jueves, 18 de octubre de 2012

Decaciencia


Cuántas veces he odiado a Rimbaud, por su magia, por su juventud, por saber despedirse a tiempo...

lunes, 10 de septiembre de 2012

La marathoniana lucha del verbo sentir (La tristeza infinita del cazador de tortugas)

La tristeza infinita del cazador de tortugas, piensas... Acabas de salir de una discoteca y ya luce el primer sol, el más vergonzoso, el más ingenuo. La mayoría de las veces es un ritual que presencias solo ese de la transformación alquímica del negro en brillo. Durante este momento de asimilación de luz suelen venir a tu cabeza muy pocas reflexiones y muchas más idioteces como las clásicas: qué hago aquí, debería haberme acostado hace tres horas, tengo que descongelar el pan; poner una lavadora de blanco y tomarme un ibuprofeno, la he dejado escapar, tengo ganas de un donut... Aquella mañana, sin embargo, piensas en lo injusto que resulta dejar escapar un tren a pesar de no quererlo ver partir con todas tus fuerzas, en lo jodidas que son las cosas que nos disgustan y que no podemos controlar o no dependen de nuestras ganas de cambiarlas. Piensas en todo ello y en la tristeza infinita del cazador de tortugas...
Como una metástasis de mierda que todo lo inunda, como un rayo viajando dentro de una caja de zapatos, o un rumor malévolo sobre la chica más linda del instituto, así se ha anquilosado  y propagado en mi vida circundante la impune y asquerosa costumbre a acostumbrarse.

Vuelves a casa sólo, o acompañado, o las dos cosas a la vez, y piensas que si el destino no existe hay algo parecido rondando por ahí sin hacer demasiado ruido. Algo que a veces (cada vez menos) te abofetea y te recuerda que estás vivo y que pasas la mayor parte del tiempo empeñándote en sobrevivir como un idiota, o   alejándote de vivir como un masoca. Ese algo que te golpea puede adoptar muchas formas: un accidente, una pérdida, un libro, una canción, una persona...Mi preferida es la forma de mujer con plumas en los bolsillos. La forma de rizos, de curvas de piel, de venas torneadas de sol y jazmín. El bofetón que te propina una mujer es el más doloroso y placentero, el más real, el más certero y el más inolvidable. Cuando una mujer te rescata te olvidas del naufragio para siempre. Seguramente volverás a ser más niño y te acordarás de las cometas, y de que el cielo es algo más que aire vacío y palabras volando, que hay nubes con formas de camellos, chupa chups y sartenes, y que se tornan moradas, escarlatas, naranjas e incluso amarillas al atardecer. Recordarás probablemente que el salitre sigue donde estaba y que si te quedas en el olor a crema protectora jamás llegarás a entender el poder del mar o el secreto de las olas. De nuevo vendrá a tu cabeza el olor de las flores, y el tacto de la arena y los tarros de lentejas. Recordarás tantas y tantas cosas que por el momento que duré la bofetada llegarás a olvidarte hasta de ti mismo. Sólo alguna vez que otra, muy espaciada en el tiempo, llegará a tu cabeza de nuevo ese pensamiento cíclico "La tristeza infinita del cazador de tortugas que en su comodidad se olvidó de lo precioso que resultaba perseguir  a los pájaros"

jueves, 21 de junio de 2012

Mudas de tiempo

El cuerpo muda las estaciones como un viejo calendario inservible tendido al viento...a latigazos, a golpes de suerte. Mis ternillas, la blanca cascarilla de los huesos, el tuétano de la piel escamosa y lastrada de flores...Todo se pierde con la ausencia de lluvias.
La primavera, coqueta, puta y caprichosa se va dejando olor a ropa mal secada y se marcha lenta, demasiado correosa, como un cojo borracho y enamorado de perder el reloj, como la miel de un bote olvidado que descubres en casa de tu abuela mientras buscas caramelos caducos de pasadas cabalgatas de Reyes Magos.
La vida sigue aunque no haya flores, aunque no llueva, ni siquiera despacito. Y en la parte trasera del autocar recuerdo aquella segunda y sofocante primavera en Sevilla, donde te masturbarte para mi y el verano se negaba a entrar en la habitación por temor al desastre, por miedo a la explosión centrípeta de una polla y un coño colisionando.
Ahora que otro te ve tocarte y que otro te tiende la ropa, y que otro te pregunta cada mañana si quieres el café cargado; yo dejo el verano entrar a mi terraza, libre, sin miedo, sin nada que perder. Y el verano pasa, quizás algo disciplente, con el olor a olla recién abierta, a cloro, a cosas inútiles de plástico compradas en tiendas de chinos, a restos de corrida, a restos de triste nada...


Un verano más, un recuerdo menos.

domingo, 10 de junio de 2012

¡Tú, puta barca sin remos!

La belleza sin corazón no sirve de nada.

jueves, 7 de junio de 2012

Fuck the pain away...

Lo más sucio de esta primavera es tenerte presente incluso cuando no te echo de menos...

miércoles, 23 de mayo de 2012

Mi poesía ha sido siempre gente dormida,
mosquitos reventándose contra las lunas de un coche nuevo.
Niños aprendiendo a tocar acordes de Black Sabath en el garaje de sus padres.
Lo que queda en las calles cuando amaina la riada: los esqueletos del lodo. 

Mi poesía ha sido puta de labios pintados y tres pollas a la vez,
el dolor de un miembro fantasma en el pecho,
los veinte primeros segundos de perplejidad bajo la nieve de una avalancha.


Ha sido Perros hambrientos tapándose de la noche con sacos rotos,
cicatrices purulentas y hondas como las venas de un precipicio.
Ventisca que nadie quiere en azoteas de ropa tendida
y vómitos eléctricos sobre blanco mármol impoluto.

Mi poesía empezó a currar en estercoleros con tan sólo dieciséis
y nadie le dejó mascarilla, ni guantes, ni botas altas.
Nadie dijo "Los cristales al azul, el papel al amarillo".
Se mezcló todo. Ahora duele.
Mi poesía son salones tras una fiesta, llenos de mierda...

Por eso, si me preguntaran que por qué ahora, 
que de qué va todo esto,
qué por qué vuelve,
les diría que simplemente ha llegado la hora,
la hora de pagar el precio.


jueves, 17 de mayo de 2012

Abue

Se me fue en una alérgica y desteñida tarde primaveral, sin decir adiós, como los trenes enormes y los amantes orgullosos.
Ni charcos, ni flores, ni botes de perfumes rotos. Nada de algarabía, ni guirigay, dos palabras que suenan como sus dientes blancos repletos de risa.
Todo lleno de restos de nada. Es sólo en estos momentos en que uno piensa tatuarse fragilidad, fugacidad, escurridizo, existencia, efímero, o puta vida absurda.

La vida... al fin y al cabo, son vacíos y versos sin rima.
Los semáforos han muerto. Los olivos ya no polinizan. La ciudad del Sur, callada, parece ahora un pueblo de la Mancha, mudo.

Yo lloro, yo llanto, yo me descompongo. Me vienen bien las gramíneas para camuflar el dolor de los ojos. Me viene bien su adiós para tener de nuevo la excusa más potente que existe para estar triste: la muerte.

Hasta siempre, Abue.