jueves, 9 de junio de 2011

Alemanas de brazos tatuados que no dicen adiós después de follarte de manera impune

Todo era raro alrededor.
Olor a sudor, a gangrena, a sexo anal y a minas de azufre.
Todo, absolutamente todo, lleno de ese sabor a dolor salado como cuando lames un cuchillo jamonero.
Sangre en-cerrada en compartimentos estancos de humo. Alcohol de graduación elevada casi tanto como tus expectativas hacia lo que pudo ser y no fue.
Maniquíes que fueron fotos, ahora son vacío lunar.
Un cuaderno de sudokus a medio terminar, pasatiempos, sopas de letras con la tapa llena de polvo. Un lápiz Staedtler sin punta y un trozo de papel higiénico que tiene como dueño una eyaculación usada como anestésico o como amnésico (ambas cosas sirven).
Es delgada la línea que separa al hombre latente del objeto plástico.

¿Por qué mientes? o acaso debería preguntar por qué ignoras a la verdad adrede mirando a los ojos de quien te toca los huesos.
La truculencia de tu juego de mujer enseñando muslo y la parte oscura del pulmón.
Hay veces en que a uno sólo le queda la violencia sentimental cuando ya el silencio autoinstaurado no da más de sí y no funciona.

Desparramados sonoros. Truculencia de tu libido púbica.

Tropiezo con la pata del sofá. Golpe con la esquina de la mesa. Se rompe un plato, que a su vez rompe un vaso, que a su vez raja una muñeca que sirve de excusa para desangrar un corazón.

Sin utensilios útiles para seguir adelante. El orgullo no sirve, tampoco los muebles, las fotos o la lamentación, menos aún los zapatos. Nadie excepto su vuelta puede hacerte andar, propulsarte adelante de cualquier forma: hablo de arrastrar cuerpos propios, arañar el suelo, hacer de las rodillas los tobillos.

A Hugh Hefner le hubieran dado ganas de despeñarse al vacío. A ti, sin embargo, sólo te dan ganas de matar al mundo con un ejemplar de "Las teorías salvajes", de pensar peligrosamente para no crear nada bueno y mucho por recordar. De follar tiestos y de lanzar macetas, de tocar la herida de guerra de un halcón apartando plumas, de meter los dedos hasta el fondo de un coño en la barahúnda de un festival de electrónica y MDMA.

Una aventura sexual con tatuajes en los brazos: motivos japoneses y frases en alemán.
Un cabello rubio que no para de hablar de "Wittgenstein" y los siete aforismos de Tractatus. Sonrisa de trapecista confiado.
Su enorme teta derecha poseyéndolo todo, hasta tu ejemplar de "Los hermanos Kazamarov" en la mesilla de noche.

Imágenes sesgadas.

"Gold Panda".

Sólo recuerdo que no he de recordar.

Maldito ron. Malditos humanos. Malditas pecas. Maldito yo y mi sino...


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