miércoles, 12 de agosto de 2009

Oxalá, oxalá...

Oxalá desde el barrio de Alfama.

El Sol resbala por las pestañas color miel de Teresa como si se tratata de un niño revoltoso lanzándose por un tobogán. Se aferraba al marrón trigo de sus pómulos tostados, no quiere irse. La Luna es traición en cada cráter, la noche una puta sin ligueros.

A lo lejos, caras tristes como dos balas en el tobillo de una bailarina. Más cerca una guitarra y mucho más aún un ramo de flores que huele a la inocencia amoratada despeñada por el empedrado de la calle de la "Velha Chica". Nada volverá a ser como antes han escrito en la fachada de la casa de la señora Pontes.

Pianistas sin dinero apuestan sus dedos sobre una recia mesa de madera de roble, abren las manos, colocan las palmas hacia bajo sintiendo el frío y la certidumbre de que no tocarán a Bach como la última vez. Comienza el sonido del cuchillo clavándose de lleno: uno, dos, tres, cuatro y cinco, y vuelta a empezar. Comienza la ruleta, las apuestas, las risas, las pérdidas...

Un poco más arriba, desde donde tantos y tantos señalaron las galeras perderse en la neblina del atántico, los fados silabeados surgen de los labios cuarteados de aquellas mujeres que lloran al Tajo mientras tienden la ropa. Ellas jamás quisieron cambiar el mundo, tan sólo entenderlo.

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