Mi tristeza, sin embargo jamás vivió en cuerpo humano. Mi tristeza, desde que me dedico a escudriñar bien dentro, es un oso que hiberna siguiendo calendarios bisiestos pero que nunca se olvida de afilar las garras. No necesita demasiado, pero cuando lo necesita es capaz de derrumbar árboles a empellones para cazar su presa, o remontar ríos tan largos como Enero.
Sé de él que aúlla como un lobo aunque no los días de luna llena sino cuando pierde algo o alguien que le diera de beber a su sangre. También lo he sentido debajo del latir de mis muñecas jugando con geranios como una mariposa.
Mi oso o mi tristeza tiene el arte de la improvisación hacia la belleza como sólo se puede ver en aquel Keith Jarrett del 75 aporreando el piano en Colonia.
Siempre que llegan estas fechas el oso se siente caduco,acude a la cueva y hace ruído, mucho ruído. Llora un poco, solloza, gime, o da pequeños estertores y alaridos reclamando su espacio y a todos aquellos que ya no están para pasar la página de otro año.
Después de una ligera lucha de imposibles queda dormido mientras mira las marcas que aquellos dejaron en la cueva.
Yo, aquí fuera, en días de frío y rocío mañanero, de petardos y guirnaldas, hago lo mismo con las fotos. A veces siento algo removerse por dentro, gigantes haciendo volteretas que me dan ganas de tronar, llorar o instigar el vómito. Me acuerdo de quienes se marcharon y mucho más aún de aquellos a los que no tengo conciencia de haber dicho adios en vida por última vez, ni de haberles mirado a los ojos, ni rozado sus jerseys, ni haber disfrutado de sus bocas, sus panes recién hechos o sus historias de más allá de la guerra...
En días como estos siento al oso ponerse nervioso sobre mis mofletes. Cuando eso ocurre salgo a mi salón, me siento al brasero y me dedico a hacer sonreir a los que sí están, porque las fotos, como las marcas de la cueva, nos han de servir para acordarnos de que mañana quizás nos vayamos, pero que mientras tanto seguimos con el poder inabarcable de hacernos y hacer feliz.
En días como estos siento al oso ponerse nervioso sobre mis mofletes. Cuando eso ocurre salgo a mi salón, me siento al brasero y me dedico a hacer sonreir a los que sí están, porque las fotos, como las marcas de la cueva, nos han de servir para acordarnos de que mañana quizás nos vayamos, pero que mientras tanto seguimos con el poder inabarcable de hacernos y hacer feliz.