miércoles, 18 de mayo de 2011

Dos cabezas, miradas, gladiadores y zebras.

Todo tiene lugar entre una distancia malsana y cuasi inexistente que separa dos rostros de sexos contrarios y enfrentados. Una distancia menor al palmo de la mano de un niño promedio de tres años y a su vez, mayor en la práctica, a la distancia insalvable entre una estrella y una cometa, que no un cometa.

El canibalismo ocular salvaje que aleja dos cabezas y los retos de pistolas al alza para terminar de una vez con la discontinuidad de la piel.

Tú, sentada, seria, rancia y opaca a la intención de mi brazo que busca tu braga. Tú, afilada y voraz mirando, destrozando mis membranas interdigitales como un pelo de segueta en espiral que corta hacia todas direcciones sin pertenecer a ninguna de ellas.
Tú, un perro llevado a la delgada línea que separa su muerte por hambre del bocado al amo.
Te me hundes, tú, aristas de icerberg, te me hincas y apuntillas, tú. Jodido clavo de cristo.

Los iris finos y dolientes, como líquidos de punta, escondidos en tacones de aguja que emulan a los feos y viscosos habitantes de las conchas submarinas.
Tu mirada que es una larva que reproduce millones de moscas en un ojo enamorado. Tu mirada como una fractura en estallido, como un petardo entre las capas de la piel, como un butrón de alfileres en el vientre recien embarazado de promesas.

Tu mirada, el atropello en pleno paso de zebra rodeado de leones. Y la otra cabeza sin nada excepto ojos. Ni escudo, ni látigo, la nada atada a un corazón emulando una cometa de las que hablaba antes, que no un cometa, de los que también hablaba antes..

Yo, pedazo de mierda seca, huérfano gladiador sin nada con lo que hacerte daño, excepto mis "te quieros".

lunes, 16 de mayo de 2011

Días de alergia.

Una mañana te levantas sin resaca y sin sentirte siquiera parcialmente cansado. Por tu cabeza, mientras te incorporas y anclas tus chanclas con el hueco del dedo gordo como eje, pasan de manera atropellada todos y cada uno de los libros que te hicieron adicto al café, a las mujeres y al olvido.

"Todo acaba por empezar", que decía el final de aquel libro extraño de segunda mano.

Ludovico toca Dolce Droga y los días de alergia se extienden como el fuego entre los matorrales secos de un monte andaluz. Una sensación de sopor, asfixia y aire encerrado en un microondas.

Sales a la calle con los bolsillos llenos de paquetes de pañuelos porque aún te queda dignidad para no llevar una máscara. Miras a las cumbres heladas allá a lo lejos mientras todo el mundo se cuece aquí entre sus deudas y sus perversiones.

"Todo acaba por empezar hasta que ellas te terminan" que decía aquella nota guardada en un cajón de una mesilla de noche de un piso de una ciudad de un mundo cualquiera.

Respiras con dificultad uno de esos días, a priori lúcidos, en que pretendías comerte el mundo. Y es que amigo mio, no hay mayor alergia que la de un perfume de mujer.

lunes, 9 de mayo de 2011

To want everything, to have nothing. To have everything, to want nothing.

Un capricho más, un sueño menos...

Escucho Sextape de Deftones mientras todo da vueltas excepto las agujas del reloj. Incluso el agua (que se niega a girar camino del sumidero) parece estanca como una ruina de cobre en una montaña sin aire.
Sirenas. Cuerpos nadando en saliva que no es la mía y colas que no llevan mis escamas puestas. Pezones de coral que arañan los ojos de los crédulos de mi categoría. En estas latitudes las bocas llevan los labios muy pintados, desfigurados de besar rocas o listillos que se las dan de piratas. Sirenas. Siluetas que nadan y bailan en océanos que me quedan tan lejos como estrellas en el bolsillo de alguien que ya no me quiere, o como esos epicentros de terremotos lunares que le ganan en lejanía al mismísimo Japón...

Pienso en mujeres y pienso a la vez en hombres que no van vestidos como yo pero que llevan corazones similares. Pienso en lo solos que deben sentirse si lo piensan tempánicamente.
Me pasa por la cabeza que un hombre es un delfín que se ríe menos y que no tiene la suerte de poder enmascarar las lágrimas con el agua del mar. Y sí, se que pueden estar pensando que la lluvia ayuda cuando uno llora, pero eso sólo es en Bergen, aquí en el sur a los hombres tristes se les ve a leguas.

Un hombre no ha nacido para nadar solo (pienso de nuevo), ni para bailar sin unos zapatos de tacón enfrente con los que tropezarse. Como dijo Bono "Uno no puede ser humano en el aislamiento. Todos nos necesitamos". Aunque Bono, que era listo, no se atrevió a decir que lo más jodido es encontrar a ese alguien que te necesite y al que tú necesitas. Y cuando hablo de necesitar, no hablo de necesitar pedazos. Hablo de necesitar enteros. Y eso es casi tan difícil como no acordarse de la muerte cuando ves las manos de tu abuelo.

¿Simbiosis? Una puta. La reina del escondite después de Bin Laden.

Pero yo iba hablando de sirenas, delfines y hombres aislados a su suerte. Iba hablando de todo eso pero en el fondo lo que me trajo aquí fue querer hablar de esa mezcla extraña de deseo y capricho con decepción y asco. Venía a hablar de cuando tienes muchas ganas de algo, de conocer a alguien, y una vez que lo haces te sientes hueco como todos los pozos negros del mundo en una misma habitación. Quería hablar de eso que yo mismo he titulado "el mecanismo deseo/capricho - realización/consecución - olvido del objeto/cuerpo". Un mecanismo que habita en la raíz del cabello del hombre, en la base de su cráneo, en la longitud prohibida del alcance de sus sueños. Un proceso de tres pasos básicos de orden inalterable tan anciano como las manos de un curtidor de cuero y tan engañoso como una mujer en pijama.

Pero yo venía a hablar de eso y al intentar hacerlo de carrerilla y sin pensar, lo realmente cierto, es que he acabado pensando de más.

Ahora la pregunta debería ser quizás: ¿Es la definitiva, es acaso la última?¿Habrá más mentes como ésta que a priori se presentan follables como el orificio artificialmente oradado en un melón y que después pasan a ser simplemente la cáscara mal aprovechada de una sandía? ¿Cuántas "decepciones" me quedan para llegar al cupo?

O quizás: ¿Merece la pena?

Me acuesto igual que llegué porque no me he respondido. Dar palos de ciego sin piñata podrán pensar algunos. Al menos me queda la satisfacción de que cuando no puedo responderme preguntas como esa no suelo usar la cabeza para romper la piñata, uso la polla. Y la verdad es que va bien, porque acaba doliendo menos.

domingo, 1 de mayo de 2011

Valeria

Canto estrofas que no me pertenecen, cuento ovejas que nadie reclama. Y mientras tanto ando porque aún en mi diccionario andar no es un verbo prohibido, como amar, huir o darse la vuelta.
La noche se hace espesa como una natilla. La luna sonríe hoy más puta que nunca y mis pasos de miel y azogue se ahogan en segundos interminables mientras el eco parece haber desaparecido de las orejas de las cosas.

Nadie folla hoy en los portales, nadie llora, nadie azota. No se escuchan gatos, basureros ni truenos. Aceras sucias llenas de tiestos y plantas sin flores, sin sonrisas, sin tallos.

Canto dentro de mi cuerpo como un antiguo buceador de corales que destroza versos dentro de la dérmica escafandra. Soy un astronauta sin planetas que usurpar al cielo, sin nave, sin soles.
Pero jamás blasfemaré mirando a las estrellas. Jamás osaré a llorar gotas que pertenecen a la lluvia.

Llego a la calle de Valeria y hay decenas de aparcamientos libres y eso es extraño porque todo el mundo quiere vivir cerca de sus cuerdas para tender la ropa cuando huelen a bragas y a flor de lavanda. Y camino a mi litera encuentro obras a medio terminar, grafitis de adolescentes cuyos alias no interesan a nadie y un viejo cubierto con un cartón que susurra lo que parecen sonidos eslavos a medio cocinar. Y todo parece estar quieto y vigilante, como uno de esos gatos barrigones que presencian una matanza. Y la espiral, el bucle, el huracán que revuelve
Y yo escucho canciones que no llevan a ninguna parte. Y tengo un auricular roto y así llevo una oreja en la música y la otra en la ciudad. Una vida escuchada a medias y es que ando solo en la calle porque nadie quiere escuchar los pulmones de alguien que sólo quiere expirar la verdad.

Ni una puta camiseta tendida, ni una botella rota.

Estoy a punto de llegar a casa y cojo la llave. Decido tatuar un verso de Machado en un árbol. Araño hasta que llora. Casi ilegible, tras cinco minutos, se puede intuir: "Hoy es siempre todavía". Guardo la llave apartando las endorfinas de mi bolsillo que siguen haciendo gárgaras en cerveza. Subo por las escaleras, el ascensor puede llamar al vómito.
Me tumbo, todo da vueltas, recuerdo de nuevo a Machado, esta vez diciendo: "Descubrí el secreto del mar meditando sobre una gota de rocío."

-Y en mi caso fue el alma de una mujer, viéndole como trataba su propio ombligo- Vomito mirando al techo...