domingo, 24 de mayo de 2009

Estrellas y semáforos.

Es de noche ¿Nunca han visto una escalera en medio de la nada? Seguro que sí. Después llega un tipo que no está borracho porque no se balancea ni dice toda la verdad de las cosas. Levanta la cabeza, mira al cielo, se sube despacio. Cuando está arriba comienza a mover los brazos. Parecen serpientes, parecen hojas de otoño a punto de desfallecer. Sus extremidades superiores ondean como lo hace una bandera o una perra cansada a punto de parir. Sus manos mueven los delicados dedos como si se dedicara a decirle a la piel de las mujeres cuanto las quiere. Ese hombre no es un tarado. Ese hombre esá acariciando el aire. Ese hombre está cortejando estrellas.

Más tarde, dos, tres, quizás cuatro días, si te fijas verás el cielo tremendamente despejado, las estrellas casi aterrizando en los árboles, la ciudad particularmente bien iluminada. Parece que todo el mundo sonría esa noche. Si esperas a que todos se acuesten volverás a ver a ese tipo aparecer. Esta vez junto a la escalera lleva una cesta. ¿Para qué es la cesta? Vale, veo que no me sigues...Pues para guardar las estrellas, joder.

Bueno, el caso es que cuando tenga la cesta llena, se marchará sin más, sin siquiera mirar atrás, sin tampoco hacerse el distraído. La palabra bien podría ser subrepticiamente. Yo prefiero decir "nada importa excepto el arrepentimiento". Pues lo dicho, él sigue y sigue, la gente no lo mira, bueno, matizo, la gente no se atreve a mirarlo. Los coches que se lo cruzan casi chocan. Todo el mundo sabe que ese tipo lleva todo el poder de un secreto agarrado a su mano. Pero no hay nadie tan hijo de puta como para desgarrar un secreto a media noche, en mitad de la calle, a las cuatro de la mañana. Pueden balearte por dos cigarros, por un billete, por una mala mirada, pero nadie te roba un secreto lleno de luz, eso todo el mundo lo sabe.

Él ya está en su casa, concretamente en la cocina. Abre dos portezuelas debajo de la encimera de marmol y saca un pasapuré enorme. Ahora se dirige a la bañera. Coloca el tapón. Agarra la cesta. Una a una pasa las estrellas por el pasapuré. No es la primera vez que lo hace, es perro viejo. No mira la luz, no quiere quedarse ciego ni ver demasiado dulce. Una a una las estrellas se hacen fluido viscoso y se caen a la bañera, aunque más que caer resbalan, se derraman. Eso no quita para que el sonido sea aterradoramente lindo. Suena como cuando cae una momba y sabes que no ha matado a nadie. Suena igual de bien.

Tras un tiempo incontable, pues todo el mundo sabe que ante la presencia de la luz intensa las unidades de tiempo también se tapan los ojos y dejan de andar, la bañera está casi llena. Venga vale, lo se, de una cesta, una bañera llena, no nos vengas con milongas. Pues bien, todo astro desprende cinco veces su volumen al ser pasado de estado sólido a parcialmente líquido, simple ley de felicidad y ecuación lumínica. Si no, agarra la sonrisa de tu chica, intenta diluirla en sueños, y dime si me equivoco, seguramente tendrás cubetas y cubetas de semen y uva recien pisoteada.

Umm, esto me recuerda a que a día de hoy me he bebido todo el vino de esta ciudad y aún no tengo cojones de hablar sobre la palabra "prescindible", pero eso es otra larga historia.

Seguimos en la bañera. Ahora el tipo se seca el sudor de la frente, se cambia de ropa, caga mientras lee acerca de experimentos con ratas para intentar paliar la falta de inocencia del individuo adulto europeo. Se deprime, se limpia el culo y mira la bañera por una fracción de segundo. Ahora se quiere, se entiende, se perfuma con su colonia preferida y se acuesta. Tarda en dormir. Piensa en todo, sobre todo en la luz. Piensa en llamémosle Albana, o mejor María Éxpósito, o por qué no Leire. Piensa en secuestrarla, en sumergirla en la bañera, aunque luego rechaza la idea. Ni siquiera sabe su nombre.

A la mañana siguiente el tipo se levanta. Le duele todo menos los ojos, curioso. Los bolsillos, los sueños, los nudillos, las tostadas con mermelada de albaricoque, todo duele. Hace una lista de la compra. No sirve, en las tiendas ya no tienen quereres ni chocolatinas de tropecientos sabores. La arruga, la lanza y no hace canasta. Soy un perdedor, se dice, y a la vez ser ríe porque sabe que ya no lo es, no es perdedor ese que lo ha perdido todo. Va hacia el baño con 15 botellas vacías. Las llena una a una del líquido naranja ¿o es amarillo? Da igual. Baja a los aparcamientos, intenta disimular el resplandor colocándolas en bolsas negras pero no puede. La gente lo mira sorprendida como quien mira a un futbolista. La gente lo odia ahora como se odia a otro futbolista.

Con todas guardadas en el maletero y los dedos algo amoratados, arranca y huye. Aprieta el acelerador a fondo, a veces hasta en las rotondas. Todos dirían que es un loco. Él mismo se lo dice, pero no le importa morir en el centro de una rotonda llena de flores, es un buen lugar, tiene mucha poesía. El caso es que el tipo va escuchando Radiohead y cuando se da cuenta ya ha llegado a su destino. Puto Thom Yorke, aquí sólo acelero yo, no vale que adelantes el tiempo, se dice medio enfadado.

Su destino es una gran nave a las afueras de cualquier ciudad. Una empresa de semáforos.
He leído poco sobre los semáforos, parece que a nadie le interesa hablar sobre ellos. Como si se tratara de un secreto que todos quieren guardar, algo que todo el mundo sabe pero que nadie quiere compartir por miedo a perderlo, a que se lo lleven y se extinga tan rápido como un olor a beso en medio de un vendabal. Por cierto, me encanta la palabra vendabal, es tan tan tan acolchada.

Bueno, estaba con las estrellas, o con los semáforos, que para lo que venimos hablando viene a ser lo mismo. Un semáforo puede cambiar tu vida, eso lo saben en cualquier casa de apuestas. Pero nadie te lo va a decir hasta que no lo experimentes, nadie quiere perder ese secreto.

Sigo, sigo, que me enredo.

El tipo aparca, permanece 23 segundos exactos hasta que deja de sonar "True Love waits", odia dejar canciones a medias. Se baja, cubre la matrícula trasera, cualquiera diría que quiere huir. Agarra las botellas, llama a un portón enorme que permanece cerrado a pesar de no ser domingo. Sale a correr, corre tanto que si cierra los ojos fuerte, muy fuerte, siente que vuela. Abre rápidamente la puerta del coche, arranca. Alguien abre el portón y grita una frase ininteligible. Quizás diga "oye tú", o "quieto", o "vuelve, quiero que veas como se hace". El tipo de la empresa, agarra las bolsas, una a una saca las botellas ya dentro de la nave industrial. Con cada botella sonríe un poco más. Cuando saca la última, adherida a la superficie de la botella encuentra una nota. Dice: "Aquí mi deuda".

Se que muchos estarán perdidos. Yo también lo estuve cuando escuché esta historia por primera y última vez. Rogué y rogué que no parará aquí. Le dije que ese no podía ser el final, pero no me escuchó, siguió emborrachándose y bebiendo cerveza como un tipo sin casa, sin mujer y sin niños. Le amenacé con partirle el botellín en plena cara si no continuaba, pero él se quedo fijamente mirándome a los ojos y sonrío como un loco. Recuerdo haber temblado. Recuerdo marcharme a casa algo agitado, con piernas temblorosas y estado casi hipnótico. El resto lo hizo el tiempo, el olvido, las drogas y el amor.
Más tarde, no recuerdo cuanto, que por otra parte tampoco importa, me detuve en un semáforo. Lo entendí todo. En el carril de al lado una chica preciosa cantaba una canción. Erá inglés. Me fijé en sus labios, sus manos, sus dedos golpeando el volante. Cantaba "True Love waits". Tarareé al mismo tiempo: Just don't leave, don't leave, i'm not living, i'm just killing time, your tiny hands, your crazy kitten smile...

El semáforo se puso en verde. Una cola detrás de mi pitaba y pitaba, pero no podía arrancar. La chica hacía ya varios segundos que se había marchado. Yo permanecía allí sin saber bien por qué. Pensaba en blanco, amarillo, quizás naranja, luego en el tipo del bar, en el tipo de la escalera. Quizás fuera el mismo, aunque eso poco importaba a esas alturas.

Esa chica se llamaba Estrella, jamás lo confirmé pero lo sabía a ciencia cierta. No la seguí, no me arrepiento. Por otra parte, los semáforos están hechos de estrellas y feo hierro bañado de pintura verde, pero de estrellas al fin y al cabo. Eso es seguro. No se el motivo por el cual aquel tipo cortejaba estrellas, yo se cuál es el mío, se que he de pagar mi deuda: Un semáforo cambió mi vida. Una estrella la iluminó para siempre.

1 comentario:

  1. Vaya. Te escribo en plena época de exámenes. Un mensaje de mas de 1200 caracterer y logicamente no se ha podido enviar. Lo cual quiere decir que mi esfuerzo ha sido vano. Más la intención debe contar. Si me das tu dirección lo intentaré de nuevo.Ahí queda eso.
    periodicodelunáticos

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