martes, 20 de octubre de 2009

El tren de las ideas siempre vuelve en otoño, a la misma hora, con las mismas hojas secas, arrugadas, deliciosamente tristes.

Uno mira atrás y se da cuenta de que la ociosidad le ha robado de la manera más asquerosa posible casi todo lo que tenía. A manos llenas, de manera premeditada, de noche y haciéndose pasar por tu amigo, con la puerta siempre abierta y las claves de la caja fuerte en el bolsillo.
Uno mira atrás y efectivamente ha perdido sangre, mucha sangre, pero todo es aún recuperable. Sólo moririamos si nos cortaran las manos y se llevaran todas las hojas en blanco del mundo, pero aún así nos quedaría la arena y la punta de la nariz. No, no pueden matarme.
Pero sigamos por donde iba, sí, quizás hubo demasiados quizás desde un tiempo a esta parte. Muchos galimatías, muchos laberintos para decir sólo una cosa que no se quería pronunciar: huir de uno mismo es una salvación del instante y un asesinato del futuro.
Ahora, con la semilla del letargo aún latente en las palmas de las manos, releo y releo y lo veo tan claro...siempre estuvo ahí y no me daba cuenta. De nada sirve refugiarse en las letras si sientes que cualquier tormenta puede acabar destrozando el techo.

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