martes, 15 de junio de 2010

Con mordaza y ambos fémures en estado de hibernación

Hoy, mientras conducía de vuelta a casa me he dado cuenta de que he pasado meses sin escuchar las canciones. No he comido. Nada de oler flores, gasolina o momentos del horno. Nada de caricias al dálmata de la vecina. No he besado las copas llenas, mucho menos las vacías. Ni siquiera he soñado con dejar la saliva dentro de una matriz en carne viva, o los deseos tras un esfuerzo de ósmosis dentro de la raíz arco-iris de las miradas del sol y las cosas vivas.

Han sido meses donde únicamente he metido cosas en mi cuerpo, cosas de distintas texturas, cosas audibles, paladeables, tangibles, incongruentes y retorcidas, cosas y más cosas que han pasado por dentro de mi como cuando uno atraviesa un pueblo de verano en pleno invierno con el viento silvante arrancando hasta los nudillos de las palmeras.

Las cosas han pasado sin que nos de tiempo a recapitular... como si nos hubieramos pasado todo este tiempo mirando las mismas figuras sin sentido del pupitre pintarrajeado de un chaval que repite curso aún siendo más listo que los propios profesores. Es una sensación metálica.

Un subterfugio en el escritorio.

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