domingo, 8 de agosto de 2010
Cuidao
Ten cuidao niña con las luces de ciudad. Ten cuidaico con los tentáculos de hielo y plata, con las falsas promesas, y con todos esos chicos de porcelana que como yo, sólo ansian tu boca, tu futuro y tus bragas.
lunes, 26 de julio de 2010
Pueblo de vientos
Para los dos abuelos con boina y garrote una tarde de enamoramiento y hormigas seguía siendo una tarde de besos y fresquito en Tarifa, con levante siete u ocho nudos y el mar lleno de borregos de espuma. Las calles recien encaladas de risas y cerveza, y un atardecer de tiovivos y montañas rusas en los ojos con una nena rubia intentando volar una cometa que atravesara las nubes.
Eso es lo que habían visto hacer tantos y tanto años, siempre igual, a todo aquel que visitaba aquel pueblo lleno de vientos.
Eso es lo que habían visto hacer tantos y tanto años, siempre igual, a todo aquel que visitaba aquel pueblo lleno de vientos.
viernes, 23 de julio de 2010
lunes, 5 de julio de 2010
Momentos imperfectos. Parte 2
Los imanes de la nevera no han ayudado mucho. Jamás fue bueno un "te quiero" escrito al lado de "cebolla", o un "hasta nunca" justo encima de "limpiacristales", aunque quizás, lo que más me dolió fue aquel "Todo ha sido una puta mentira" con tu caligrafía enrabietada y acelerada en un margen, casi tapando la "b" de "bastoncillos". Afirmaciones tan rotundas y tristes al lado de bastoncillos para las orejas, muesli o antimosquitos. Menudas listas de la compra.
miércoles, 30 de junio de 2010
Momentos imperfectos. Parte 1.
Se llevó la guitarra y con ella las canciones, aunque me dejó las cuerdas, no se si con el cruel propósito de que al recordarla me decidiera a estrangular mi propia polla.
viernes, 25 de junio de 2010
Palabras (no existen formulaciones lógicas que exprensen el sentimiento de añoranza en toda su magnitud)
He escrito y borrado ya más de diez veces el mismo párrafo pero con diferentes letras, y es que en ocasiones, uno simplemente no encuentra la forma o bien se le escapan las palabras...
Se tiene la certeza de que las palabras habitan en nuestra lengua, pero la mayoría de las veces somos incapaces de transformarlas en otra cosa que no sea una mezcolanza absurda de dolor sordo, añoranza y restos de tripas. Los remolinos de saliva se tragan todas y cada una de las buenas intenciones, a veces hasta el pasado, las flores y todas las cosas dulces que se pueden pensar en una tarde de verano con una cerveza fría. Las letras ruedan de uno a otro lado, como en una cruel atracción de feria, pegándose al paladar, quedándose a dormir la siesta entre los dientes. La amalgama de sonidos impronunciables es ahora un chicle pastoso más que masticado, un trozo de goma sin sabor que da vueltas y vueltas como un viejo calcetín dentro del tambor de la lavadora.
El viejo búnker de la piel en que se han convertido los cuerpos y el hermetismo de sus putas bocas. La falta de corrientes de aire que crucen de boca a boca, la ausencia de frases y fresas a medias. Nadie encuentra hoy mensajes en botellas en ninguna maldita playa.
No exagero si digo que se están cargando el mundo (yo el primero), porque nadie tiene nada que decir del presente y mucho menos del pasado. Diez kilómetros a la redonda y sólo encontrarás tres tipos que hablen con las raices de las cosas saliéndole de la garganta: un borracho, un loco y un niño.
Yo que hasta ahora he hablado como una maceta llena de flores, contribuyo ahora también, y sin saber muy bien por qué, a destrozar la superficie del suelo y del cielo, a enterrar con mercurio los escondites más reconditos de la piel y los recovecos menos irrigados del cerebro. No temo a quedarme sin suelo donde atornillar mis pies, ni mucho menos. Se trata sin embargo de un atroz miedo de acabar vacío, no tenerme cuando todo esto acabe y no existan las frases adecuadas para echar de menos.
La destrucción de uno mismo llega cuando hemos tragado tantas redes y tanto estiercol que no podemos ni siquiera vomitar o cagar tranquilos nuestro odio y nuestro pasado sin sentirnos culpables.
No se si me sigues, pero las palabras son las culpables de todo, y su culpabilidad no es otra que la de su ausencia cuando más las necesitamos. ¿por qué siempre dejáis que me pudra cuando más deseo librarme de mis duelos?
Una vez más, como ves, soy incapaz de describir lo que significa echaros a las dos de menos-***
Se tiene la certeza de que las palabras habitan en nuestra lengua, pero la mayoría de las veces somos incapaces de transformarlas en otra cosa que no sea una mezcolanza absurda de dolor sordo, añoranza y restos de tripas. Los remolinos de saliva se tragan todas y cada una de las buenas intenciones, a veces hasta el pasado, las flores y todas las cosas dulces que se pueden pensar en una tarde de verano con una cerveza fría. Las letras ruedan de uno a otro lado, como en una cruel atracción de feria, pegándose al paladar, quedándose a dormir la siesta entre los dientes. La amalgama de sonidos impronunciables es ahora un chicle pastoso más que masticado, un trozo de goma sin sabor que da vueltas y vueltas como un viejo calcetín dentro del tambor de la lavadora.
El viejo búnker de la piel en que se han convertido los cuerpos y el hermetismo de sus putas bocas. La falta de corrientes de aire que crucen de boca a boca, la ausencia de frases y fresas a medias. Nadie encuentra hoy mensajes en botellas en ninguna maldita playa.
No exagero si digo que se están cargando el mundo (yo el primero), porque nadie tiene nada que decir del presente y mucho menos del pasado. Diez kilómetros a la redonda y sólo encontrarás tres tipos que hablen con las raices de las cosas saliéndole de la garganta: un borracho, un loco y un niño.
Yo que hasta ahora he hablado como una maceta llena de flores, contribuyo ahora también, y sin saber muy bien por qué, a destrozar la superficie del suelo y del cielo, a enterrar con mercurio los escondites más reconditos de la piel y los recovecos menos irrigados del cerebro. No temo a quedarme sin suelo donde atornillar mis pies, ni mucho menos. Se trata sin embargo de un atroz miedo de acabar vacío, no tenerme cuando todo esto acabe y no existan las frases adecuadas para echar de menos.
La destrucción de uno mismo llega cuando hemos tragado tantas redes y tanto estiercol que no podemos ni siquiera vomitar o cagar tranquilos nuestro odio y nuestro pasado sin sentirnos culpables.
No se si me sigues, pero las palabras son las culpables de todo, y su culpabilidad no es otra que la de su ausencia cuando más las necesitamos. ¿por qué siempre dejáis que me pudra cuando más deseo librarme de mis duelos?
Una vez más, como ves, soy incapaz de describir lo que significa echaros a las dos de menos-***
martes, 15 de junio de 2010
Con mordaza y ambos fémures en estado de hibernación
Hoy, mientras conducía de vuelta a casa me he dado cuenta de que he pasado meses sin escuchar las canciones. No he comido. Nada de oler flores, gasolina o momentos del horno. Nada de caricias al dálmata de la vecina. No he besado las copas llenas, mucho menos las vacías. Ni siquiera he soñado con dejar la saliva dentro de una matriz en carne viva, o los deseos tras un esfuerzo de ósmosis dentro de la raíz arco-iris de las miradas del sol y las cosas vivas.
Han sido meses donde únicamente he metido cosas en mi cuerpo, cosas de distintas texturas, cosas audibles, paladeables, tangibles, incongruentes y retorcidas, cosas y más cosas que han pasado por dentro de mi como cuando uno atraviesa un pueblo de verano en pleno invierno con el viento silvante arrancando hasta los nudillos de las palmeras.
Las cosas han pasado sin que nos de tiempo a recapitular... como si nos hubieramos pasado todo este tiempo mirando las mismas figuras sin sentido del pupitre pintarrajeado de un chaval que repite curso aún siendo más listo que los propios profesores. Es una sensación metálica.
Un subterfugio en el escritorio.
Han sido meses donde únicamente he metido cosas en mi cuerpo, cosas de distintas texturas, cosas audibles, paladeables, tangibles, incongruentes y retorcidas, cosas y más cosas que han pasado por dentro de mi como cuando uno atraviesa un pueblo de verano en pleno invierno con el viento silvante arrancando hasta los nudillos de las palmeras.
Las cosas han pasado sin que nos de tiempo a recapitular... como si nos hubieramos pasado todo este tiempo mirando las mismas figuras sin sentido del pupitre pintarrajeado de un chaval que repite curso aún siendo más listo que los propios profesores. Es una sensación metálica.
Un subterfugio en el escritorio.
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