"Tu peor enemigo eres tu mismo"
Cuantas veces lo escuche y sin embargo...sin embargo que poco me lo he llegado a creer. Amigos que hablan sobre historias que no entienden, restos de alcohol y saliva endurecida saltando de un labio a otro, sílabas que se pierden, "bla bla bla" "qué le follen por el culo, no te merece, tú vales más que ella de aquí a Lima. Será zorra". Y otras tantas sílabas vuelven a perderse entre alguna que otra risa macabra y miada de incomprensión. Escucho lo que piensan "que jodido está. Ha de ser chungo eso de que te dejen estando completamente enamorado". Y la noche sigue, y la música no para, y sin embargo yo sólo la escucho a ella gimiéndome al oído, a mi corazón llamándola a gritos. Las copas corretean por la barra, el humo de cigarros enmascara ya a las tantas las miradas de incredulidad de toda esa gente que cree saber como me siento, y como hacer para que me sienta mejor. Ingénuos. Ya hasta la ginebra te da consejos, se proyecta sobre tus pasos, interioriza tu mierda, se pone en tu lugar y de tu lado. Hasta los gatos de madrugada saben que hacer para huir del asedio del miedo a quedarse solo. Ahora resulta aquí nadie llora y que todo el jodido mundo sabe de amor y de adioses. Hasta la vendedora de flores sabe de que se trata todo esto, y sin embargo...sin embargo los consejos valen menos que el chicle que siempre encuentras bajo la silla.
Nadie puede cambiarlo, sólo el tiempo, sólo la fiebre, la droga, los continentes nuevos y las canciones.
Las espirales fueron creadas para derrotarse a si mismas por la propia proyección de su fuerza, a consumirse por aburrimiento, por la exponencial desidia de su propia apariencia.
Ella es mi espiral. Ella es mi miedo. Ella es mi peor enemigo. Y cuando se vaya del todo y venga otra, sera ella con otro rostro, pero al fin y al cabo, ella. Eso si lo tengo claro y lo repito hasta que me duele la garganta de manera compulsiva. Ella y sólo ella, ella y su vientre de azúcar, ella y su patitas como palos de golf, ella y sus mofletes de pan, y sus cabellos como nenúfares, y su piel como un lodazal, y su sexo como una garganta almohadillada del mejor cuero.
No existen productos, no hay medicina, planta o engaño capaz de hacerme afrontar la lixiviación de mi alma, la amputación del miembro non-sano, es decir el pecho hendido, el corazón rendido.
Su piel más rijosa que sus ojos, o sus ojos más centelleantes que sus muslos, o por qué no, sus muslos más sudorosos que su pulso. Y en este vesánico miedo donde la sardonia se apodera de esta pobre sonrisa incoherente, yo rezumo piel de sus labios, saliva de su cuello; y mientras tanto ya queda menos para que se apague la espiral, para dejar de echarla de menos.
miércoles, 16 de septiembre de 2009
jueves, 27 de agosto de 2009
El poder de la piel.
Todo ha resultado al revés y sin embargo me encanta. Hemos removido decenas de ruidos, millones de partículas de mezcalina y jirones de piel, todo por el mero hecho de sentirnos menos hueros, menos frágiles, más acompañados y de la mano. Mis pantalones y tu falda se han manchado con la misma arena, se han bañado con el mismo sudor, se han quitado con los mismos dientes pero en diferentes bocas. Desde aquel día en que supe que nuestras pieles eran piezas de un mismo puzzle, todo ha sido como lamer sandía o escuchar bossanovas en la azotea.
Hemos hecho lo típico: te he llevado a casa; hemos follado a la luz de la luna o al romper el alba; hemos hablado del pasado; hemos discutido sobre Almodóvar; te he hecho sudar con las manos; hemos escuchado Damien Rice a 130 por hora, y sin embargo no hemos comido un helado ni establecido protocolos de actuación por si alguno decide marcharse por la salida de emergencia.
Pienso y repienso en aquella noche. Tropezarnos fue algo tan causal como las ganas que he tenido de llamarte luego. Aquel día nos miramos como si fueramos los únicos con gafas de buceo en el lugar. La gente en derredor no reparó en todo lo que nos dijimos con las pestañas, en todos los secretos que en tan solo un chasquido de dedos se espachurraban ya en nuestros bolsillos. Aquel desierto de cuerpos no reparaba en que nosotros andábamos sembrando momentos con las yemas de los dedos.
Nadando en borbotones de sudor frío a diez metros bajo tierra, a doscientos metros sobre el nivel del mar, no importa: volvimos a mirarnos para no devolvernos los ojos, fotografiamos perfiles en sepia y hemos jurado no aplicarles color ni aun sirviendo como antiinflamatorio del olvido.
A partir de ese momento nos hemos sabido diferentes, distanciables, prescindibles pero sin embargo el recuerdo de la carne, el poder de la piel, el sabor del músculo mordido, siempre acaba llamando a la puerta, pidiendo paso atropellado, tirando al suelo todos los platos de la cocina.
Decir adios es suicidar nuestras propias visceras, por eso te riño comiéndote la boca cuando quieres marchar con tan solo un pie mientras con el otro permaneces dibujando nuestras iniciales en la arena. Decídete, haz así que me decida. ¿No crees que nos hemos engañado bastante?
Señorita, siento decirle que a estas alturas luchar contra la piel ya no sirve de nada...
Hemos hecho lo típico: te he llevado a casa; hemos follado a la luz de la luna o al romper el alba; hemos hablado del pasado; hemos discutido sobre Almodóvar; te he hecho sudar con las manos; hemos escuchado Damien Rice a 130 por hora, y sin embargo no hemos comido un helado ni establecido protocolos de actuación por si alguno decide marcharse por la salida de emergencia.
Pienso y repienso en aquella noche. Tropezarnos fue algo tan causal como las ganas que he tenido de llamarte luego. Aquel día nos miramos como si fueramos los únicos con gafas de buceo en el lugar. La gente en derredor no reparó en todo lo que nos dijimos con las pestañas, en todos los secretos que en tan solo un chasquido de dedos se espachurraban ya en nuestros bolsillos. Aquel desierto de cuerpos no reparaba en que nosotros andábamos sembrando momentos con las yemas de los dedos.
Nadando en borbotones de sudor frío a diez metros bajo tierra, a doscientos metros sobre el nivel del mar, no importa: volvimos a mirarnos para no devolvernos los ojos, fotografiamos perfiles en sepia y hemos jurado no aplicarles color ni aun sirviendo como antiinflamatorio del olvido.
A partir de ese momento nos hemos sabido diferentes, distanciables, prescindibles pero sin embargo el recuerdo de la carne, el poder de la piel, el sabor del músculo mordido, siempre acaba llamando a la puerta, pidiendo paso atropellado, tirando al suelo todos los platos de la cocina.
Decir adios es suicidar nuestras propias visceras, por eso te riño comiéndote la boca cuando quieres marchar con tan solo un pie mientras con el otro permaneces dibujando nuestras iniciales en la arena. Decídete, haz así que me decida. ¿No crees que nos hemos engañado bastante?
Señorita, siento decirle que a estas alturas luchar contra la piel ya no sirve de nada...
miércoles, 12 de agosto de 2009
Oxalá, oxalá...
Oxalá desde el barrio de Alfama.
El Sol resbala por las pestañas color miel de Teresa como si se tratata de un niño revoltoso lanzándose por un tobogán. Se aferraba al marrón trigo de sus pómulos tostados, no quiere irse. La Luna es traición en cada cráter, la noche una puta sin ligueros.
A lo lejos, caras tristes como dos balas en el tobillo de una bailarina. Más cerca una guitarra y mucho más aún un ramo de flores que huele a la inocencia amoratada despeñada por el empedrado de la calle de la "Velha Chica". Nada volverá a ser como antes han escrito en la fachada de la casa de la señora Pontes.
Pianistas sin dinero apuestan sus dedos sobre una recia mesa de madera de roble, abren las manos, colocan las palmas hacia bajo sintiendo el frío y la certidumbre de que no tocarán a Bach como la última vez. Comienza el sonido del cuchillo clavándose de lleno: uno, dos, tres, cuatro y cinco, y vuelta a empezar. Comienza la ruleta, las apuestas, las risas, las pérdidas...
Un poco más arriba, desde donde tantos y tantos señalaron las galeras perderse en la neblina del atántico, los fados silabeados surgen de los labios cuarteados de aquellas mujeres que lloran al Tajo mientras tienden la ropa. Ellas jamás quisieron cambiar el mundo, tan sólo entenderlo.
El Sol resbala por las pestañas color miel de Teresa como si se tratata de un niño revoltoso lanzándose por un tobogán. Se aferraba al marrón trigo de sus pómulos tostados, no quiere irse. La Luna es traición en cada cráter, la noche una puta sin ligueros.
A lo lejos, caras tristes como dos balas en el tobillo de una bailarina. Más cerca una guitarra y mucho más aún un ramo de flores que huele a la inocencia amoratada despeñada por el empedrado de la calle de la "Velha Chica". Nada volverá a ser como antes han escrito en la fachada de la casa de la señora Pontes.
Pianistas sin dinero apuestan sus dedos sobre una recia mesa de madera de roble, abren las manos, colocan las palmas hacia bajo sintiendo el frío y la certidumbre de que no tocarán a Bach como la última vez. Comienza el sonido del cuchillo clavándose de lleno: uno, dos, tres, cuatro y cinco, y vuelta a empezar. Comienza la ruleta, las apuestas, las risas, las pérdidas...
Un poco más arriba, desde donde tantos y tantos señalaron las galeras perderse en la neblina del atántico, los fados silabeados surgen de los labios cuarteados de aquellas mujeres que lloran al Tajo mientras tienden la ropa. Ellas jamás quisieron cambiar el mundo, tan sólo entenderlo.
domingo, 26 de julio de 2009
Verano y amor, "vamos" y perdidas...
Vamos a hacer cientos de fotos debajo del agua y no vamos a borrar ninguna. Vamos a viajar a Noruega con anoraks de plumas tremendamente exagerados, desorbitadamente acolchados. Vamos a usar las pérdidas como medio de construcción del alma, de envejecimiento productivo. Prometemos no destruirnos a base de "adioses", no marchitarnos a base de fotos. Prometemos macerarnos en sonrisas estúpidas y recuerdos de conversaciones inquietas.
El hecho de alejarnos de quien más nos quiere para acercarnos algo más a nosotros mismos es aún una ecuación con logaritmos neperianos difícil de entender. Es más, nos negamos a entenderla. No queremos aprobar la física, ni la química, ni las matématicas de este, nuestro verano del poema.
Quitemos todos los carteles de "coto privado de caza" de nuestra piel. Dejemos que nos perforen a balazos, que nos acuchillen el corazón justo en el centro evitando la cuarta costilla, desde abajo , justo en el vértice, evitando la sexta.
Vamos a cazar medusas, vamos a espachurrarlas y a pensar eléctricamente genial sobre dedos y dendritas, masajes y cortocircuitos, besos y materiales termoconductores.
Vamos a comprar una sombrilla que no lleve impresa propaganda de San Miguel o de Schweppes, o como cojones se escriba, también compraremos dos sillas reclinables para tostarnos el pecho sin llenarnos los párpados de arena, una nevera azul de uso exclusivo en domingos y cientos de libros de sopas de letras, que los Sudokus son solo para modernos con gafas Ray Ban ochenteras de color blanco o amarillo chillón de dolor.
Vamos luego a ver el océano marfil. Vamos a quitarnos el reloj antes de bañarnos, que no nos fiamos de la coletilla "water resistance". Vamos a desearnos dentro del agua, a naufragar fuera. A tocarnos al ritmo de las olas sin que los veraneantes inquietos puedan ver nuestras manos bajo la espuma de las mismas olas que ahora lloran tras romperse.
Vamos a esperar dentro del agua minutos interminables, a pensar en todas las cosas desagradables del mundo al mismo tiempo para asesinar la erección delatora. Vamos a hacer fotos de puestas de sol y pezones robados, de sombras en la arena y ruinas de castillos.
Vamos a comprar la discografía de Phill Collins y a ponerla a todo volumen con el techo del coche abierto. Vamos a descuidar nuestros cuidados. Vamos a despreciar el término líquido de nuestros fluidos, vamos a lamer el sudor como vía de escape al suicidio de la piel ajena, vamos a arañar la espalda intentando romper la sal del agua, vamos a engañar cuando queremos decir la verdad, vamos a oler a menta cuando masticamos chicles de fresa, vamos a evitar la pregunta "qué perfume usas" aunque nos encante oler su cuello, vamos a fotografiar con la mente a falta de nuestra querida Nikon, vamos a guardar instantaneas en las venas como nuestro mejor album de fotos, vamos a guardar negativos en blanco y negro (esa chica rubia, esa sonrisa plateada, esa mirada convulsa, ese "lo siento, no puedo estarme quieta")
En definitiva, vamos a decir "te deseo" cuando en el fondo queremos decir "te necesito".
El hecho de alejarnos de quien más nos quiere para acercarnos algo más a nosotros mismos es aún una ecuación con logaritmos neperianos difícil de entender. Es más, nos negamos a entenderla. No queremos aprobar la física, ni la química, ni las matématicas de este, nuestro verano del poema.
Quitemos todos los carteles de "coto privado de caza" de nuestra piel. Dejemos que nos perforen a balazos, que nos acuchillen el corazón justo en el centro evitando la cuarta costilla, desde abajo , justo en el vértice, evitando la sexta.
Vamos a cazar medusas, vamos a espachurrarlas y a pensar eléctricamente genial sobre dedos y dendritas, masajes y cortocircuitos, besos y materiales termoconductores.
Vamos a comprar una sombrilla que no lleve impresa propaganda de San Miguel o de Schweppes, o como cojones se escriba, también compraremos dos sillas reclinables para tostarnos el pecho sin llenarnos los párpados de arena, una nevera azul de uso exclusivo en domingos y cientos de libros de sopas de letras, que los Sudokus son solo para modernos con gafas Ray Ban ochenteras de color blanco o amarillo chillón de dolor.
Vamos luego a ver el océano marfil. Vamos a quitarnos el reloj antes de bañarnos, que no nos fiamos de la coletilla "water resistance". Vamos a desearnos dentro del agua, a naufragar fuera. A tocarnos al ritmo de las olas sin que los veraneantes inquietos puedan ver nuestras manos bajo la espuma de las mismas olas que ahora lloran tras romperse.
Vamos a esperar dentro del agua minutos interminables, a pensar en todas las cosas desagradables del mundo al mismo tiempo para asesinar la erección delatora. Vamos a hacer fotos de puestas de sol y pezones robados, de sombras en la arena y ruinas de castillos.
Vamos a comprar la discografía de Phill Collins y a ponerla a todo volumen con el techo del coche abierto. Vamos a descuidar nuestros cuidados. Vamos a despreciar el término líquido de nuestros fluidos, vamos a lamer el sudor como vía de escape al suicidio de la piel ajena, vamos a arañar la espalda intentando romper la sal del agua, vamos a engañar cuando queremos decir la verdad, vamos a oler a menta cuando masticamos chicles de fresa, vamos a evitar la pregunta "qué perfume usas" aunque nos encante oler su cuello, vamos a fotografiar con la mente a falta de nuestra querida Nikon, vamos a guardar instantaneas en las venas como nuestro mejor album de fotos, vamos a guardar negativos en blanco y negro (esa chica rubia, esa sonrisa plateada, esa mirada convulsa, ese "lo siento, no puedo estarme quieta")
En definitiva, vamos a decir "te deseo" cuando en el fondo queremos decir "te necesito".
martes, 7 de julio de 2009
Correr
No me hables de querer si no has visto amarse a dos niños sordos. No me hables de caricias si no has visto dos gaviotas en pleno vuelo rozar sus alas. No me hables del mundo si no has vivido sólo tu pena en una cueva. No me hables de hablar si no sabes valorar mis silencios.
Yo salgo a correr para no ser yo, para ser otro, para tener la sensación de que el mundo pasa deprisa. Siempre he pensado que correr es una buena manera de autoengañarse, de perderse la pista, de creer que todo sigue girando aunque sea mentira. El mundo esta quieto, me digo con sorna mientras acelero o me limpio el sudor. Muy quieto...
Y sí, llevas razón, en el fondo todo es cobardía. Todo gira en torno a eso: la cobardía febril, la más abyecta, la más pobre y ruín de todas, la del engaño, nuestro propio engaño consentido.
Mientras corro pienso en cosas tan dispares como la unión de las palabras "fugaz vistazo" y sus correteos silábicos y sonoros en mi cabeza tras salir escupida de la boca de una mulata en aquella cala perdida y escondida hasta para el viento. Pienso en la pureza al ver al padre en la ensenada enseñando a su hijo como clavar la lombriz en el anzuelo. Pienso en la república del Congo y en Eritrea al ver a los perros gordos casi siendo empujados por unos dueños más gordos que su propia desidia. Pienso en cuanto debieron de doler los tatuajes de la chica rubia que me cruzo, o en cuanto tardarían en sanar sus deudas con los hombres, que de bien seguro que las tuvo. Otras veces pienso en la mediocridad, en si poner lavadora de color o de blanco, en las estampidas de gente y en los borregos sin memoria. No se, son muchas cosas.
Dentro de mi cabeza resumo con afirmaciones y me extiendo en las negaciones. No es culpa mía, yo también soy parte de esa pandemia, de ese ejercito silencioso, de esa nueva generación de pesimistas con sombrero. Nos abundamos en los noes, nos cercenamos y nos amputamos todos los miembros, nos mutilamos hasta las sonrisas cuando de decir sies a boca grande se trata. Somos escuetos, concisos en la forma, más breves que la palabra momento.
Estoy loco, me digo, pero al momento otra idea me surca de nuevo la cabeza, y decido no parar, seguir corriendo. Me falta un poco el aire y los gemelos duelen. ¿Qué hago para cenar? Mañana voy a cambiar el mundo. Seré idota. A veces Björk está sobrevalorada, aún así mataría por haber creado Jóga.
Todo llega a su fin, pero donde yace el final del propio fin. Mi felicidad es disfrutar de querer encontrarla, me digo justo al dar la última zancada. Ya no hay tiempo para la decandencia, pienso mientras miro rápidamente hacia el cielo. Si eras malo haciendo resúmenes en tercero de E.G.B, no habrá mayor caos en tu vida, que la propia experiencia.
Llego al portal, ando los pocos metros que me separan del ascensor. Pulso el botón. Odio los tiempos muertos, odio estar acompañado en el ascensor y subir muchos pisos sin tener nada que hablar. Silbar, mirar a ninguna parte, al suelo, al marcador del número de piso en que se encuentra tu cuerpo, no tu mente.
Mi mente estaba en... ah sí, puede que esté equivocado y al fin y al cabo el mundo gire (al fin y al cabo, que expresión más triste...), puede que aunque sólo sea un poquito, gire, aunque solo sean unos cuantos grados de mierda. No lo digo por nada en particular, todo sigue siendo tan desolador y tan árido como siempre, con el mismo olor a restos de pescado y a llaves viejas.
¿Por qué? ¿Por qué cambio de idea? Buena pregunta, por lo tanto, mala respuesta: no se. Lo único que tengo claro es que más allá de cualquier divagación inconclusa llevo ya más de una hora pensando en esa pareja de niños sordos, en la manera en que gesticulaban los "te quieros", o los "vamos a tomar un batido de chocolate", quien demonios sabe lo que estaría diciendo, el hecho es que sus ojos no me engañaban: se amaban.
Y...no se (vuelvo a no saber), puede que hoy todo se haya empeñado en que vuelva a creer en el amor, en la esperanza, y en que todas esas jodidas mentiras le siguen dando cuerda al mundo.
Yo salgo a correr para no ser yo, para ser otro, para tener la sensación de que el mundo pasa deprisa. Siempre he pensado que correr es una buena manera de autoengañarse, de perderse la pista, de creer que todo sigue girando aunque sea mentira. El mundo esta quieto, me digo con sorna mientras acelero o me limpio el sudor. Muy quieto...
Y sí, llevas razón, en el fondo todo es cobardía. Todo gira en torno a eso: la cobardía febril, la más abyecta, la más pobre y ruín de todas, la del engaño, nuestro propio engaño consentido.
Mientras corro pienso en cosas tan dispares como la unión de las palabras "fugaz vistazo" y sus correteos silábicos y sonoros en mi cabeza tras salir escupida de la boca de una mulata en aquella cala perdida y escondida hasta para el viento. Pienso en la pureza al ver al padre en la ensenada enseñando a su hijo como clavar la lombriz en el anzuelo. Pienso en la república del Congo y en Eritrea al ver a los perros gordos casi siendo empujados por unos dueños más gordos que su propia desidia. Pienso en cuanto debieron de doler los tatuajes de la chica rubia que me cruzo, o en cuanto tardarían en sanar sus deudas con los hombres, que de bien seguro que las tuvo. Otras veces pienso en la mediocridad, en si poner lavadora de color o de blanco, en las estampidas de gente y en los borregos sin memoria. No se, son muchas cosas.
Dentro de mi cabeza resumo con afirmaciones y me extiendo en las negaciones. No es culpa mía, yo también soy parte de esa pandemia, de ese ejercito silencioso, de esa nueva generación de pesimistas con sombrero. Nos abundamos en los noes, nos cercenamos y nos amputamos todos los miembros, nos mutilamos hasta las sonrisas cuando de decir sies a boca grande se trata. Somos escuetos, concisos en la forma, más breves que la palabra momento.
Estoy loco, me digo, pero al momento otra idea me surca de nuevo la cabeza, y decido no parar, seguir corriendo. Me falta un poco el aire y los gemelos duelen. ¿Qué hago para cenar? Mañana voy a cambiar el mundo. Seré idota. A veces Björk está sobrevalorada, aún así mataría por haber creado Jóga.
Todo llega a su fin, pero donde yace el final del propio fin. Mi felicidad es disfrutar de querer encontrarla, me digo justo al dar la última zancada. Ya no hay tiempo para la decandencia, pienso mientras miro rápidamente hacia el cielo. Si eras malo haciendo resúmenes en tercero de E.G.B, no habrá mayor caos en tu vida, que la propia experiencia.
Llego al portal, ando los pocos metros que me separan del ascensor. Pulso el botón. Odio los tiempos muertos, odio estar acompañado en el ascensor y subir muchos pisos sin tener nada que hablar. Silbar, mirar a ninguna parte, al suelo, al marcador del número de piso en que se encuentra tu cuerpo, no tu mente.
Mi mente estaba en... ah sí, puede que esté equivocado y al fin y al cabo el mundo gire (al fin y al cabo, que expresión más triste...), puede que aunque sólo sea un poquito, gire, aunque solo sean unos cuantos grados de mierda. No lo digo por nada en particular, todo sigue siendo tan desolador y tan árido como siempre, con el mismo olor a restos de pescado y a llaves viejas.
¿Por qué? ¿Por qué cambio de idea? Buena pregunta, por lo tanto, mala respuesta: no se. Lo único que tengo claro es que más allá de cualquier divagación inconclusa llevo ya más de una hora pensando en esa pareja de niños sordos, en la manera en que gesticulaban los "te quieros", o los "vamos a tomar un batido de chocolate", quien demonios sabe lo que estaría diciendo, el hecho es que sus ojos no me engañaban: se amaban.
Y...no se (vuelvo a no saber), puede que hoy todo se haya empeñado en que vuelva a creer en el amor, en la esperanza, y en que todas esas jodidas mentiras le siguen dando cuerda al mundo.
domingo, 5 de julio de 2009
Los tipos simpáticos de mi secta.
Se ha paralizado un país entero por la gripe y aquí seguimos nosotros, irremediablemente expuestos a la verdad y a la vez tan escondidos de nosotros mismos que duele un poco, si me apuras, incluso nos escondemos de nuestras memorias, que acaba por entristecer más que por causar daño.
El mundo está lleno de paradojas, también de altibajos, meandros y callejones sin salida. Yo prefiero las curiosidades. Recuerdo la de los graznidos del pato que no producen eco, también recuerdo pensar en los cazadores perplejos al darse cuenta por primera vez, con su cara de asombro y la escopeta al hombro.
Hablando de curiosidades: somos tipos curiosos y miembros de esta secta indestructible, viviendo a nuestra jodida manera, la manera de siempre, la de todos los chicos solos con un bolígrafo en la mano y los pulmones llenos de estiercol.
Aquí todos llevan orquideas en los bolsillos por miedo al propio miedo. Para desatar las verguenzas propias de la belleza más pura uno solo se atreve a ponerse margaritas en el pelo y amapolas en la solapa. Nada de claveles, muchos menos rosas.
En nuestras reuniones solemos decir que si fueramos chicos guapos podríamos salir a follar solos y nos preocuparíamos de donde esconder los condones para que no se picaran y sin que dieran mucho el cante. Como sólo somos tipos simpáticos, hemos de conformarnos únicamente con beber solos, saber esperar acodados en cualquier esquina y fumar aguantando mucho el humo, como si al tragarlo dejara de existir.
Sombreros de paja, muchas cervezas frías, islas blancas y chicas sin bikini. Todos los tipos de nuestra secta han soñado con esto y han acabado conformándose con lo otro. Lo otro es la soledad del miedo y el recuerdo de cuando eramos otra cosa más joven, más menuda y sin tantas cosas en que pensar.
El mundo está lleno de paradojas, también de altibajos, meandros y callejones sin salida. Yo prefiero las curiosidades. Recuerdo la de los graznidos del pato que no producen eco, también recuerdo pensar en los cazadores perplejos al darse cuenta por primera vez, con su cara de asombro y la escopeta al hombro.
Hablando de curiosidades: somos tipos curiosos y miembros de esta secta indestructible, viviendo a nuestra jodida manera, la manera de siempre, la de todos los chicos solos con un bolígrafo en la mano y los pulmones llenos de estiercol.
Aquí todos llevan orquideas en los bolsillos por miedo al propio miedo. Para desatar las verguenzas propias de la belleza más pura uno solo se atreve a ponerse margaritas en el pelo y amapolas en la solapa. Nada de claveles, muchos menos rosas.
En nuestras reuniones solemos decir que si fueramos chicos guapos podríamos salir a follar solos y nos preocuparíamos de donde esconder los condones para que no se picaran y sin que dieran mucho el cante. Como sólo somos tipos simpáticos, hemos de conformarnos únicamente con beber solos, saber esperar acodados en cualquier esquina y fumar aguantando mucho el humo, como si al tragarlo dejara de existir.
Sombreros de paja, muchas cervezas frías, islas blancas y chicas sin bikini. Todos los tipos de nuestra secta han soñado con esto y han acabado conformándose con lo otro. Lo otro es la soledad del miedo y el recuerdo de cuando eramos otra cosa más joven, más menuda y sin tantas cosas en que pensar.
martes, 30 de junio de 2009
Rafting VS Caida libre.
Su espalda eran los portones del cielo. Sus pecas mi meditación, mi encierro, mi juego de parchis preferido. Posar uno a uno todos mis dedos, sobre, una a una, todos sus lunares: un alivio. Irme sin contar una a una sus pecas: un castigo.
Su cabello largo y reluciente como la sonrisa de un primer juguete simulaba una pirámide invertida. Un corte a capa diría mi peluquera, yo preferiría llamarlo una montaña de oro y plata clavada en la tierra del fuego, y no, no se trata de poesía , no es nada de eso; se trata de no resultar impreciso ni vagabundo en los designios del querer, de llamar a las cosas por su nombre y atribuir a cada vena el corazon que se merece.
Yo trepé como un chico sin miedo. En aquel, mi sueño, Si mirabas de lejos su cabello, todo parecía estar dispuesto para subir al cielo, trepar sin mirar al suelo, sin miedo a las corrientes de aire ni a las gaviotas que roban y picotean los sueños. Escalada de alto riesgo hasta la nuca, levitación de bajos fondos hasta el borde del abismo.
Trenza tras trenza, y con cada pelo suelto un kilate de oro y plata para mi zurrón. Mano tras mano, pie que adelanta a otro pie, y vuelta a empezar. Todo sea por pasar de la nuca y dejar de oler jazmines para empezar a oler a azahar. Una vez arriba pienso revolverme, tirarme y hacer snow en su coronilla, y justo cuando la ambrosía vaya alejándose de mis labios voy a coger carrera, muchísima carrerilla, desde la parte de atrás de su cabeza hasta la de alante. Voy a llegar a donde comienza su frente. No voy a mirar para abajo, lo juro. Voy a saltar sin más. Voy a deslizarme por el tobogán de su nariz y prometo no mirar sus ojos, no quiero arrepentirme, no quiero agarrarme a última hora a su flequillo, no voy a hacerlo, en serio, es que no quiero permanecer horas inmutable con brazos agarrotados, nada de rafting (odio pender de un hilo), nada de querer tocas sus lágrimas (odio las bebidas saladas), nada de besar sus ojeras y recordar aquel verano donde el morado fue nuestro color preferido, no quiero que me vea como un mono bobo con la mirada perdida preguntándose quizás quien demonios fue Darwin. No quiero atormentarme, dudar, cambiar de planes. Joder, yo lo único que quiero es lanzarme al vacío y caer en sus labios, permanecer allí muy poco, el tiempo justo de recordar su saliva, el tiempo exacto para juntarme el cuerpo de su pintalabios salmón preferido como si fuera after sun. Yo en el fondo lo que quiero es que me trage de una puta vez, que me quite la vida para siempre y que me ayude de una vez por todas a olvidarme de todo.
Su cabello largo y reluciente como la sonrisa de un primer juguete simulaba una pirámide invertida. Un corte a capa diría mi peluquera, yo preferiría llamarlo una montaña de oro y plata clavada en la tierra del fuego, y no, no se trata de poesía , no es nada de eso; se trata de no resultar impreciso ni vagabundo en los designios del querer, de llamar a las cosas por su nombre y atribuir a cada vena el corazon que se merece.
Yo trepé como un chico sin miedo. En aquel, mi sueño, Si mirabas de lejos su cabello, todo parecía estar dispuesto para subir al cielo, trepar sin mirar al suelo, sin miedo a las corrientes de aire ni a las gaviotas que roban y picotean los sueños. Escalada de alto riesgo hasta la nuca, levitación de bajos fondos hasta el borde del abismo.
Trenza tras trenza, y con cada pelo suelto un kilate de oro y plata para mi zurrón. Mano tras mano, pie que adelanta a otro pie, y vuelta a empezar. Todo sea por pasar de la nuca y dejar de oler jazmines para empezar a oler a azahar. Una vez arriba pienso revolverme, tirarme y hacer snow en su coronilla, y justo cuando la ambrosía vaya alejándose de mis labios voy a coger carrera, muchísima carrerilla, desde la parte de atrás de su cabeza hasta la de alante. Voy a llegar a donde comienza su frente. No voy a mirar para abajo, lo juro. Voy a saltar sin más. Voy a deslizarme por el tobogán de su nariz y prometo no mirar sus ojos, no quiero arrepentirme, no quiero agarrarme a última hora a su flequillo, no voy a hacerlo, en serio, es que no quiero permanecer horas inmutable con brazos agarrotados, nada de rafting (odio pender de un hilo), nada de querer tocas sus lágrimas (odio las bebidas saladas), nada de besar sus ojeras y recordar aquel verano donde el morado fue nuestro color preferido, no quiero que me vea como un mono bobo con la mirada perdida preguntándose quizás quien demonios fue Darwin. No quiero atormentarme, dudar, cambiar de planes. Joder, yo lo único que quiero es lanzarme al vacío y caer en sus labios, permanecer allí muy poco, el tiempo justo de recordar su saliva, el tiempo exacto para juntarme el cuerpo de su pintalabios salmón preferido como si fuera after sun. Yo en el fondo lo que quiero es que me trage de una puta vez, que me quite la vida para siempre y que me ayude de una vez por todas a olvidarme de todo.
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