Eritrea al ver a los perros gordos casi siendo empujados por unos dueños más gordos que su propia desidia. Pienso en cuanto debieron de doler los tatuajes de la chica rubia que me cruzo, o en cuanto tardarían en sanar sus deudas con los hombres, que de bien seguro que las tuvo. Otras veces pienso en la mediocridad, en si poner lavadora de color o de blanco, en las estampidas de gente y en los borregos sin memoria. No se, son muchas cosas.
Dentro de mi cabeza resumo con afirmaciones y me extiendo en las negaciones. No es culpa mía, yo también soy parte de esa pandemia, de ese ejercito silencioso, de esa nueva generación de pesimistas con sombrero. Nos abundamos en los noes, nos cercenamos y nos amputamos todos los miembros, nos mutilamos hasta las sonrisas cuando de decir sies a boca grande se trata. Somos escuetos, concisos en la forma, más breves que la palabra momento.
Estoy loco, me digo, pero al momento otra idea me surca de nuevo la cabeza, y decido no parar, seguir corriendo. Me falta un poco el aire y los gemelos duelen. ¿Qué hago para cenar? Mañana voy a cambiar el mundo. Seré idota. A veces Björk está sobrevalorada, aún así mataría por haber creado Jóga.
Todo llega a su fin, pero donde yace el final del propio fin. Mi felicidad es disfrutar de querer encontrarla, me digo justo al dar la última zancada. Ya no hay tiempo para la decandencia, pienso mientras miro rápidamente hacia el cielo. Si eras malo haciendo resúmenes en tercero de E.G.B, no habrá mayor caos en tu vida, que la propia experiencia.
Llego al portal, ando los pocos metros que me separan del ascensor. Pulso el botón. Odio los tiempos muertos, odio estar acompañado en el ascensor y subir muchos pisos sin tener nada que hablar. Silbar, mirar a ninguna parte, al suelo, al marcador del número de piso en que se encuentra tu cuerpo, no tu mente.
Mi mente estaba en... ah sí, puede que esté equivocado y al fin y al cabo el mundo gire (al fin y al cabo, que expresión más triste...), puede que aunque sólo sea un poquito, gire, aunque solo sean unos cuantos grados de mierda. No lo digo por nada en particular, todo sigue siendo tan desolador y tan árido como siempre, con el mismo olor a restos de pescado y a llaves viejas.
¿Por qué? ¿Por qué cambio de idea? Buena pregunta, por lo tanto, mala respuesta: no se. Lo único que tengo claro es que más allá de cualquier divagación inconclusa llevo ya más de una hora pensando en esa pareja de niños sordos, en la manera en que gesticulaban los "te quieros", o los "vamos a tomar un batido de chocolate", quien demonios sabe lo que estaría diciendo, el hecho es que sus ojos no me engañaban: se amaban.
Y...no se (vuelvo a no saber), puede que hoy todo se haya empeñado en que vuelva a creer en el amor, en la esperanza, y en que todas esas jodidas mentiras le siguen dando cuerda al mundo.
Yo salgo a correr para no ser yo, para ser otro, para tener la sensación de que el mundo pasa deprisa. Siempre he pensado que correr es una buena manera de autoengañarse, de perderse la pista, de creer que todo sigue girando aunque sea mentira. El mundo esta quieto, me digo con sorna mientras acelero o me limpio el sudor. Muy quieto...
Y sí, llevas razón, en el fondo todo es cobardía. Todo gira en torno a eso: la cobardía febril, la más abyecta, la más pobre y ruín de todas, la del engaño, nuestro propio engaño consentido.
Mientras corro pienso en cosas tan dispares como la unión de las palabras "fugaz vistazo" y sus correteos silábicos y sonoros en mi cabeza tras salir escupida de la boca de una mulata en aquella cala perdida y escondida hasta para el viento. Pienso en la pureza al ver al padre en la ensenada enseñando a su hijo como clavar la lombriz en el anzuelo. Pienso en la república del Congo y en Eritrea al ver a los perros gordos casi siendo empujados por unos dueños más gordos que su propia desidia. Pienso en cuanto debieron de doler los tatuajes de la chica rubia que me cruzo, o en cuanto tardarían en sanar sus deudas con los hombres, que de bien seguro que las tuvo. Otras veces pienso en la mediocridad, en si poner lavadora de color o de blanco, en las estampidas de gente y en los borregos sin memoria. No se, son muchas cosas.
Dentro de mi cabeza resumo con afirmaciones y me extiendo en las negaciones. No es culpa mía, yo también soy parte de esa pandemia, de ese ejercito silencioso, de esa nueva generación de pesimistas con sombrero. Nos abundamos en los noes, nos cercenamos y nos amputamos todos los miembros, nos mutilamos hasta las sonrisas cuando de decir sies a boca grande se trata. Somos escuetos, concisos en la forma, más breves que la palabra momento.
Estoy loco, me digo, pero al momento otra idea me surca de nuevo la cabeza, y decido no parar, seguir corriendo. Me falta un poco el aire y los gemelos duelen. ¿Qué hago para cenar? Mañana voy a cambiar el mundo. Seré idota. A veces Björk está sobrevalorada, aún así mataría por haber creado Jóga.
Todo llega a su fin, pero donde yace el final del propio fin. Mi felicidad es disfrutar de querer encontrarla, me digo justo al dar la última zancada. Ya no hay tiempo para la decandencia, pienso mientras miro rápidamente hacia el cielo. Si eras malo haciendo resúmenes en tercero de E.G.B, no habrá mayor caos en tu vida, que la propia experiencia.
Llego al portal, ando los pocos metros que me separan del ascensor. Pulso el botón. Odio los tiempos muertos, odio estar acompañado en el ascensor y subir muchos pisos sin tener nada que hablar. Silbar, mirar a ninguna parte, al suelo, al marcador del número de piso en que se encuentra tu cuerpo, no tu mente.
Mi mente estaba en... ah sí, puede que esté equivocado y al fin y al cabo el mundo gire (al fin y al cabo, que expresión más triste...), puede que aunque sólo sea un poquito, gire, aunque solo sean unos cuantos grados de mierda. No lo digo por nada en particular, todo sigue siendo tan desolador y tan árido como siempre, con el mismo olor a restos de pescado y a llaves viejas.
¿Por qué? ¿Por qué cambio de idea? Buena pregunta, por lo tanto, mala respuesta: no se. Lo único que tengo claro es que más allá de cualquier divagación inconclusa llevo ya más de una hora pensando en esa pareja de niños sordos, en la manera en que gesticulaban los "te quieros", o los "vamos a tomar un batido de chocolate", quien demonios sabe lo que estaría diciendo, el hecho es que sus ojos no me engañaban: se amaban.
Y...no se (vuelvo a no saber), puede que hoy todo se haya empeñado en que vuelva a creer en el amor, en la esperanza, y en que todas esas jodidas mentiras le siguen dando cuerda al mundo.
domingo, 5 de julio de 2009
Los tipos simpáticos de mi secta.
Se ha paralizado un país entero por la gripe y aquí seguimos nosotros, irremediablemente expuestos a la verdad y a la vez tan escondidos de nosotros mismos que duele un poco, si me apuras, incluso nos escondemos de nuestras memorias, que acaba por entristecer más que por causar daño.
El mundo está lleno de paradojas, también de altibajos, meandros y callejones sin salida. Yo prefiero las curiosidades. Recuerdo la de los graznidos del pato que no producen eco, también recuerdo pensar en los cazadores perplejos al darse cuenta por primera vez, con su cara de asombro y la escopeta al hombro.
Hablando de curiosidades: somos tipos curiosos y miembros de esta secta indestructible, viviendo a nuestra jodida manera, la manera de siempre, la de todos los chicos solos con un bolígrafo en la mano y los pulmones llenos de estiercol.
Aquí todos llevan orquideas en los bolsillos por miedo al propio miedo. Para desatar las verguenzas propias de la belleza más pura uno solo se atreve a ponerse margaritas en el pelo y amapolas en la solapa. Nada de claveles, muchos menos rosas.
En nuestras reuniones solemos decir que si fueramos chicos guapos podríamos salir a follar solos y nos preocuparíamos de donde esconder los condones para que no se picaran y sin que dieran mucho el cante. Como sólo somos tipos simpáticos, hemos de conformarnos únicamente con beber solos, saber esperar acodados en cualquier esquina y fumar aguantando mucho el humo, como si al tragarlo dejara de existir.
Sombreros de paja, muchas cervezas frías, islas blancas y chicas sin bikini. Todos los tipos de nuestra secta han soñado con esto y han acabado conformándose con lo otro. Lo otro es la soledad del miedo y el recuerdo de cuando eramos otra cosa más joven, más menuda y sin tantas cosas en que pensar.
El mundo está lleno de paradojas, también de altibajos, meandros y callejones sin salida. Yo prefiero las curiosidades. Recuerdo la de los graznidos del pato que no producen eco, también recuerdo pensar en los cazadores perplejos al darse cuenta por primera vez, con su cara de asombro y la escopeta al hombro.
Hablando de curiosidades: somos tipos curiosos y miembros de esta secta indestructible, viviendo a nuestra jodida manera, la manera de siempre, la de todos los chicos solos con un bolígrafo en la mano y los pulmones llenos de estiercol.
Aquí todos llevan orquideas en los bolsillos por miedo al propio miedo. Para desatar las verguenzas propias de la belleza más pura uno solo se atreve a ponerse margaritas en el pelo y amapolas en la solapa. Nada de claveles, muchos menos rosas.
En nuestras reuniones solemos decir que si fueramos chicos guapos podríamos salir a follar solos y nos preocuparíamos de donde esconder los condones para que no se picaran y sin que dieran mucho el cante. Como sólo somos tipos simpáticos, hemos de conformarnos únicamente con beber solos, saber esperar acodados en cualquier esquina y fumar aguantando mucho el humo, como si al tragarlo dejara de existir.
Sombreros de paja, muchas cervezas frías, islas blancas y chicas sin bikini. Todos los tipos de nuestra secta han soñado con esto y han acabado conformándose con lo otro. Lo otro es la soledad del miedo y el recuerdo de cuando eramos otra cosa más joven, más menuda y sin tantas cosas en que pensar.
martes, 30 de junio de 2009
Rafting VS Caida libre.
Su espalda eran los portones del cielo. Sus pecas mi meditación, mi encierro, mi juego de parchis preferido. Posar uno a uno todos mis dedos, sobre, una a una, todos sus lunares: un alivio. Irme sin contar una a una sus pecas: un castigo.
Su cabello largo y reluciente como la sonrisa de un primer juguete simulaba una pirámide invertida. Un corte a capa diría mi peluquera, yo preferiría llamarlo una montaña de oro y plata clavada en la tierra del fuego, y no, no se trata de poesía , no es nada de eso; se trata de no resultar impreciso ni vagabundo en los designios del querer, de llamar a las cosas por su nombre y atribuir a cada vena el corazon que se merece.
Yo trepé como un chico sin miedo. En aquel, mi sueño, Si mirabas de lejos su cabello, todo parecía estar dispuesto para subir al cielo, trepar sin mirar al suelo, sin miedo a las corrientes de aire ni a las gaviotas que roban y picotean los sueños. Escalada de alto riesgo hasta la nuca, levitación de bajos fondos hasta el borde del abismo.
Trenza tras trenza, y con cada pelo suelto un kilate de oro y plata para mi zurrón. Mano tras mano, pie que adelanta a otro pie, y vuelta a empezar. Todo sea por pasar de la nuca y dejar de oler jazmines para empezar a oler a azahar. Una vez arriba pienso revolverme, tirarme y hacer snow en su coronilla, y justo cuando la ambrosía vaya alejándose de mis labios voy a coger carrera, muchísima carrerilla, desde la parte de atrás de su cabeza hasta la de alante. Voy a llegar a donde comienza su frente. No voy a mirar para abajo, lo juro. Voy a saltar sin más. Voy a deslizarme por el tobogán de su nariz y prometo no mirar sus ojos, no quiero arrepentirme, no quiero agarrarme a última hora a su flequillo, no voy a hacerlo, en serio, es que no quiero permanecer horas inmutable con brazos agarrotados, nada de rafting (odio pender de un hilo), nada de querer tocas sus lágrimas (odio las bebidas saladas), nada de besar sus ojeras y recordar aquel verano donde el morado fue nuestro color preferido, no quiero que me vea como un mono bobo con la mirada perdida preguntándose quizás quien demonios fue Darwin. No quiero atormentarme, dudar, cambiar de planes. Joder, yo lo único que quiero es lanzarme al vacío y caer en sus labios, permanecer allí muy poco, el tiempo justo de recordar su saliva, el tiempo exacto para juntarme el cuerpo de su pintalabios salmón preferido como si fuera after sun. Yo en el fondo lo que quiero es que me trage de una puta vez, que me quite la vida para siempre y que me ayude de una vez por todas a olvidarme de todo.
Su cabello largo y reluciente como la sonrisa de un primer juguete simulaba una pirámide invertida. Un corte a capa diría mi peluquera, yo preferiría llamarlo una montaña de oro y plata clavada en la tierra del fuego, y no, no se trata de poesía , no es nada de eso; se trata de no resultar impreciso ni vagabundo en los designios del querer, de llamar a las cosas por su nombre y atribuir a cada vena el corazon que se merece.
Yo trepé como un chico sin miedo. En aquel, mi sueño, Si mirabas de lejos su cabello, todo parecía estar dispuesto para subir al cielo, trepar sin mirar al suelo, sin miedo a las corrientes de aire ni a las gaviotas que roban y picotean los sueños. Escalada de alto riesgo hasta la nuca, levitación de bajos fondos hasta el borde del abismo.
Trenza tras trenza, y con cada pelo suelto un kilate de oro y plata para mi zurrón. Mano tras mano, pie que adelanta a otro pie, y vuelta a empezar. Todo sea por pasar de la nuca y dejar de oler jazmines para empezar a oler a azahar. Una vez arriba pienso revolverme, tirarme y hacer snow en su coronilla, y justo cuando la ambrosía vaya alejándose de mis labios voy a coger carrera, muchísima carrerilla, desde la parte de atrás de su cabeza hasta la de alante. Voy a llegar a donde comienza su frente. No voy a mirar para abajo, lo juro. Voy a saltar sin más. Voy a deslizarme por el tobogán de su nariz y prometo no mirar sus ojos, no quiero arrepentirme, no quiero agarrarme a última hora a su flequillo, no voy a hacerlo, en serio, es que no quiero permanecer horas inmutable con brazos agarrotados, nada de rafting (odio pender de un hilo), nada de querer tocas sus lágrimas (odio las bebidas saladas), nada de besar sus ojeras y recordar aquel verano donde el morado fue nuestro color preferido, no quiero que me vea como un mono bobo con la mirada perdida preguntándose quizás quien demonios fue Darwin. No quiero atormentarme, dudar, cambiar de planes. Joder, yo lo único que quiero es lanzarme al vacío y caer en sus labios, permanecer allí muy poco, el tiempo justo de recordar su saliva, el tiempo exacto para juntarme el cuerpo de su pintalabios salmón preferido como si fuera after sun. Yo en el fondo lo que quiero es que me trage de una puta vez, que me quite la vida para siempre y que me ayude de una vez por todas a olvidarme de todo.
viernes, 26 de junio de 2009
Sí, estoy viva.
Entre Portishead y Cat Power siempre hay un lugar para las chicas menudas y con alma de cuscurro de panm o con carita de zanahoria. No me preguntes por qué supe que era frágil, simplemente era algo que estaba ahí esperando a ser descubierto. Puedes leer chino o húngaro que es la segunda lengua más difícil de planeta, pero eso es porque no me andas leyendo entre líneas. Yo hablo de casualidades y ganas de amar de distintos cuerpos, todo en la misma frase pero en distintos párrafos. Curioso, ¿cierto?
Sensible como desplazar las yemas de los dedos sobre un poema en braille del mismísimo José Hierro. Algunos se atrevieron a defenestrarla por demasiado líquida, otros no la quisieron por demasiado salada en días de Club Disney en telecinco, otros por demasiado dulce en los parques. Ninguno tenía ni puta idea de lo que es inconformarse con sin razón.
Esa chica es inconforme, es incompleta por poco tiempo, es impaciente, acariciable, inconclusa solo hasta que le saca brillo a sus ganas de perderse. Ella aún no sabe que sabe todo lo básico sobre la tierra que pisa y el mar que avista a lo lejos. Sólo le queda perfeccionar sus saltos, acicalar sus alas, quitarse las plumas que no sirven y cortarse todos y cada uno de los prqueños lastres que de manera alguna le impiden despegar, y que curiosamente yacen anclados en su cadera, el lugar más convulso que me imagino de ella, aparte de su vientre, claro está.
Cuando aprendía ecuaciones de primer grado nunca levantaba la mano en clase para preguntar por qué X y no M que a ella le gustaba más. Todo se lo debe a "Los Piratas", hasta las ganas de tener 11 dedos y un vertedero donde amilanarse entre los restos de algodón sangrante. Ahora ella siempre levanta la mano, hasta en el metro, hasta en la cola de los conciertos o en los escaparates de las librerías. Pregunta al cielo. Nadie responde, no le hace falta. Se tiene a ella misma y eso es tan importante que no le quedan ni ganas de llorar. Es feliz, ¿quién da más?
Sensible como desplazar las yemas de los dedos sobre un poema en braille del mismísimo José Hierro. Algunos se atrevieron a defenestrarla por demasiado líquida, otros no la quisieron por demasiado salada en días de Club Disney en telecinco, otros por demasiado dulce en los parques. Ninguno tenía ni puta idea de lo que es inconformarse con sin razón.
Esa chica es inconforme, es incompleta por poco tiempo, es impaciente, acariciable, inconclusa solo hasta que le saca brillo a sus ganas de perderse. Ella aún no sabe que sabe todo lo básico sobre la tierra que pisa y el mar que avista a lo lejos. Sólo le queda perfeccionar sus saltos, acicalar sus alas, quitarse las plumas que no sirven y cortarse todos y cada uno de los prqueños lastres que de manera alguna le impiden despegar, y que curiosamente yacen anclados en su cadera, el lugar más convulso que me imagino de ella, aparte de su vientre, claro está.
Cuando aprendía ecuaciones de primer grado nunca levantaba la mano en clase para preguntar por qué X y no M que a ella le gustaba más. Todo se lo debe a "Los Piratas", hasta las ganas de tener 11 dedos y un vertedero donde amilanarse entre los restos de algodón sangrante. Ahora ella siempre levanta la mano, hasta en el metro, hasta en la cola de los conciertos o en los escaparates de las librerías. Pregunta al cielo. Nadie responde, no le hace falta. Se tiene a ella misma y eso es tan importante que no le quedan ni ganas de llorar. Es feliz, ¿quién da más?
domingo, 21 de junio de 2009
Woman Ironing. Pablo Picasso.1904.
Debe de ser brutal trabajar en este lugar, me pregunté al verla. Ella permanecía aparentemente inmutable. Quieta y solemne como un lago finés. Su rostro, una lápida de marmol de un blanco cuasi perfecto que apenas se movía, ni un ligero rastro de humanidad. Era como un trozo de hielo del lago más frío del mundo en pleno invierno estepario cubriendo todos y cada uno de los cuerpos de los hombres más cobardes que jamás existieron, era todas las llaves del mundo en mismo manojo, todos las camisas de fuerza de todos los manicomios estadounidenses de los años cincuenta sobre un mismo cuerpo. Ella era un cerrojo, pero sus ojos no podían engañarme.
Todo se trata de cuadros y viajes al pasado o vueltas al presente, para quien a estas alturas ya ande perdido. "Woman Ironing" de Picasso y yo allí sentado y perdido, perdido en un museo, perdido en la ciudad de los rascacielos y las zapatillas con traje de chaqueta, del crack y los tipos vendiendo vicodina a las puertas de los Mcdonalds 24 horas. Y me encontré, créanme que lo hice. Y fue delante de sus ojos. Fue un reencuentro delante de aquel cuadro que me enseñó los significados de la palabra "belleza", "desesperanza" y "adios". Picasso me rozó el flequillo o me ofreció un chute de heroína. Aquella chica eso también lo vió, pero no quiso decirme nada, ni yo a ella.
Volviendo a lo de antes, (aunque no creo que me haya alejado demasiado) sí, sin duda debe ser brutal. No me refiero a las largas horas de pie delante de aquellos cuadros que jamás cambian, a pasear entre murmullos y silencios, a llamar la atención por el uso del flash en las fotos y por que uno se acerca demasiado a un cuadro o habla despóticamente por el móvil. No hablo de toda esa gente que pasa sin decir buenos días, que se marcha y que seguramente jamás volverá y para los que no eres más que una estatua con una placa identificativa. Nadie reparará a ver que te llamas Hilda Santos y mucho menos a imaginar que tus padres son puertoriqueños o quizás mejicanos. Nadie escribirá sobre ti ni fantaseará soñando que te gustan Cocorosie y subir a la azotea en días de lluvia para ver los rayos. Nadie será nada más que dos ojos.
¿Qué habrá sentido al ver mis ojos casi llorosos mientras miraba ese cuadro? ¿Habrá tocado mi emoción, mi alma, mis deseos? ¿Habrá reparado quizás en mis muecas indecisas, en mi bolígrafo miedoso cuando las ideas me asaltan de repente y emocionado no se que escribir primero? Su rostro me dice que soy uno más de esos que se marchan recordando sólo a Picasso. Sus ojos, sin embargo, me dicen que efectivamente se llama Hilda Santos, que vive en la 127 west con Broadway, que le encantaría ser astronauta y que su mayor pasión es sentirse viva mirando los ojos de la gente como yo.
Todo se trata de cuadros y viajes al pasado o vueltas al presente, para quien a estas alturas ya ande perdido. "Woman Ironing" de Picasso y yo allí sentado y perdido, perdido en un museo, perdido en la ciudad de los rascacielos y las zapatillas con traje de chaqueta, del crack y los tipos vendiendo vicodina a las puertas de los Mcdonalds 24 horas. Y me encontré, créanme que lo hice. Y fue delante de sus ojos. Fue un reencuentro delante de aquel cuadro que me enseñó los significados de la palabra "belleza", "desesperanza" y "adios". Picasso me rozó el flequillo o me ofreció un chute de heroína. Aquella chica eso también lo vió, pero no quiso decirme nada, ni yo a ella.
Volviendo a lo de antes, (aunque no creo que me haya alejado demasiado) sí, sin duda debe ser brutal. No me refiero a las largas horas de pie delante de aquellos cuadros que jamás cambian, a pasear entre murmullos y silencios, a llamar la atención por el uso del flash en las fotos y por que uno se acerca demasiado a un cuadro o habla despóticamente por el móvil. No hablo de toda esa gente que pasa sin decir buenos días, que se marcha y que seguramente jamás volverá y para los que no eres más que una estatua con una placa identificativa. Nadie reparará a ver que te llamas Hilda Santos y mucho menos a imaginar que tus padres son puertoriqueños o quizás mejicanos. Nadie escribirá sobre ti ni fantaseará soñando que te gustan Cocorosie y subir a la azotea en días de lluvia para ver los rayos. Nadie será nada más que dos ojos.
¿Qué habrá sentido al ver mis ojos casi llorosos mientras miraba ese cuadro? ¿Habrá tocado mi emoción, mi alma, mis deseos? ¿Habrá reparado quizás en mis muecas indecisas, en mi bolígrafo miedoso cuando las ideas me asaltan de repente y emocionado no se que escribir primero? Su rostro me dice que soy uno más de esos que se marchan recordando sólo a Picasso. Sus ojos, sin embargo, me dicen que efectivamente se llama Hilda Santos, que vive en la 127 west con Broadway, que le encantaría ser astronauta y que su mayor pasión es sentirse viva mirando los ojos de la gente como yo.
miércoles, 27 de mayo de 2009
Adjetivos
Me llaman licencioso, no me molesta. Mi mayor atevimiento se llama locura, mi mayor vicio quizás sea el helado en invierno y la libertad mientras no duermo. Me llaman disoluto, confiando, alguna hubo que me dijo "eres un canalla, un bandido, pero eso no me duele, lo que me revienta es que no lleves pistolas y si los bolsillos llenos de bolis".
Inerme a veces irreverente, caústico, otras flemático, hierático, mercúrico. Los domingos, dependiendo de si llueve o no, suelo ser solemne o concupiscente, majestuoso, altivo y algo amargo. Los sabados suelo pecar de pecador. Los lunes soy algo Kaufman. Los días impares sin embargo soy lineal y quiescente, sólo me moverás si me agarras las muñecas o me besas el cuello. Dias pares me verás desaforado, expeditivo y bastante desmedido.
Los días que me faltas tú dejo de ser adjetivo. Soy dos putos sustantivos con piernas y sin lengua que se llaman "vacío y terror".
Inerme a veces irreverente, caústico, otras flemático, hierático, mercúrico. Los domingos, dependiendo de si llueve o no, suelo ser solemne o concupiscente, majestuoso, altivo y algo amargo. Los sabados suelo pecar de pecador. Los lunes soy algo Kaufman. Los días impares sin embargo soy lineal y quiescente, sólo me moverás si me agarras las muñecas o me besas el cuello. Dias pares me verás desaforado, expeditivo y bastante desmedido.
Los días que me faltas tú dejo de ser adjetivo. Soy dos putos sustantivos con piernas y sin lengua que se llaman "vacío y terror".
domingo, 24 de mayo de 2009
Estrellas y semáforos.
Es de noche ¿Nunca han visto una escalera en medio de la nada? Seguro que sí. Después llega un tipo que no está borracho porque no se balancea ni dice toda la verdad de las cosas. Levanta la cabeza, mira al cielo, se sube despacio. Cuando está arriba comienza a mover los brazos. Parecen serpientes, parecen hojas de otoño a punto de desfallecer. Sus extremidades superiores ondean como lo hace una bandera o una perra cansada a punto de parir. Sus manos mueven los delicados dedos como si se dedicara a decirle a la piel de las mujeres cuanto las quiere. Ese hombre no es un tarado. Ese hombre esá acariciando el aire. Ese hombre está cortejando estrellas.
Más tarde, dos, tres, quizás cuatro días, si te fijas verás el cielo tremendamente despejado, las estrellas casi aterrizando en los árboles, la ciudad particularmente bien iluminada. Parece que todo el mundo sonría esa noche. Si esperas a que todos se acuesten volverás a ver a ese tipo aparecer. Esta vez junto a la escalera lleva una cesta. ¿Para qué es la cesta? Vale, veo que no me sigues...Pues para guardar las estrellas, joder.
Bueno, el caso es que cuando tenga la cesta llena, se marchará sin más, sin siquiera mirar atrás, sin tampoco hacerse el distraído. La palabra bien podría ser subrepticiamente. Yo prefiero decir "nada importa excepto el arrepentimiento". Pues lo dicho, él sigue y sigue, la gente no lo mira, bueno, matizo, la gente no se atreve a mirarlo. Los coches que se lo cruzan casi chocan. Todo el mundo sabe que ese tipo lleva todo el poder de un secreto agarrado a su mano. Pero no hay nadie tan hijo de puta como para desgarrar un secreto a media noche, en mitad de la calle, a las cuatro de la mañana. Pueden balearte por dos cigarros, por un billete, por una mala mirada, pero nadie te roba un secreto lleno de luz, eso todo el mundo lo sabe.
Él ya está en su casa, concretamente en la cocina. Abre dos portezuelas debajo de la encimera de marmol y saca un pasapuré enorme. Ahora se dirige a la bañera. Coloca el tapón. Agarra la cesta. Una a una pasa las estrellas por el pasapuré. No es la primera vez que lo hace, es perro viejo. No mira la luz, no quiere quedarse ciego ni ver demasiado dulce. Una a una las estrellas se hacen fluido viscoso y se caen a la bañera, aunque más que caer resbalan, se derraman. Eso no quita para que el sonido sea aterradoramente lindo. Suena como cuando cae una momba y sabes que no ha matado a nadie. Suena igual de bien.
Tras un tiempo incontable, pues todo el mundo sabe que ante la presencia de la luz intensa las unidades de tiempo también se tapan los ojos y dejan de andar, la bañera está casi llena. Venga vale, lo se, de una cesta, una bañera llena, no nos vengas con milongas. Pues bien, todo astro desprende cinco veces su volumen al ser pasado de estado sólido a parcialmente líquido, simple ley de felicidad y ecuación lumínica. Si no, agarra la sonrisa de tu chica, intenta diluirla en sueños, y dime si me equivoco, seguramente tendrás cubetas y cubetas de semen y uva recien pisoteada.
Umm, esto me recuerda a que a día de hoy me he bebido todo el vino de esta ciudad y aún no tengo cojones de hablar sobre la palabra "prescindible", pero eso es otra larga historia.
Seguimos en la bañera. Ahora el tipo se seca el sudor de la frente, se cambia de ropa, caga mientras lee acerca de experimentos con ratas para intentar paliar la falta de inocencia del individuo adulto europeo. Se deprime, se limpia el culo y mira la bañera por una fracción de segundo. Ahora se quiere, se entiende, se perfuma con su colonia preferida y se acuesta. Tarda en dormir. Piensa en todo, sobre todo en la luz. Piensa en llamémosle Albana, o mejor María Éxpósito, o por qué no Leire. Piensa en secuestrarla, en sumergirla en la bañera, aunque luego rechaza la idea. Ni siquiera sabe su nombre.
A la mañana siguiente el tipo se levanta. Le duele todo menos los ojos, curioso. Los bolsillos, los sueños, los nudillos, las tostadas con mermelada de albaricoque, todo duele. Hace una lista de la compra. No sirve, en las tiendas ya no tienen quereres ni chocolatinas de tropecientos sabores. La arruga, la lanza y no hace canasta. Soy un perdedor, se dice, y a la vez ser ríe porque sabe que ya no lo es, no es perdedor ese que lo ha perdido todo. Va hacia el baño con 15 botellas vacías. Las llena una a una del líquido naranja ¿o es amarillo? Da igual. Baja a los aparcamientos, intenta disimular el resplandor colocándolas en bolsas negras pero no puede. La gente lo mira sorprendida como quien mira a un futbolista. La gente lo odia ahora como se odia a otro futbolista.
Con todas guardadas en el maletero y los dedos algo amoratados, arranca y huye. Aprieta el acelerador a fondo, a veces hasta en las rotondas. Todos dirían que es un loco. Él mismo se lo dice, pero no le importa morir en el centro de una rotonda llena de flores, es un buen lugar, tiene mucha poesía. El caso es que el tipo va escuchando Radiohead y cuando se da cuenta ya ha llegado a su destino. Puto Thom Yorke, aquí sólo acelero yo, no vale que adelantes el tiempo, se dice medio enfadado.
Su destino es una gran nave a las afueras de cualquier ciudad. Una empresa de semáforos.
He leído poco sobre los semáforos, parece que a nadie le interesa hablar sobre ellos. Como si se tratara de un secreto que todos quieren guardar, algo que todo el mundo sabe pero que nadie quiere compartir por miedo a perderlo, a que se lo lleven y se extinga tan rápido como un olor a beso en medio de un vendabal. Por cierto, me encanta la palabra vendabal, es tan tan tan acolchada.
Bueno, estaba con las estrellas, o con los semáforos, que para lo que venimos hablando viene a ser lo mismo. Un semáforo puede cambiar tu vida, eso lo saben en cualquier casa de apuestas. Pero nadie te lo va a decir hasta que no lo experimentes, nadie quiere perder ese secreto.
Sigo, sigo, que me enredo.
El tipo aparca, permanece 23 segundos exactos hasta que deja de sonar "True Love waits", odia dejar canciones a medias. Se baja, cubre la matrícula trasera, cualquiera diría que quiere huir. Agarra las botellas, llama a un portón enorme que permanece cerrado a pesar de no ser domingo. Sale a correr, corre tanto que si cierra los ojos fuerte, muy fuerte, siente que vuela. Abre rápidamente la puerta del coche, arranca. Alguien abre el portón y grita una frase ininteligible. Quizás diga "oye tú", o "quieto", o "vuelve, quiero que veas como se hace". El tipo de la empresa, agarra las bolsas, una a una saca las botellas ya dentro de la nave industrial. Con cada botella sonríe un poco más. Cuando saca la última, adherida a la superficie de la botella encuentra una nota. Dice: "Aquí mi deuda".
Se que muchos estarán perdidos. Yo también lo estuve cuando escuché esta historia por primera y última vez. Rogué y rogué que no parará aquí. Le dije que ese no podía ser el final, pero no me escuchó, siguió emborrachándose y bebiendo cerveza como un tipo sin casa, sin mujer y sin niños. Le amenacé con partirle el botellín en plena cara si no continuaba, pero él se quedo fijamente mirándome a los ojos y sonrío como un loco. Recuerdo haber temblado. Recuerdo marcharme a casa algo agitado, con piernas temblorosas y estado casi hipnótico. El resto lo hizo el tiempo, el olvido, las drogas y el amor.
Más tarde, no recuerdo cuanto, que por otra parte tampoco importa, me detuve en un semáforo. Lo entendí todo. En el carril de al lado una chica preciosa cantaba una canción. Erá inglés. Me fijé en sus labios, sus manos, sus dedos golpeando el volante. Cantaba "True Love waits". Tarareé al mismo tiempo: Just don't leave, don't leave, i'm not living, i'm just killing time, your tiny hands, your crazy kitten smile...
El semáforo se puso en verde. Una cola detrás de mi pitaba y pitaba, pero no podía arrancar. La chica hacía ya varios segundos que se había marchado. Yo permanecía allí sin saber bien por qué. Pensaba en blanco, amarillo, quizás naranja, luego en el tipo del bar, en el tipo de la escalera. Quizás fuera el mismo, aunque eso poco importaba a esas alturas.
Esa chica se llamaba Estrella, jamás lo confirmé pero lo sabía a ciencia cierta. No la seguí, no me arrepiento. Por otra parte, los semáforos están hechos de estrellas y feo hierro bañado de pintura verde, pero de estrellas al fin y al cabo. Eso es seguro. No se el motivo por el cual aquel tipo cortejaba estrellas, yo se cuál es el mío, se que he de pagar mi deuda: Un semáforo cambió mi vida. Una estrella la iluminó para siempre.
Más tarde, dos, tres, quizás cuatro días, si te fijas verás el cielo tremendamente despejado, las estrellas casi aterrizando en los árboles, la ciudad particularmente bien iluminada. Parece que todo el mundo sonría esa noche. Si esperas a que todos se acuesten volverás a ver a ese tipo aparecer. Esta vez junto a la escalera lleva una cesta. ¿Para qué es la cesta? Vale, veo que no me sigues...Pues para guardar las estrellas, joder.
Bueno, el caso es que cuando tenga la cesta llena, se marchará sin más, sin siquiera mirar atrás, sin tampoco hacerse el distraído. La palabra bien podría ser subrepticiamente. Yo prefiero decir "nada importa excepto el arrepentimiento". Pues lo dicho, él sigue y sigue, la gente no lo mira, bueno, matizo, la gente no se atreve a mirarlo. Los coches que se lo cruzan casi chocan. Todo el mundo sabe que ese tipo lleva todo el poder de un secreto agarrado a su mano. Pero no hay nadie tan hijo de puta como para desgarrar un secreto a media noche, en mitad de la calle, a las cuatro de la mañana. Pueden balearte por dos cigarros, por un billete, por una mala mirada, pero nadie te roba un secreto lleno de luz, eso todo el mundo lo sabe.
Él ya está en su casa, concretamente en la cocina. Abre dos portezuelas debajo de la encimera de marmol y saca un pasapuré enorme. Ahora se dirige a la bañera. Coloca el tapón. Agarra la cesta. Una a una pasa las estrellas por el pasapuré. No es la primera vez que lo hace, es perro viejo. No mira la luz, no quiere quedarse ciego ni ver demasiado dulce. Una a una las estrellas se hacen fluido viscoso y se caen a la bañera, aunque más que caer resbalan, se derraman. Eso no quita para que el sonido sea aterradoramente lindo. Suena como cuando cae una momba y sabes que no ha matado a nadie. Suena igual de bien.
Tras un tiempo incontable, pues todo el mundo sabe que ante la presencia de la luz intensa las unidades de tiempo también se tapan los ojos y dejan de andar, la bañera está casi llena. Venga vale, lo se, de una cesta, una bañera llena, no nos vengas con milongas. Pues bien, todo astro desprende cinco veces su volumen al ser pasado de estado sólido a parcialmente líquido, simple ley de felicidad y ecuación lumínica. Si no, agarra la sonrisa de tu chica, intenta diluirla en sueños, y dime si me equivoco, seguramente tendrás cubetas y cubetas de semen y uva recien pisoteada.
Umm, esto me recuerda a que a día de hoy me he bebido todo el vino de esta ciudad y aún no tengo cojones de hablar sobre la palabra "prescindible", pero eso es otra larga historia.
Seguimos en la bañera. Ahora el tipo se seca el sudor de la frente, se cambia de ropa, caga mientras lee acerca de experimentos con ratas para intentar paliar la falta de inocencia del individuo adulto europeo. Se deprime, se limpia el culo y mira la bañera por una fracción de segundo. Ahora se quiere, se entiende, se perfuma con su colonia preferida y se acuesta. Tarda en dormir. Piensa en todo, sobre todo en la luz. Piensa en llamémosle Albana, o mejor María Éxpósito, o por qué no Leire. Piensa en secuestrarla, en sumergirla en la bañera, aunque luego rechaza la idea. Ni siquiera sabe su nombre.
A la mañana siguiente el tipo se levanta. Le duele todo menos los ojos, curioso. Los bolsillos, los sueños, los nudillos, las tostadas con mermelada de albaricoque, todo duele. Hace una lista de la compra. No sirve, en las tiendas ya no tienen quereres ni chocolatinas de tropecientos sabores. La arruga, la lanza y no hace canasta. Soy un perdedor, se dice, y a la vez ser ríe porque sabe que ya no lo es, no es perdedor ese que lo ha perdido todo. Va hacia el baño con 15 botellas vacías. Las llena una a una del líquido naranja ¿o es amarillo? Da igual. Baja a los aparcamientos, intenta disimular el resplandor colocándolas en bolsas negras pero no puede. La gente lo mira sorprendida como quien mira a un futbolista. La gente lo odia ahora como se odia a otro futbolista.
Con todas guardadas en el maletero y los dedos algo amoratados, arranca y huye. Aprieta el acelerador a fondo, a veces hasta en las rotondas. Todos dirían que es un loco. Él mismo se lo dice, pero no le importa morir en el centro de una rotonda llena de flores, es un buen lugar, tiene mucha poesía. El caso es que el tipo va escuchando Radiohead y cuando se da cuenta ya ha llegado a su destino. Puto Thom Yorke, aquí sólo acelero yo, no vale que adelantes el tiempo, se dice medio enfadado.
Su destino es una gran nave a las afueras de cualquier ciudad. Una empresa de semáforos.
He leído poco sobre los semáforos, parece que a nadie le interesa hablar sobre ellos. Como si se tratara de un secreto que todos quieren guardar, algo que todo el mundo sabe pero que nadie quiere compartir por miedo a perderlo, a que se lo lleven y se extinga tan rápido como un olor a beso en medio de un vendabal. Por cierto, me encanta la palabra vendabal, es tan tan tan acolchada.
Bueno, estaba con las estrellas, o con los semáforos, que para lo que venimos hablando viene a ser lo mismo. Un semáforo puede cambiar tu vida, eso lo saben en cualquier casa de apuestas. Pero nadie te lo va a decir hasta que no lo experimentes, nadie quiere perder ese secreto.
Sigo, sigo, que me enredo.
El tipo aparca, permanece 23 segundos exactos hasta que deja de sonar "True Love waits", odia dejar canciones a medias. Se baja, cubre la matrícula trasera, cualquiera diría que quiere huir. Agarra las botellas, llama a un portón enorme que permanece cerrado a pesar de no ser domingo. Sale a correr, corre tanto que si cierra los ojos fuerte, muy fuerte, siente que vuela. Abre rápidamente la puerta del coche, arranca. Alguien abre el portón y grita una frase ininteligible. Quizás diga "oye tú", o "quieto", o "vuelve, quiero que veas como se hace". El tipo de la empresa, agarra las bolsas, una a una saca las botellas ya dentro de la nave industrial. Con cada botella sonríe un poco más. Cuando saca la última, adherida a la superficie de la botella encuentra una nota. Dice: "Aquí mi deuda".
Se que muchos estarán perdidos. Yo también lo estuve cuando escuché esta historia por primera y última vez. Rogué y rogué que no parará aquí. Le dije que ese no podía ser el final, pero no me escuchó, siguió emborrachándose y bebiendo cerveza como un tipo sin casa, sin mujer y sin niños. Le amenacé con partirle el botellín en plena cara si no continuaba, pero él se quedo fijamente mirándome a los ojos y sonrío como un loco. Recuerdo haber temblado. Recuerdo marcharme a casa algo agitado, con piernas temblorosas y estado casi hipnótico. El resto lo hizo el tiempo, el olvido, las drogas y el amor.
Más tarde, no recuerdo cuanto, que por otra parte tampoco importa, me detuve en un semáforo. Lo entendí todo. En el carril de al lado una chica preciosa cantaba una canción. Erá inglés. Me fijé en sus labios, sus manos, sus dedos golpeando el volante. Cantaba "True Love waits". Tarareé al mismo tiempo: Just don't leave, don't leave, i'm not living, i'm just killing time, your tiny hands, your crazy kitten smile...
El semáforo se puso en verde. Una cola detrás de mi pitaba y pitaba, pero no podía arrancar. La chica hacía ya varios segundos que se había marchado. Yo permanecía allí sin saber bien por qué. Pensaba en blanco, amarillo, quizás naranja, luego en el tipo del bar, en el tipo de la escalera. Quizás fuera el mismo, aunque eso poco importaba a esas alturas.
Esa chica se llamaba Estrella, jamás lo confirmé pero lo sabía a ciencia cierta. No la seguí, no me arrepiento. Por otra parte, los semáforos están hechos de estrellas y feo hierro bañado de pintura verde, pero de estrellas al fin y al cabo. Eso es seguro. No se el motivo por el cual aquel tipo cortejaba estrellas, yo se cuál es el mío, se que he de pagar mi deuda: Un semáforo cambió mi vida. Una estrella la iluminó para siempre.
domingo, 17 de mayo de 2009
Fiesta de tu jersey
Las fiestas en tu jersey siempre fueron cien por cien algodón. Que a ninguno de los que te lo hizo se le ocurra mencionar acrílicos o poliéster, ni tampoco seda que tus manos siempre fueron como cachorros de león haciendo lucha grecoromana.
Yo recuerdo bien clarito que si te ponía el oído sobre el pecho podía escuchar pajaros carpinteros. También he oído al mísmisimo David Grohl en aquella época en que aún estaba vivo, en las canciones de Bleach, ya sabes, después se amariconó y acabo con respiración asistida y adicto a las fondue de chocolate; pues eso, cuando tocaba la batería como uno de esos tipos a los que drogan y meten en ataudes con kilos y kilos de arena sobre sus cabezas, y que luego despiertan con todo oscuro, ahogándose porque ya se han tragado casi todo el oxígeno de esa cajita de madera, y asfixiándose aún más por el agobio y la hiperventilación de la jodida claustrofobia. Golpean la caja con la fuerza de un tipo muerto, y rezan con la fe ciega de un tipo vivo a oscuras que sabe que si golpea más fuerte se va a llenar todo de arena, hasta los pulmones. Ese que golpea ya no vive, aunque respire. Y sí, tu pecho me ha sonado así, a golpes de muerte.
Nunca tuve la certeza de que tenías corazón hasta que me lo serviste en bandeja aquel día impar de Julio.
Los días que el Sol salía a comprar tabaco todo parecía que fuera a reventar, eran días calmos y yermos como estanques de mercurio, pero eso sí, con una bomba de plutonio junto al brasero de picón, haciendo tic-tac, apuntito de explotar. Las nubes siempre han sabido querernos, siempre han entendido y mimetizado nuestras ganas de escondernos de las horas muertas y de los tipos con chaqueta y maletín de llave.
Otras veces he acudido a tu vientre buscando las pelotillas de algodón de tus sudaderas nuevas de capucha. Allí, en tu barriga he leído estrias y he reordenado lunares, todo por nada, simplemente por esperar que me esperes. Los toboganes de tu espalda como antaño. Los trampolines de tu barbilla como antídoto. Beber litros y litros de saliva, escupir kilos y kilos de confeti.
Las fiestas de tu jersey, aunque no tengas corazón, son las más sonadas entre las branquias de todos los peces globo del océano lacrimal conocido. Una vez recuerdo haber tirado de un hilo. Tiré y tiré y tiré, y te desnudé el ombligo. Lloreé y lloré por no saber coserte en el mismo sentido. Es lo que tiene ser un loco, un tarado, no hay vuelta atrás cuando destrozamos aquello que tanto mal nos ha hecho y que tanto hemos querido.
Yo recuerdo bien clarito que si te ponía el oído sobre el pecho podía escuchar pajaros carpinteros. También he oído al mísmisimo David Grohl en aquella época en que aún estaba vivo, en las canciones de Bleach, ya sabes, después se amariconó y acabo con respiración asistida y adicto a las fondue de chocolate; pues eso, cuando tocaba la batería como uno de esos tipos a los que drogan y meten en ataudes con kilos y kilos de arena sobre sus cabezas, y que luego despiertan con todo oscuro, ahogándose porque ya se han tragado casi todo el oxígeno de esa cajita de madera, y asfixiándose aún más por el agobio y la hiperventilación de la jodida claustrofobia. Golpean la caja con la fuerza de un tipo muerto, y rezan con la fe ciega de un tipo vivo a oscuras que sabe que si golpea más fuerte se va a llenar todo de arena, hasta los pulmones. Ese que golpea ya no vive, aunque respire. Y sí, tu pecho me ha sonado así, a golpes de muerte.
Nunca tuve la certeza de que tenías corazón hasta que me lo serviste en bandeja aquel día impar de Julio.
Los días que el Sol salía a comprar tabaco todo parecía que fuera a reventar, eran días calmos y yermos como estanques de mercurio, pero eso sí, con una bomba de plutonio junto al brasero de picón, haciendo tic-tac, apuntito de explotar. Las nubes siempre han sabido querernos, siempre han entendido y mimetizado nuestras ganas de escondernos de las horas muertas y de los tipos con chaqueta y maletín de llave.
Otras veces he acudido a tu vientre buscando las pelotillas de algodón de tus sudaderas nuevas de capucha. Allí, en tu barriga he leído estrias y he reordenado lunares, todo por nada, simplemente por esperar que me esperes. Los toboganes de tu espalda como antaño. Los trampolines de tu barbilla como antídoto. Beber litros y litros de saliva, escupir kilos y kilos de confeti.
Las fiestas de tu jersey, aunque no tengas corazón, son las más sonadas entre las branquias de todos los peces globo del océano lacrimal conocido. Una vez recuerdo haber tirado de un hilo. Tiré y tiré y tiré, y te desnudé el ombligo. Lloreé y lloré por no saber coserte en el mismo sentido. Es lo que tiene ser un loco, un tarado, no hay vuelta atrás cuando destrozamos aquello que tanto mal nos ha hecho y que tanto hemos querido.
jueves, 14 de mayo de 2009
¿Verdad qué no?
Confío en mi, pero no en mi suerte. Y dicen por ahí que veo a la gente antes de mirarla. No se si se equivocan, jamás me lo he planteado, no voy a hacerlo ahora. Sería un poco adolescente, cosas de niñatos. Ya me entiendes. ¿No? Joder, te gusta ponérmelo difícil. Te gusta que me explique y mire dentro de mi como cuando un niño va al acuario por primera vez. Sabes que odio eso. Sabes que odio mirar dentro de mi pozo porque siempre acabo subiendo algo en la cubeta, y resulta ser mierda nueva, y no me gusta porque tengo que buscarle un lugar, cuadrar las cosas, ya sabes. Y resulta que siempre me sobran cosas. Y no tengo espacio. Mi pecho es un estercolero enorme. Mi vientre un delta de un río lleno de moscas y palabras rotas, más antiguas que lo que me querías. Mis piernas son dos vertederos, sólo mequedan músculos con la fuerza suficiente para huir sin mirar atrás, jamás voy a poder andar con la cabeza alta usando estas piernas de cobarde. Soy un mequetrefe que hace mucho ruido, más que una orgía de nueces. No, joder, que no exagero, es la pura y puta verdad. Seguro que me has visto miles de veces entrar en la fiesta. ¿Me viste marcharme? Nunca ¿verdad?. Ves, lo sabía. Ahí fuera pasan cosas. Ellas andan como si la vida no importara. Ellos como si todo el dinero del mundo cupiera en su mirada. Todo se pierde excepto el miedo a perder. ¿Qué no? vamos, hombre, que me vas a contar tú. Siempre has estado enamorado. La plastilina, el balón, la profesora de ética, la de Bases de Cálculo en la facultad, de Ana, de Daniela...¿Te has parado a pensar alguna vez quiénes somos cuando estamos solos? ¿cuándo no amamos? ¿Verdad que no? No lo hagas, no lo hagas nunca, la cubeta de tu pozo jamás resistiría tanta mierda si no estás acostumbrado...
miércoles, 22 de abril de 2009
Ranchera
¿Saben de esas rancheras americanas descubiertas por atrás? Pues ellos lo hicieron allí, en el desierto, y se arroparon con mantas y besos a la noche, y con algo de cráteres lunares también, por qué no decirlo. Y cuando se dieron cuenta el amanecer ya estaba anegándolo todo como una riada brava y salvaje, la arena, los cactus, hasta las sienes.
Y entonces, o mucho antes (ya el tiempo dejaba de tener sentido, importancia o baremaciones coherentes), se dieron cuenta de que lo suyo era técnicamente imposible, literalmente inviable, premeditadamente inconcebible. Las piedras se regaban con su sudor y su puta lascivia enferma. Las serpientes rezaban para que les sapicara algo de semen y menos de pecado. El color naranja y el olor ocre, el sonido terroso y el tacto austero de la desolación. Las palabras dicharachero, cerveza fresca y 120 millas por hora. Pero sobre todo la sensación de vacío, de desapego, de "vuelta a empezar".
Que ambos sabían muchísimo antes de tocarse la piel o arrancarse las uñas, que todo aquello se llamaba revolcón taciturno, que todo lo demás era deforestación del deseo.
Que follarse sin entenderse, sin escucharse, era la mayor concesión de libertad que podían otorgarse en aquel árido rincón de sus destinos.
Que la putrefacción entrevenándose en su pene, uno, y en sus muslos, otra; que el mero hecho de levantarse, bajarse de la parte trasera de la camioneta, subirse a la cabina, encender el motor, y ponerse las gafas de sol por miedo a que se los tragara el cielo, les resultara más asqueroso que una huída oficial en toda regla, todo eso ya lo sabían antes de preguntarse los nombres, pero sin embargo les gustó tanto que decidieron olvidárselos, olvidarse, seguir sobreviviendo.
Y entonces, o mucho antes (ya el tiempo dejaba de tener sentido, importancia o baremaciones coherentes), se dieron cuenta de que lo suyo era técnicamente imposible, literalmente inviable, premeditadamente inconcebible. Las piedras se regaban con su sudor y su puta lascivia enferma. Las serpientes rezaban para que les sapicara algo de semen y menos de pecado. El color naranja y el olor ocre, el sonido terroso y el tacto austero de la desolación. Las palabras dicharachero, cerveza fresca y 120 millas por hora. Pero sobre todo la sensación de vacío, de desapego, de "vuelta a empezar".
Que ambos sabían muchísimo antes de tocarse la piel o arrancarse las uñas, que todo aquello se llamaba revolcón taciturno, que todo lo demás era deforestación del deseo.
Que follarse sin entenderse, sin escucharse, era la mayor concesión de libertad que podían otorgarse en aquel árido rincón de sus destinos.
Que la putrefacción entrevenándose en su pene, uno, y en sus muslos, otra; que el mero hecho de levantarse, bajarse de la parte trasera de la camioneta, subirse a la cabina, encender el motor, y ponerse las gafas de sol por miedo a que se los tragara el cielo, les resultara más asqueroso que una huída oficial en toda regla, todo eso ya lo sabían antes de preguntarse los nombres, pero sin embargo les gustó tanto que decidieron olvidárselos, olvidarse, seguir sobreviviendo.
lunes, 20 de abril de 2009
No más mañanas...
Me he cansado de esperar. Huelga de amaneceres.
Este sofá va a ser Finlandia. Aquí nada va a oler a rocío.
Nada de afiladores, nada de butaneros con voz de Pavaroti.
Que no se atreva el olor del pan recién hecho a colarse por la ventana, que no lo quiero, que mato al panadero con una flor, lo juro.
Paso de anuncios de cuchillos super afilados, paso de Euronews, ni siquiera sin voz.
Paso del primer conductor de autobús, paso de su cara de sueño, de su voz de suicidio, de sus ganas de huir, de no despertar.
Ni galletas con leche, ni tostadas, nada de mermelada de ambrosía ni olor a sabanas pegadas, que no, que no, que no.
No más sonidos de negocios abriendo, no más persianas que brotan, chillan y patalean.
No más, no más, no más.
Todo se lo debo a mi madre poniendo vinilos de "Deep purple" los sabados de mañana. Todo se lo debo al sonido de la aspiradora multiplicando mis resacas en lugar de tragárselas. Todo se lo debo a Bola de Dragón y a Oliver y Benji!Cuantas horas de sueño se han llevado estos japoneses hijos de perra en sus bolsillos.
¿Por qué todo esta mierda? Pues porque me he cansado del vino, de despertar solo, de madrugar mal acompañado. Me he marchitado por no abrazarla a la mañana, por no besarla al Sol.
Este sofá va a ser Finlandia. Aquí nada va a oler a rocío.
Nada de afiladores, nada de butaneros con voz de Pavaroti.
Que no se atreva el olor del pan recién hecho a colarse por la ventana, que no lo quiero, que mato al panadero con una flor, lo juro.
Paso de anuncios de cuchillos super afilados, paso de Euronews, ni siquiera sin voz.
Paso del primer conductor de autobús, paso de su cara de sueño, de su voz de suicidio, de sus ganas de huir, de no despertar.
Ni galletas con leche, ni tostadas, nada de mermelada de ambrosía ni olor a sabanas pegadas, que no, que no, que no.
No más sonidos de negocios abriendo, no más persianas que brotan, chillan y patalean.
No más, no más, no más.
Todo se lo debo a mi madre poniendo vinilos de "Deep purple" los sabados de mañana. Todo se lo debo al sonido de la aspiradora multiplicando mis resacas en lugar de tragárselas. Todo se lo debo a Bola de Dragón y a Oliver y Benji!Cuantas horas de sueño se han llevado estos japoneses hijos de perra en sus bolsillos.
¿Por qué todo esta mierda? Pues porque me he cansado del vino, de despertar solo, de madrugar mal acompañado. Me he marchitado por no abrazarla a la mañana, por no besarla al Sol.
domingo, 12 de abril de 2009
Ciudad del ruído
Suena "The End" de "The Doors". Suena a "Apocalypse now", suena a quejido roto, a fustas sobre lomos de caballos negros, a hienas que maldicen sobre restos de margaritas pisoteadas, a días nublados sobre territorios infames depredados por la munición del cobarde y el pico del sucio y despiadado buitre. Suena a adiós, a fin de algo y a principio de nada.
Las ciudades de más de dos habitantes me dan pánico. Siempre fue así, siempre lo será. Y es que mañana es el día en que se acaba el mundo para nosotros tal y como lo conocemos hasta ahora. Mañana es el día en que se consuma la putrefacción de esta ciudad quebrada. Mañana se fundirán todos los vinilos del mundo, mañana se crearán mares negros de sonidos que se escaparán hacia el Sol por la ventana y la puerta de atrás . Mañana todas las voces de todas las canciones de todas las gramolas del mundo dirán "te quiero" en tiempos del pasado, preferentemente en pretérito imperfecto, primera persona del singular.
Mañana esta ciudad del ruído será al fin nuestra, nuestra hasta nunca porque con cada canción que se muera ya nos habremos ido para siempre, tú y yo, ambos dos, con nuestra música hacia otra puta y triste parte.
Las ciudades de más de dos habitantes me dan pánico. Siempre fue así, siempre lo será. Y es que mañana es el día en que se acaba el mundo para nosotros tal y como lo conocemos hasta ahora. Mañana es el día en que se consuma la putrefacción de esta ciudad quebrada. Mañana se fundirán todos los vinilos del mundo, mañana se crearán mares negros de sonidos que se escaparán hacia el Sol por la ventana y la puerta de atrás . Mañana todas las voces de todas las canciones de todas las gramolas del mundo dirán "te quiero" en tiempos del pasado, preferentemente en pretérito imperfecto, primera persona del singular.
Mañana esta ciudad del ruído será al fin nuestra, nuestra hasta nunca porque con cada canción que se muera ya nos habremos ido para siempre, tú y yo, ambos dos, con nuestra música hacia otra puta y triste parte.
domingo, 29 de marzo de 2009
Cesare Pavese y las mujeres caóticas.
Hoy, domingo sin más y sin menos, cohabitan en mi cabeza tres sensaciones que se revuelcan en una misma cama.
Suena Deftones, "Change" (in the house of flies) para ser más exactos. Sobre una montaña de pétalos y tallos, en lo que bien pudiera acabar siendo un estercolero de rosas, Césare Pavese grita "Uno no se mata por el amor de una mujer. Uno se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada." A su lado sobre una BMX roja, una chica caótica, enfermiza, sentimentalista, inconforme, y con los labios rojos, pedalea sin mirar atrás, como si ya no hubiera mañana.
Este es mi domingo, y me da a mi que va a traer cola...
Suena Deftones, "Change" (in the house of flies) para ser más exactos. Sobre una montaña de pétalos y tallos, en lo que bien pudiera acabar siendo un estercolero de rosas, Césare Pavese grita "Uno no se mata por el amor de una mujer. Uno se mata porque un amor, cualquier amor, nos revela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada." A su lado sobre una BMX roja, una chica caótica, enfermiza, sentimentalista, inconforme, y con los labios rojos, pedalea sin mirar atrás, como si ya no hubiera mañana.
Este es mi domingo, y me da a mi que va a traer cola...
domingo, 22 de marzo de 2009
La almohada que me robó a mi padre.
Papa siempre solía decir antes de irse a la cama: "escucha a tu almohada antes de dormirte, ella lo sabe todo sobre todas las cosas del mundo". Que manera más brillante de condicionarme a ser un helecho triste, una persona autodestructiva. ¿Realmente creyó que con rotundidades como esa iba a forjar a un individuo reflexivo?¿Realmente se le pasó por la cabeza que con esa excusa tan inerme iba a propiciar que desde la niñez, este tipo adoptara la costumbre de usar a un trozo de esponja cubierto de tela blanca como ente imaginario y ubícuo, para desahogarse, para resumir sus días, para mirarse por dentro y aprender del error, para cultivar su vida personal y mejorar así su relación con todo aquello que le rodea, para partir del autoconocimiento de uno mismo como inicio de la meta del conocimiento del universo?
El resultado, como pueden apreciar, es la ingesta inadecuada, tumultuosa y en precipicio de cantidades desmesuradas de poemas, drogas y hojas de otoño.
Creaste la predisposicón a una de las certezas más tristes e indolentes del universo: la vida está repleta de ventanas y necesitada de arrojo para asomarse en pijama y recien levantado. Es como esa imagen recurrente en sueños donde un cura de mueca perversa manda poner ojos de buey en los ataúdes para que los muertos puedan ver la tierra que los aplasta si deciden despertarse. Pura paradoja.
Papá, la cagaste. Puta almohada y puta la madre que la parió. He malgastado los mejores secretos de mi vida llorándole a una tela blanca cuando bien debería habértelos confiado a ti justo antes de irnos a soñar. He desparramado por una ladera del tiempo, he despeñado por un precipicio feo y malogrado todos y cada uno de los dieces que saqué en historia, de las medallas que gané en los carreras del pueblo, de los gorriones que encontré malheridos junto a los restos de nidos de golondrinas.
Me he desperdiciado. Joder, has creado de mi un monstruo con tan solo una frase.
Imaginas lo que hubiera sido, tú con una copa de vino, yo con un vaso de leche. El cielo estrellado de nácar como collares de diamantes sobre cuellos de lindas mulatas. Y yo contándote todos los misterios que la vida me iba desvelando y todos aquellos que se empeñaba en seguir escondiéndome. ¿Lo imaginas? No creo que puedas, tú terrible idiota mío.
Lo que querías conseguir y lo que conseguiste son como días de playa jugando al voley y días de lluvia tras la ventana cocinando espaguettis sin atún en contraposición. Has conseguido cadáveres de mariposas, ya ni siquiera te digo gusanos de seda. Flores de plástico con olor a trastienda de almacen chino. Manojos de llaves que se atrancan, donde ninguna sirve. Mirillas borrosas.
Así creas un tipo discente en sus propias inseguridades. Es penoso esconderse, pero peor es hacerlo y no creerse que se hace por miedo. Sí, es muy jodido llegar a esa conclusión, que todo está lleno de ventanas, pero que no sirven, que nos quedamos encerrados en nuestras casas, esos ataudes con ojos de buey y no esas moradas donde sanarse y reponerse para volver a salir a la calle a herirse desafiantes, alegres y completamente rojos, que es lo que bien debieran ser.
Después de este torbellino de frases, si me paro a analizar fríamente la sensación de naufragio dentro del vientre, llego a la conclusión de que he de sentirme afortunado. Algunos amigos ni siquiera tuvieron frases rotundas antes de irse a la cama. Algunos de ellos jamás tuvieron un padre con valor para equivocarse.
*Cuantos más libros devoro mayores son las ganas de permanecer callado o de seguir escribiendo, lo cual viene a ser la misma tristeza pero con distintos zapatos. Mi padre siempre fue un valiente, y gracias a dios sólo lo recuerdo equivocándose a la hora de elegir el color de la pintura de las paredes de mi habitación cuando era bien pequeñito. Todo lo anterior es producto de la ficción y de mis relaciones paranormales, ultimamente, con cantidades anormales de mujeres carentes de la figura paterna, que no hacen otra cosa que abrir ante mi un universo indescriptible de posibilidades dentro del psicoanálisi que me invento porque me sale de los santo cojones sin leer a Freud más de lo necesario. Todo esto atormenta dulcemente mis entendederas, me hace sudar de placer, sumergirme en el lucidamente tarado Jodorowsky, y cortarme las venas con los cantos de Rayuela, una vez más.
El resultado, como pueden apreciar, es la ingesta inadecuada, tumultuosa y en precipicio de cantidades desmesuradas de poemas, drogas y hojas de otoño.
Creaste la predisposicón a una de las certezas más tristes e indolentes del universo: la vida está repleta de ventanas y necesitada de arrojo para asomarse en pijama y recien levantado. Es como esa imagen recurrente en sueños donde un cura de mueca perversa manda poner ojos de buey en los ataúdes para que los muertos puedan ver la tierra que los aplasta si deciden despertarse. Pura paradoja.
Papá, la cagaste. Puta almohada y puta la madre que la parió. He malgastado los mejores secretos de mi vida llorándole a una tela blanca cuando bien debería habértelos confiado a ti justo antes de irnos a soñar. He desparramado por una ladera del tiempo, he despeñado por un precipicio feo y malogrado todos y cada uno de los dieces que saqué en historia, de las medallas que gané en los carreras del pueblo, de los gorriones que encontré malheridos junto a los restos de nidos de golondrinas.
Me he desperdiciado. Joder, has creado de mi un monstruo con tan solo una frase.
Imaginas lo que hubiera sido, tú con una copa de vino, yo con un vaso de leche. El cielo estrellado de nácar como collares de diamantes sobre cuellos de lindas mulatas. Y yo contándote todos los misterios que la vida me iba desvelando y todos aquellos que se empeñaba en seguir escondiéndome. ¿Lo imaginas? No creo que puedas, tú terrible idiota mío.
Lo que querías conseguir y lo que conseguiste son como días de playa jugando al voley y días de lluvia tras la ventana cocinando espaguettis sin atún en contraposición. Has conseguido cadáveres de mariposas, ya ni siquiera te digo gusanos de seda. Flores de plástico con olor a trastienda de almacen chino. Manojos de llaves que se atrancan, donde ninguna sirve. Mirillas borrosas.
Así creas un tipo discente en sus propias inseguridades. Es penoso esconderse, pero peor es hacerlo y no creerse que se hace por miedo. Sí, es muy jodido llegar a esa conclusión, que todo está lleno de ventanas, pero que no sirven, que nos quedamos encerrados en nuestras casas, esos ataudes con ojos de buey y no esas moradas donde sanarse y reponerse para volver a salir a la calle a herirse desafiantes, alegres y completamente rojos, que es lo que bien debieran ser.
Después de este torbellino de frases, si me paro a analizar fríamente la sensación de naufragio dentro del vientre, llego a la conclusión de que he de sentirme afortunado. Algunos amigos ni siquiera tuvieron frases rotundas antes de irse a la cama. Algunos de ellos jamás tuvieron un padre con valor para equivocarse.
*Cuantos más libros devoro mayores son las ganas de permanecer callado o de seguir escribiendo, lo cual viene a ser la misma tristeza pero con distintos zapatos. Mi padre siempre fue un valiente, y gracias a dios sólo lo recuerdo equivocándose a la hora de elegir el color de la pintura de las paredes de mi habitación cuando era bien pequeñito. Todo lo anterior es producto de la ficción y de mis relaciones paranormales, ultimamente, con cantidades anormales de mujeres carentes de la figura paterna, que no hacen otra cosa que abrir ante mi un universo indescriptible de posibilidades dentro del psicoanálisi que me invento porque me sale de los santo cojones sin leer a Freud más de lo necesario. Todo esto atormenta dulcemente mis entendederas, me hace sudar de placer, sumergirme en el lucidamente tarado Jodorowsky, y cortarme las venas con los cantos de Rayuela, una vez más.
viernes, 20 de marzo de 2009
Letras salvajes.
Acabo de terminar "Los detectives salvajes". Parece que el mismísimo Lynch me hubiera follado todos los espacios intercostales uno a uno, en toda su longitud, de esternón a vértebra. Tengo el pecho como hendido, palidecido por una respirazión forzosa y azarosa, me falta oxígeno, mis células son desiertos mejícanos, mis ojos cráteres lunares. Creo que me sabe la piel a pulque. Me duele entender todo y a la vez tener el sabor de una resaca podrida y seca, dónde uno deja de entender por miedo a darse asco. Con todo esto quiero decir que...joder, me estoy perdiendo. Ah sí, quiero decir que la mayor parte del tiempo es mejor un buen párrafo a una buena paja, o una buena frase a un besito en la nuca, porque si es un besito en el glande, que ardan todos los libros en el jodido infierno.
No se si me entiende. La verdad es que no se si yo mismo me entiendo. Es lo que tiene terminar un buen libro, que parece que a uno le hayan roto el corazón.
No se si me entiende. La verdad es que no se si yo mismo me entiendo. Es lo que tiene terminar un buen libro, que parece que a uno le hayan roto el corazón.
martes, 17 de marzo de 2009
Mascotas. Bibliotecas.
No recuerdo dónde fue, en qué dial. La verdad es que ni siquiera estoy seguro de que fuera realmente en la radio. Lo más probable es que se trate de un pedazo de cualquiera de mis conversaciónes con el subconsciente o con Paco, el dueño de la Tasca flamenca de calle estrecha. Bien podría tratarse también de palabras estrujadas a cualquier naranja de media mañana, de porciones, de cualquier aledaño de un sueño, de alguna de las diatribas con mi mohosa almohada. No se de dónde cojones lo he sacado pero...
"La riqueza de un país se mide en base al número de mascotas. Es una relación directamente proporcional ya que cuanto mayor es el número de mascotas, mayor es el indice de riqueza de dicho país. Sin embargo, en estos tiempos de recesiones, crisis, curvas descendentes y corazones en déficit hemoglobínico-orgásmico-poético, cuánto mayor es la necesidad material, cuanto mayor es el agujero y menor el bolsillo, más lagartas, perras, zorras y víboras salen del escondrijo".
Y en EEUU la gente colma sus insatisfacciones abarrotando bibliotecas, soñando y jugando a ser feliz, huyendo en estampida detrás de los libros para inventarse aquello que no tiene y olvidar lo que nunca tuvo ni tendrá. esto sí lo he leido en el periódico. Apenas quedan asientos libres. Un vagabundo con un cartón de vino en una mano, una pipa de crack en la otra y el propio crack merodeando aún su frente, sus pulmones, sus desidias, despliega "Más platón y menos Prozac" sobre la robusta mesa de aglomerado en cualquier lugar de Nebraska. Imagínense...
Sí, definitivamente adoro esta crisis. Adoro la crisis que nos presenta la víscera más pura, la no mancillada, el hombre desnudo que busca la escapatoria en si mismo a través de los demás, valiéndose de su capacidad para soñar y perderse entre las nieblas del "no existo más, no me da la puta gana de hacer como que sigo respirando".
Relindas crisis cuando llenan la sangre de poesía y el pecho de lirismos, aunque sea poesía triste, aunque sea lirismo excelso y tremendamente otoñal, eso es lo de menos en estos casos, qué más da eso. Lo que realmente me preocupa es saber que las calles están llenas de víboras dispuestas a mancillar con veneno el único gajo de sangre pseudoimperturbable que nos queda: el poder de la imaginación, el inconmensurable delirio que supone creernos otros para seguir viviendo ajenos al sufrimiento, o vivir sin sentirnos viviendo...qué maravilla más triste.
"La riqueza de un país se mide en base al número de mascotas. Es una relación directamente proporcional ya que cuanto mayor es el número de mascotas, mayor es el indice de riqueza de dicho país. Sin embargo, en estos tiempos de recesiones, crisis, curvas descendentes y corazones en déficit hemoglobínico-orgásmico-poético, cuánto mayor es la necesidad material, cuanto mayor es el agujero y menor el bolsillo, más lagartas, perras, zorras y víboras salen del escondrijo".
Y en EEUU la gente colma sus insatisfacciones abarrotando bibliotecas, soñando y jugando a ser feliz, huyendo en estampida detrás de los libros para inventarse aquello que no tiene y olvidar lo que nunca tuvo ni tendrá. esto sí lo he leido en el periódico. Apenas quedan asientos libres. Un vagabundo con un cartón de vino en una mano, una pipa de crack en la otra y el propio crack merodeando aún su frente, sus pulmones, sus desidias, despliega "Más platón y menos Prozac" sobre la robusta mesa de aglomerado en cualquier lugar de Nebraska. Imagínense...
Sí, definitivamente adoro esta crisis. Adoro la crisis que nos presenta la víscera más pura, la no mancillada, el hombre desnudo que busca la escapatoria en si mismo a través de los demás, valiéndose de su capacidad para soñar y perderse entre las nieblas del "no existo más, no me da la puta gana de hacer como que sigo respirando".
Relindas crisis cuando llenan la sangre de poesía y el pecho de lirismos, aunque sea poesía triste, aunque sea lirismo excelso y tremendamente otoñal, eso es lo de menos en estos casos, qué más da eso. Lo que realmente me preocupa es saber que las calles están llenas de víboras dispuestas a mancillar con veneno el único gajo de sangre pseudoimperturbable que nos queda: el poder de la imaginación, el inconmensurable delirio que supone creernos otros para seguir viviendo ajenos al sufrimiento, o vivir sin sentirnos viviendo...qué maravilla más triste.
viernes, 27 de febrero de 2009
Peter farsante Pan
Siempre he querido que Peter Pan me vea follarme a campanilla. Verlo morderse los labios, apretar los puños de impotencia hasta que le revienten los tendones de las muñecas al observar como taladro a esa zorrita risueña con alas. Lo que daría yo por verle la cara a ese cabrón mientras la envisto como un desvalido perdedor sin bolsillos.
Jódete Peter, jódete, le susurraría entre dientes. De bien seguro que a la hora de correrme en sus alas, miraría a Peter y gritaría bien fuerte: "No existe el país de nunca jamás, hijos de puta, no existeee".
Odio esos reductos de la imaginación donde todo es posible, incluso el olvido. Eso no existe joder, no me vendas copas de vino en desiertos. No os empeñeis en hacernos más míseros. No enseñes a los niños a soñar ahora y a ser futuros sonámbulos tristes luego. Málditos cerdos.
Todo esto lo escribo en días de resaca y mi verdadero nombre es Walt Disney.
Jódete Peter, jódete, le susurraría entre dientes. De bien seguro que a la hora de correrme en sus alas, miraría a Peter y gritaría bien fuerte: "No existe el país de nunca jamás, hijos de puta, no existeee".
Odio esos reductos de la imaginación donde todo es posible, incluso el olvido. Eso no existe joder, no me vendas copas de vino en desiertos. No os empeñeis en hacernos más míseros. No enseñes a los niños a soñar ahora y a ser futuros sonámbulos tristes luego. Málditos cerdos.
Todo esto lo escribo en días de resaca y mi verdadero nombre es Walt Disney.
martes, 24 de febrero de 2009
Niña mona, niña perdida.
Que más da por donde salga el sol si en tus venas siempre reinan las sombras.
Te acostumbraste demasiado mal a cobijarte bajo las alas de quien ya no te quiere, y ahora que todo ha terminado, y ahora que sólo quedan unas cuantas plumas que huelen a gallinero viejo y a ausencia, ahora que él ha levantado el vuelo y ha emprendido un viaje bien lejos de ti, ahora, sólo te queda tu oscuridad pequeña y triste mirándose al espejo de las cosas saladas, de las cosas que punzan el vientre.
Qué holocausto, qué canibalismo, que vil autoasesinato, que odio la palabra suicidio.
Te jode enormemente saber que cada segundo que corre está pasando algo que te encantaría observar, probar, acariciar o secar con los labios. Te martiriza no poder estar montada a la vez en todos los trenes del mundo, odias perder trenes, te enferma saber que abandonan los andenes sin ti. Te mata por dentro ser tan guapa, tener una carita tan linda y coqueta, pecar de presumida por fuera y no haberte cuidado el tuétano.
¿Qué tienes ahora fara bonita? dime, ¿qué tienes ahora que ya se cansó de tu belleza, de tu destreza para alinearte el flequillo y ponerte roja siempre que quieres simulando así tus inocencias? ¿qué será de ti sin él, sin trenes, con toda tu belleza y sin toda tu riqueza en el pecho? No te queda nada. No te queda absolutamente nada niña mona, pero sin embargo siempre haces que el tiempo parezca tan rápido al mirarte a la cara que dan ganas de no parar jamás de llorar.
Él, yo, aún te quiere niña mona, aún te ama niña perdida.
Te acostumbraste demasiado mal a cobijarte bajo las alas de quien ya no te quiere, y ahora que todo ha terminado, y ahora que sólo quedan unas cuantas plumas que huelen a gallinero viejo y a ausencia, ahora que él ha levantado el vuelo y ha emprendido un viaje bien lejos de ti, ahora, sólo te queda tu oscuridad pequeña y triste mirándose al espejo de las cosas saladas, de las cosas que punzan el vientre.
Qué holocausto, qué canibalismo, que vil autoasesinato, que odio la palabra suicidio.
Te jode enormemente saber que cada segundo que corre está pasando algo que te encantaría observar, probar, acariciar o secar con los labios. Te martiriza no poder estar montada a la vez en todos los trenes del mundo, odias perder trenes, te enferma saber que abandonan los andenes sin ti. Te mata por dentro ser tan guapa, tener una carita tan linda y coqueta, pecar de presumida por fuera y no haberte cuidado el tuétano.
¿Qué tienes ahora fara bonita? dime, ¿qué tienes ahora que ya se cansó de tu belleza, de tu destreza para alinearte el flequillo y ponerte roja siempre que quieres simulando así tus inocencias? ¿qué será de ti sin él, sin trenes, con toda tu belleza y sin toda tu riqueza en el pecho? No te queda nada. No te queda absolutamente nada niña mona, pero sin embargo siempre haces que el tiempo parezca tan rápido al mirarte a la cara que dan ganas de no parar jamás de llorar.
Él, yo, aún te quiere niña mona, aún te ama niña perdida.
jueves, 19 de febrero de 2009
Incluso cuando nadie me mire y menos me vean.
Se han quedado atrás las fieras ensangrentadas, los bandidos y los poetas patibularios deseosos de escribir sobre mi desdén. Bajo el porche hay dos bufones nerviosos esperando hacer buena mofa del desastre. Y justo en la esquina, al lado de la manguera que aún lagrimea, todos y cada uno de los volúmenes de Kierkegaard listos para arder en su propio sufimiento. Todo se ha quedado en el patio de atrás, bien cerradita la verja, bien escondida la llave.
He escuchado en la radio que un hombre presumiblemente ultrajado y engañado se rajó las muñecas y regó todas y cada una de las rosas del jardín de su ex-esposa. Últimamente el mundo está locamente bello. No hay vuelta atrás en este desastre. Hay poesía hasta en las sopas con mosca.
Yo he decidido tragarme la llave, hacerme una o dos pajas y no escuchar más la radio.
Que sí hombre, que sí, que ahora la única manera de estar triste es querer estarlo. Lo dicen todos los psicoanalistas, incluso Freud. Hasta mi abuela sabe eso, pero sólo cuando eres mayor de sesenta y no tienes dinero ni virtudes se te ocurre simplificar las cosas, desayunar pragmatismo y ser feliz sin otro remedio.
Después de cagar la llave y todos los pequeños trozos de pena muerta que aún me quedan bien escondidos voy a tirar de la cisterna. Y juro que a partir de entonces voy a ser bueno incluso de madrugada. Voy a portarme bien con el mundo incluso cuando nadie mira y menos ven, porque puede que ese sea de una vez por todas el secreto para ser feliz sin pretenderlo.
He escuchado en la radio que un hombre presumiblemente ultrajado y engañado se rajó las muñecas y regó todas y cada una de las rosas del jardín de su ex-esposa. Últimamente el mundo está locamente bello. No hay vuelta atrás en este desastre. Hay poesía hasta en las sopas con mosca.
Yo he decidido tragarme la llave, hacerme una o dos pajas y no escuchar más la radio.
Que sí hombre, que sí, que ahora la única manera de estar triste es querer estarlo. Lo dicen todos los psicoanalistas, incluso Freud. Hasta mi abuela sabe eso, pero sólo cuando eres mayor de sesenta y no tienes dinero ni virtudes se te ocurre simplificar las cosas, desayunar pragmatismo y ser feliz sin otro remedio.
Después de cagar la llave y todos los pequeños trozos de pena muerta que aún me quedan bien escondidos voy a tirar de la cisterna. Y juro que a partir de entonces voy a ser bueno incluso de madrugada. Voy a portarme bien con el mundo incluso cuando nadie mira y menos ven, porque puede que ese sea de una vez por todas el secreto para ser feliz sin pretenderlo.
lunes, 9 de febrero de 2009
Pianos, guitarras, sirenas...
Todos tenemos un piano dentro, al menos eso se han empeñado en enseñarme los besos y las canciones. La diferencia radica en el número de teclas negras y blancas que posee cada uno. Yo personalmente conocí a una mujer que sólo tenía teclas negras. Era la mujer que peor besaba del mundo, pero fue la más difícil de olvidar. Ese ruido de su lengua al abofetear mis dientes, ese sonido al vaciarme de saliva y al rajarme la piel de las encías. Ese tosco tacto lleno de la más oscura suntuosidad de la lascivia más prohibida...
Otra vez conocí a una mujer que sólo tenía teclas blancas, pero me gustó tanto que tuve que abandonarla. Era tan perfecta que se vaciaba de tanto llenarme.
Ahora, ni piano ni mujer, estos dedos ya no buscan notas, ni claves de Sol o abrazos de Fa. Aguardan, estas manos aguardan, sin más...apariencia inexacta de vagos cuerpos sin dueño, o con dueño pero sin consciencia de él. Cuerpos, frágiles y plúmbeos con la forma de una guitarra y el sonido lento y dulce de un jirón de miel. Cabellos mercúricos, extremidades otoñales, pausados ritos del placer.
Boguemos, boguemos con vehemencia furiosa y compulsiva como si buscaramos la salvación. Bien profundo, escúchame, bien lejos, permíteme. Huyamos más allá del mar. Que el único sonido sea el del recuerdo, que el remar se confunda con el arte de bucear entre los escombros de otros cuerpos. Ocultémonos, mi cuerpo, ocultémonos expectantes entre el coral.
Y debate vertical entre la parte que reside sobre su cuello y la que cuelga de él. Porque una brama furiosa que las sirenas no tienen cuerpo de guitarra ni pianos al lado de las raspas. Y la otra susurra suavemente, que no es por los instrumentos por lo que huyen hacia el fondo del mar, sino por escucharlas cantar.
Otra vez conocí a una mujer que sólo tenía teclas blancas, pero me gustó tanto que tuve que abandonarla. Era tan perfecta que se vaciaba de tanto llenarme.
Ahora, ni piano ni mujer, estos dedos ya no buscan notas, ni claves de Sol o abrazos de Fa. Aguardan, estas manos aguardan, sin más...apariencia inexacta de vagos cuerpos sin dueño, o con dueño pero sin consciencia de él. Cuerpos, frágiles y plúmbeos con la forma de una guitarra y el sonido lento y dulce de un jirón de miel. Cabellos mercúricos, extremidades otoñales, pausados ritos del placer.
Boguemos, boguemos con vehemencia furiosa y compulsiva como si buscaramos la salvación. Bien profundo, escúchame, bien lejos, permíteme. Huyamos más allá del mar. Que el único sonido sea el del recuerdo, que el remar se confunda con el arte de bucear entre los escombros de otros cuerpos. Ocultémonos, mi cuerpo, ocultémonos expectantes entre el coral.
Y debate vertical entre la parte que reside sobre su cuello y la que cuelga de él. Porque una brama furiosa que las sirenas no tienen cuerpo de guitarra ni pianos al lado de las raspas. Y la otra susurra suavemente, que no es por los instrumentos por lo que huyen hacia el fondo del mar, sino por escucharlas cantar.
jueves, 5 de febrero de 2009
Nadie va a echarte de menos.
Y ahora ya no creo que tu vientre oscuro, maquiavélico y podrido haya llegado a ser nunca la antípoda de mi deseo.
Al igual que tampoco voy a aferrarme jamás a ninguna de tus fotos cuando lo que en realidad deseo es mirarme en el espejo para cortar todos mis adentros, rizos y desvaríos.
Un accidente de avión ocurre ahora cada día dentro de mi pecho con los justos supervivientes, y todo es tan lindo y esperanzador como nacer de nuevo y reinventarse la vida.
Las calles ya no huelen a azahar sino a desplegar de alas y a falta de miedo para lanzarse al mar.
Los andenes de los trenes están ahora llenos de gente que habla sin cesar y que no para de mirarse a los ojos. Ya no se masca chicle a raudales, ni se mira la cremallera de la maleta como si se fuera a escapar.
Ya nadie deja escapar las cosas creyendo que volverán más sanas y más grandes. Ya nadie echa de menos las oportunidades porque por suerte han salido a la calle con bolsillos lo suficientemente grandes como para guardarlas todas.
"Todos nacimos de la música" dijo un poeta castigado con ser sordo. Y es que mientras dure esta canción nada ni nadie va a echarte de menos en esta habitación acechada por la lluvia.
Al igual que tampoco voy a aferrarme jamás a ninguna de tus fotos cuando lo que en realidad deseo es mirarme en el espejo para cortar todos mis adentros, rizos y desvaríos.
Un accidente de avión ocurre ahora cada día dentro de mi pecho con los justos supervivientes, y todo es tan lindo y esperanzador como nacer de nuevo y reinventarse la vida.
Las calles ya no huelen a azahar sino a desplegar de alas y a falta de miedo para lanzarse al mar.
Los andenes de los trenes están ahora llenos de gente que habla sin cesar y que no para de mirarse a los ojos. Ya no se masca chicle a raudales, ni se mira la cremallera de la maleta como si se fuera a escapar.
Ya nadie deja escapar las cosas creyendo que volverán más sanas y más grandes. Ya nadie echa de menos las oportunidades porque por suerte han salido a la calle con bolsillos lo suficientemente grandes como para guardarlas todas.
"Todos nacimos de la música" dijo un poeta castigado con ser sordo. Y es que mientras dure esta canción nada ni nadie va a echarte de menos en esta habitación acechada por la lluvia.
miércoles, 28 de enero de 2009
Fotogramas grises
Tengo un atolladero de ideas en la cabeza, es un silo lleno de trigo negro y misiles con todos los destinatarios nobles del mundo y con toda la fuerza de explosión de un primer orgasmo sin la mano; maraña de sinsentidos tristes pero estéticamente enrojecedora ¿Por qué te niegas a asomar la cabeza como una valiente tortuga con ganas de mirar las nubes? por alguna jodida razón que desconozco te aferras a una concha dura y recia que no es otra qu mi cráneo forjado a base de dolor podrido.
Fotogramas grises.
Llagas en el pelo provocadas por rozar pechos hundidos y excavados de tanta vacía e inútil aspiración. Calcificaciones en los dedos de tocar lo que no es nuestro pero sentimos que nos pertenece. Ojeras en la boca de no dejar dormir las palabras que deben ser guardadas en silencio porque usadas de otra forma pueden cambiar el rumbo de nuestros mundos.
El desolador y desvalido aspecto de una discoteca vacía. Su suelo a las 8:00, justo después de que todo el mundo haya salido por la puerta y sólo queden por llegar las limpiadoras todas de azul y con radios de bolsillo. Me recuerda a ese niño calvo y sin amigos hecho de cáncer, odio y juegos imperfectos. Si permaneces allí de pie por un momento, puedes oir incluso el eco de las canciones resonando sobre los cascos rotos Puedes sentir el hambre de perseguir y ser mordido. Puedes ver los restos de droga, los silbidos, las colillas, los billetes perdidos y las uñas carcomidas, las ganas de morir, los abrazos, las risas, el frío. Puedes ver todo eso e incluso más cosas que aun no se han escrito, porque el hombre en su afán por divertirse o por olvidarse de todo (hasta del olvido) no hace otra cosa que dejar estrias, cicatrices, laceraciones, marcas de haber sentido.
No existe primavera sin invierno decía aquel sabio, y joder cuantísima razón tenía...
Fotogramas grises.
Llagas en el pelo provocadas por rozar pechos hundidos y excavados de tanta vacía e inútil aspiración. Calcificaciones en los dedos de tocar lo que no es nuestro pero sentimos que nos pertenece. Ojeras en la boca de no dejar dormir las palabras que deben ser guardadas en silencio porque usadas de otra forma pueden cambiar el rumbo de nuestros mundos.
El desolador y desvalido aspecto de una discoteca vacía. Su suelo a las 8:00, justo después de que todo el mundo haya salido por la puerta y sólo queden por llegar las limpiadoras todas de azul y con radios de bolsillo. Me recuerda a ese niño calvo y sin amigos hecho de cáncer, odio y juegos imperfectos. Si permaneces allí de pie por un momento, puedes oir incluso el eco de las canciones resonando sobre los cascos rotos Puedes sentir el hambre de perseguir y ser mordido. Puedes ver los restos de droga, los silbidos, las colillas, los billetes perdidos y las uñas carcomidas, las ganas de morir, los abrazos, las risas, el frío. Puedes ver todo eso e incluso más cosas que aun no se han escrito, porque el hombre en su afán por divertirse o por olvidarse de todo (hasta del olvido) no hace otra cosa que dejar estrias, cicatrices, laceraciones, marcas de haber sentido.
No existe primavera sin invierno decía aquel sabio, y joder cuantísima razón tenía...
martes, 20 de enero de 2009
Mamá, de mayor quiero ser Cowboy
Mamá, de mayor quiero ser Cowboy, y me da igual lo que pienses, lo he decidido y me da exactamente igual. Y que sepas que no es por el caballo, ni mucho menos, ya sabes que se me da fatal montar, que odio el olor de una crin en días de lluvia y que tengo más miedo a caer de lomos de un caballo que a mirar desde un brutal rascacielos. Seguro que estás pensando que si no es por el odioso caballo ha de tratarse del revolver, pero no, te vuelves a equivocar, ya sabes que odio el olor de la pólvora y el sonido punzante de la bala al deslizarse por el cañón, y mucho peor, al agujerear la carne. No mamá, sería un cowboy pacífico, lo sabes bien. No es tampoco por usar una cuerda para atar a las vacas en carrera y llevarme trofeos siendo aclamado por todo el Sur; tampoco se trata de poner cara de chico malo apoyado en balaustres de madera anciana, ni de masticar tabaco como pensando en el infinito y sintiendo “ninguna parte”. Tampoco es por beber güisqui ardiente en vasos de chupito de un solo trago, o por llevar botas que suenan a claqué barato, ni cinturones que pesan más que el dolor de las pérdidas. No mamá, cuánto te equivocas conmigo, ya sabes que no me gusta poner cara de malo ni usar palillo de dientes trece horas al día incluso antes del desayuno. Y también sabes que detesto lavarme en pilas de agua fría o tener que pedir cubas de agua caliente al posadero para afeitarme la barba y los intersticios de la memoria árida. Y por supuesto, seguro que no olvidas mi malísima orientación en espacios abiertos, que ni con migas de pan se donde me he dejado el corazón dos besos antes.
Ya ves, no es por nada de eso mamá, por nada de eso…
Todo esto lo hago por el sombrero mamá. Sí, como lo oyes, por el jodido sombrero. Debes de pensar que tu hijo es un tarado, y quizás (por no decir probablemente) lleves razón, pero de mayor quiero aprender a llevar el sombrero sin miedo a que un huracán lo arrastre hasta la luna. Quiero no tenerle miedo al verano, quiero oler a cuero 365 días al año, 24 horas al día, quiero dejarlo sobre la silla y encontrarlo allí siempre al despertar a falta de un buen cuerpo de guitarra, quiero que la sombra vaya siempre conmigo, porque no hay nada más importante en la vida de un hombre triste que estar siempre bajo un buen pedacito de sombra para llorar sin que el sol lo vea, y agachar el ala del sombrero para que nadie sepa que las lágrimas van directamente de la mejilla al corazón, donde deben guardarse, ni más, ni menos.
Ya ves, no es por nada de eso mamá, por nada de eso…
Todo esto lo hago por el sombrero mamá. Sí, como lo oyes, por el jodido sombrero. Debes de pensar que tu hijo es un tarado, y quizás (por no decir probablemente) lleves razón, pero de mayor quiero aprender a llevar el sombrero sin miedo a que un huracán lo arrastre hasta la luna. Quiero no tenerle miedo al verano, quiero oler a cuero 365 días al año, 24 horas al día, quiero dejarlo sobre la silla y encontrarlo allí siempre al despertar a falta de un buen cuerpo de guitarra, quiero que la sombra vaya siempre conmigo, porque no hay nada más importante en la vida de un hombre triste que estar siempre bajo un buen pedacito de sombra para llorar sin que el sol lo vea, y agachar el ala del sombrero para que nadie sepa que las lágrimas van directamente de la mejilla al corazón, donde deben guardarse, ni más, ni menos.
domingo, 11 de enero de 2009
Sedición
Voy a hacer de tu cuerpo un piélago de pellejos y harapos en mi memoria. Me he propuesto, ya no olvidarte, eso sería tortuoso, tremendamente ingenuo por mi parte, imposible.
Sí, cadavérico en días de flores.
Mi propósito y propuesta al mismo tiempo, si me permites la licencia, consiste en recordarte como se hace con las cosas que no merecen ser contadas. Recuperarte contando hasta diez, olvidarte contando hasta cinco, y escupir bien lejos, si eso, bien lejos, pero nada de flemas oiga, nada de eso, que lo nuestro fue jodidamente rojo y ahora es oscuramente negro, y yo jamás osaré insinuar verdes.
Sí, arrojar mejor que escupir, lanzar mejor que tirar, que suena más gallardo y resulta más acorde con mi manera de pasar página. Que nadie pueda encontrar nada cerca de mi, y que nadie, por ende, sepa lo que me has dejado de importar.
RECORDAR como se recuerdan las olas, de manera imperfecta, impersonal, atemporal, porque nadie recuerda el nombre de cada ola que se quiebra, ni su procedencia, ni cuantas conchas ha roto en su desesperación final por no volver al mar hecha puta espuma. Es por ello, un recordar inexacto, plúmbeo, inanimado, un tanto atroz en su difusión y en su niebla, y no por ello menos bello.
Sí, en acuarela. Odio el carboncillo, y pasar horas sombreando, remarcando siluetas. Me gusta salpicar más que retocar. Y aunque suene retorcido nuestro amor es ya un triste salpicón en una tela bien blanquita.
No me gusta el cariz que toma el texto. Oigo a lo lejos el romper de una ola y por la manera en la que se ha derramado se me ocurrió en un impulso ponerle tu nombre. Y no digo más pero acabo de soñar con los ojos abiertos que René Magritte radiografiaba nuestro reencuentro.
No, si al final resultará que el autoengaño es la mejor manera de recordar sin sufrir, creyendo que ya todo está olvidado.
*No quiero odiar las acuarelas.No me obligues a hacerlo.
Sí, cadavérico en días de flores.
Mi propósito y propuesta al mismo tiempo, si me permites la licencia, consiste en recordarte como se hace con las cosas que no merecen ser contadas. Recuperarte contando hasta diez, olvidarte contando hasta cinco, y escupir bien lejos, si eso, bien lejos, pero nada de flemas oiga, nada de eso, que lo nuestro fue jodidamente rojo y ahora es oscuramente negro, y yo jamás osaré insinuar verdes.
Sí, arrojar mejor que escupir, lanzar mejor que tirar, que suena más gallardo y resulta más acorde con mi manera de pasar página. Que nadie pueda encontrar nada cerca de mi, y que nadie, por ende, sepa lo que me has dejado de importar.
RECORDAR como se recuerdan las olas, de manera imperfecta, impersonal, atemporal, porque nadie recuerda el nombre de cada ola que se quiebra, ni su procedencia, ni cuantas conchas ha roto en su desesperación final por no volver al mar hecha puta espuma. Es por ello, un recordar inexacto, plúmbeo, inanimado, un tanto atroz en su difusión y en su niebla, y no por ello menos bello.
Sí, en acuarela. Odio el carboncillo, y pasar horas sombreando, remarcando siluetas. Me gusta salpicar más que retocar. Y aunque suene retorcido nuestro amor es ya un triste salpicón en una tela bien blanquita.
No me gusta el cariz que toma el texto. Oigo a lo lejos el romper de una ola y por la manera en la que se ha derramado se me ocurrió en un impulso ponerle tu nombre. Y no digo más pero acabo de soñar con los ojos abiertos que René Magritte radiografiaba nuestro reencuentro.
No, si al final resultará que el autoengaño es la mejor manera de recordar sin sufrir, creyendo que ya todo está olvidado.
*No quiero odiar las acuarelas.No me obligues a hacerlo.
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