lunes, 2 de noviembre de 2009

No a las armaduras.

Quién necesita armaduras cuando tienes unos buenos auriculares...

Aquí sólo quedamos unos cuántos niños prodigio en eso de amar a quemarropa y ser olvidados. Hemos pasado de ser el vértice de la pirámide de los sueños de algodón de azúcar, al vórtice de una espiral de dolor y abandono que se crea y procrea sobre si misma, aliméntandose de los restos románticos, de la basura sentimental ya podrida. Cada trozo de caricia que en realidad es un arañazo, cada beso no sentido, cada "te echaré de menos" forzado o inventado, se regenera, se convierte en un nuevo puñal, en un polvo vacío, en un adiós orgulloso y sin conciencia del abandono (quizás infringido) a la otra parte.
Ya nadie le importa a nadie. La única importancia es salir indemne y que nuestros glandes y las paredes de nuestras vaginas sean tratadas como si fuera el último día del universo. Después: adios. Y aunque nos creamos terriblemente a salvo, ya todo está empezado, ya nada volverá a ser como antes.
Pero me incluyo, hablo de nosotros, de tu y de mi, de aquel y de mi yo, y no, yo ya no quiero ser parte de eso, es más, creo que no lo soy (en cierta forma)...

Puede que hasta aquí no entiendas nada, pero qué me dices si me declaro, si nos declaro a esos pocos niños prodigio, como la última cadena del eslabón. Hemos pasado de estar en la cúspide a estar los últimos de la clase y no ver apenas la pizarra. Pero aún así queremos hacerlo lo mejor posible, queremos amar como si lo fueran a prohibir, estamos cansados del dolor pero seguimos proclives a la esperanza. No perdemos las ganas de luchar, seguimos viendo películas en blanco y negro y tomando apuntes.
Los demás han sido malacostumbrados, violados y salvajemente engañados por esa silenciosa ley autoinstaurada. Hablo de la ley que versa sobre ser más cabrón cuánto más daño recibas. La ley que te obliga a decir siempre en el primer encuentro "Soy hielo, soy témpano de acero y glaciar en mis yemas porque la vida me ha hecho así. He sufrido mucho por amor y no puedo arriesgarme a pasarlo mal. Aquí mi armadura".

Todo está podrido. Ellas lloran porque ellos ofrecieron algo más que una noche y se han marchado tras dar un número de móvil inventado. Ellos se esconden tremendamente apenados tras su mirada de gallito, con la impotente sensación en la boca del vientre después de haber sido utilizados, de haber sido uno más en la lista, de ser un número, nada especial. Y así, por unos por otros, la casa sin barrer. Y llega el momento en que dos vacíos se encuentran, y ambos lo saben, y se juran amor eterno, y te llamaré, y mañana cenamos, y al final llega el adios y ambos se van sonrientes, regodeándose del nuevo número en la lista mientras deboran la triste ciudad dormida, paso a paso, pérdida tras pérdida.
La plaga no para de extenderse, porque cada dolor causado es una armadura creada dispuesta a herir diez veces más, cada engaño es la semilla de diez mentiras aún más despiadadas...Ahora, si no me crees, sal a la calle, mira a los ojos directamente, intenta atravesar las púpilas por unas milésimas de segundo en esas miradas furtivas que se escapan mientras todos andamos hacia ningún lugar. Inténtalo como hacias antaño, rescatando ligeras sonrisas, retales de esperanza. Sal y busca los ojos de la gente locamente,de manera enferma intenta hacerlos tuyos, mirar más adentro, rozar la pureza.

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¿Ya? No me digas el resultado, lo conozco. Ahora sólo te suplico que cuando vuelvas a casa derrumbado no te dediques a sacarle brillo a una nueva armadura. Coge un poemario de Lorca o Neruda y lee, lee, lee hasta sangrar, porque solo así podrás unirte a nosotros al final de la clase. Y si no funciona, si sigues queriendo apuñalar a otra para rescatar tu propias vísceras, búscala, pero no seas cobarde, no elijas desconocidas, nada de víctimas inocentes. Me refiero a ella, todos tenemos una primera cicatriz, un primer nombre, un primer balazo con melena y apellidos. La causa del desastre. Búscala, llévala hacia ti y susúrrale "qué te follen" al oído, bien bajito...después colócate los auriculares y márchate, sin más, porque aun sin armadura ya ninguna flecha puede alcanzarte, ni siquiera sus besos.

viernes, 30 de octubre de 2009

Ancianos campos yermos, y el lago que riega el brote de mi cocorota.

Es triste darse cuenta de que ya no queda nada más por decir. Todo fue puesto sobre la mesa hace tiempo. Una partida terminada, bebidas caducas, agrias, aguadas; la mesa llena de polvo, e incluso algún hijo de puta se ha llevado las cartas con regodeo y donaire.
Es más desolador aún ser consciente de que no brotan más tallos nuevos aquí dentro cuando fuera no ha parado de llover en todo este tiempo. Y si me aprietas, más triste aún es ser consecuente con ello.
Aparejos de labranza oxidados, regaderas agujeradas. La mano de obra de estos yermos campos se rompió hace mucho las muñecas, y cuando todo se suponía ya en orden y recuperado para la nueva siembra, aparecen los botellines de cerveza, la desidia, la jacaranda y las guapas niñas con guitarra.
Cuando uno se aparta de la vida descocada, bien por azar o bien por fortuna (lo cual viene siendo la misma suerte), agarra un boli o empuña una espada (lo cual viene siendo igual de difícil), y se dispone a vomitarse o luchar contra el pasado (lo que acaba siendo igual de desperanzador), parece que un vendaval se hubiera llevado las piernas y dejado solo un tronco pensante e inamovible: medio jodido cuerpo que no para de pensar.
Y tras pensar y pensar en aquel lugar donde ya nada crece por mucho que riegues, te das cuenta de que todo se resume a una quema de rastrojos. Has de quemarlo todo con la violencia y la deshumanización propia del titere desamparado que quiero volver a saltar. Apartamos matas secas, amputamos aquí y allá, almacenamos restos de mimbre, trocitos de ayer. Todo a la puta hoguera.
Es por eso que he recortado y lanzando mis rizos al viento, sólo he dejado un alegre tirabuzón en la cocorota que brota como una plantita en una maceta enorme. Me da ese aspecto de perdedor al que las victorias no esperadas le sientan tan bien. La barba también se ha visto menguada, la agenda recortada. Parezco más joven, llevo menos peso a las espaldas, menos obligaciones autoinstauradas. Al carajo los lastres ¿y las anclas? Por fortuna las anclas las dejé todas en aquel lago en Finlandia.

sábado, 24 de octubre de 2009

Todos los días son domingo y nunca es primavera.

Viste como si todos los dias fueran domingo por la tarde, tacha los tres meses de primavera de todos los calendarios con un permanente rojo y siempre lleva "Poesías completas" de Rimbaud a cuestas, usándolo en cada parque como almohada.
Mira más lejos del cielo, más cerca del tiempo y siempre obtiene la misma respuesta: nadie, absolutamente nadie, sabe como acariciarle los dedos.

martes, 20 de octubre de 2009

El tren de las ideas siempre vuelve en otoño, a la misma hora, con las mismas hojas secas, arrugadas, deliciosamente tristes.

Uno mira atrás y se da cuenta de que la ociosidad le ha robado de la manera más asquerosa posible casi todo lo que tenía. A manos llenas, de manera premeditada, de noche y haciéndose pasar por tu amigo, con la puerta siempre abierta y las claves de la caja fuerte en el bolsillo.
Uno mira atrás y efectivamente ha perdido sangre, mucha sangre, pero todo es aún recuperable. Sólo moririamos si nos cortaran las manos y se llevaran todas las hojas en blanco del mundo, pero aún así nos quedaría la arena y la punta de la nariz. No, no pueden matarme.
Pero sigamos por donde iba, sí, quizás hubo demasiados quizás desde un tiempo a esta parte. Muchos galimatías, muchos laberintos para decir sólo una cosa que no se quería pronunciar: huir de uno mismo es una salvación del instante y un asesinato del futuro.
Ahora, con la semilla del letargo aún latente en las palmas de las manos, releo y releo y lo veo tan claro...siempre estuvo ahí y no me daba cuenta. De nada sirve refugiarse en las letras si sientes que cualquier tormenta puede acabar destrozando el techo.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Enemigas.

"Tu peor enemigo eres tu mismo"

Cuantas veces lo escuche y sin embargo...sin embargo que poco me lo he llegado a creer. Amigos que hablan sobre historias que no entienden, restos de alcohol y saliva endurecida saltando de un labio a otro, sílabas que se pierden, "bla bla bla" "qué le follen por el culo, no te merece, tú vales más que ella de aquí a Lima. Será zorra". Y otras tantas sílabas vuelven a perderse entre alguna que otra risa macabra y miada de incomprensión. Escucho lo que piensan "que jodido está. Ha de ser chungo eso de que te dejen estando completamente enamorado". Y la noche sigue, y la música no para, y sin embargo yo sólo la escucho a ella gimiéndome al oído, a mi corazón llamándola a gritos. Las copas corretean por la barra, el humo de cigarros enmascara ya a las tantas las miradas de incredulidad de toda esa gente que cree saber como me siento, y como hacer para que me sienta mejor. Ingénuos. Ya hasta la ginebra te da consejos, se proyecta sobre tus pasos, interioriza tu mierda, se pone en tu lugar y de tu lado. Hasta los gatos de madrugada saben que hacer para huir del asedio del miedo a quedarse solo. Ahora resulta aquí nadie llora y que todo el jodido mundo sabe de amor y de adioses. Hasta la vendedora de flores sabe de que se trata todo esto, y sin embargo...sin embargo los consejos valen menos que el chicle que siempre encuentras bajo la silla.

Nadie puede cambiarlo, sólo el tiempo, sólo la fiebre, la droga, los continentes nuevos y las canciones.

Las espirales fueron creadas para derrotarse a si mismas por la propia proyección de su fuerza, a consumirse por aburrimiento, por la exponencial desidia de su propia apariencia.

Ella es mi espiral. Ella es mi miedo. Ella es mi peor enemigo. Y cuando se vaya del todo y venga otra, sera ella con otro rostro, pero al fin y al cabo, ella. Eso si lo tengo claro y lo repito hasta que me duele la garganta de manera compulsiva. Ella y sólo ella, ella y su vientre de azúcar, ella y su patitas como palos de golf, ella y sus mofletes de pan, y sus cabellos como nenúfares, y su piel como un lodazal, y su sexo como una garganta almohadillada del mejor cuero.

No existen productos, no hay medicina, planta o engaño capaz de hacerme afrontar la lixiviación de mi alma, la amputación del miembro non-sano, es decir el pecho hendido, el corazón rendido.

Su piel más rijosa que sus ojos, o sus ojos más centelleantes que sus muslos, o por qué no, sus muslos más sudorosos que su pulso. Y en este vesánico miedo donde la sardonia se apodera de esta pobre sonrisa incoherente, yo rezumo piel de sus labios, saliva de su cuello; y mientras tanto ya queda menos para que se apague la espiral, para dejar de echarla de menos.

jueves, 27 de agosto de 2009

El poder de la piel.

Todo ha resultado al revés y sin embargo me encanta. Hemos removido decenas de ruidos, millones de partículas de mezcalina y jirones de piel, todo por el mero hecho de sentirnos menos hueros, menos frágiles, más acompañados y de la mano. Mis pantalones y tu falda se han manchado con la misma arena, se han bañado con el mismo sudor, se han quitado con los mismos dientes pero en diferentes bocas. Desde aquel día en que supe que nuestras pieles eran piezas de un mismo puzzle, todo ha sido como lamer sandía o escuchar bossanovas en la azotea.

Hemos hecho lo típico: te he llevado a casa; hemos follado a la luz de la luna o al romper el alba; hemos hablado del pasado; hemos discutido sobre Almodóvar; te he hecho sudar con las manos; hemos escuchado Damien Rice a 130 por hora, y sin embargo no hemos comido un helado ni establecido protocolos de actuación por si alguno decide marcharse por la salida de emergencia.

Pienso y repienso en aquella noche. Tropezarnos fue algo tan causal como las ganas que he tenido de llamarte luego. Aquel día nos miramos como si fueramos los únicos con gafas de buceo en el lugar. La gente en derredor no reparó en todo lo que nos dijimos con las pestañas, en todos los secretos que en tan solo un chasquido de dedos se espachurraban ya en nuestros bolsillos. Aquel desierto de cuerpos no reparaba en que nosotros andábamos sembrando momentos con las yemas de los dedos.

Nadando en borbotones de sudor frío a diez metros bajo tierra, a doscientos metros sobre el nivel del mar, no importa: volvimos a mirarnos para no devolvernos los ojos, fotografiamos perfiles en sepia y hemos jurado no aplicarles color ni aun sirviendo como antiinflamatorio del olvido.

A partir de ese momento nos hemos sabido diferentes, distanciables, prescindibles pero sin embargo el recuerdo de la carne, el poder de la piel, el sabor del músculo mordido, siempre acaba llamando a la puerta, pidiendo paso atropellado, tirando al suelo todos los platos de la cocina.

Decir adios es suicidar nuestras propias visceras, por eso te riño comiéndote la boca cuando quieres marchar con tan solo un pie mientras con el otro permaneces dibujando nuestras iniciales en la arena. Decídete, haz así que me decida. ¿No crees que nos hemos engañado bastante?

Señorita, siento decirle que a estas alturas luchar contra la piel ya no sirve de nada...

miércoles, 12 de agosto de 2009

Oxalá, oxalá...

Oxalá desde el barrio de Alfama.

El Sol resbala por las pestañas color miel de Teresa como si se tratata de un niño revoltoso lanzándose por un tobogán. Se aferraba al marrón trigo de sus pómulos tostados, no quiere irse. La Luna es traición en cada cráter, la noche una puta sin ligueros.

A lo lejos, caras tristes como dos balas en el tobillo de una bailarina. Más cerca una guitarra y mucho más aún un ramo de flores que huele a la inocencia amoratada despeñada por el empedrado de la calle de la "Velha Chica". Nada volverá a ser como antes han escrito en la fachada de la casa de la señora Pontes.

Pianistas sin dinero apuestan sus dedos sobre una recia mesa de madera de roble, abren las manos, colocan las palmas hacia bajo sintiendo el frío y la certidumbre de que no tocarán a Bach como la última vez. Comienza el sonido del cuchillo clavándose de lleno: uno, dos, tres, cuatro y cinco, y vuelta a empezar. Comienza la ruleta, las apuestas, las risas, las pérdidas...

Un poco más arriba, desde donde tantos y tantos señalaron las galeras perderse en la neblina del atántico, los fados silabeados surgen de los labios cuarteados de aquellas mujeres que lloran al Tajo mientras tienden la ropa. Ellas jamás quisieron cambiar el mundo, tan sólo entenderlo.