lunes, 16 de mayo de 2011

Días de alergia.

Una mañana te levantas sin resaca y sin sentirte siquiera parcialmente cansado. Por tu cabeza, mientras te incorporas y anclas tus chanclas con el hueco del dedo gordo como eje, pasan de manera atropellada todos y cada uno de los libros que te hicieron adicto al café, a las mujeres y al olvido.

"Todo acaba por empezar", que decía el final de aquel libro extraño de segunda mano.

Ludovico toca Dolce Droga y los días de alergia se extienden como el fuego entre los matorrales secos de un monte andaluz. Una sensación de sopor, asfixia y aire encerrado en un microondas.

Sales a la calle con los bolsillos llenos de paquetes de pañuelos porque aún te queda dignidad para no llevar una máscara. Miras a las cumbres heladas allá a lo lejos mientras todo el mundo se cuece aquí entre sus deudas y sus perversiones.

"Todo acaba por empezar hasta que ellas te terminan" que decía aquella nota guardada en un cajón de una mesilla de noche de un piso de una ciudad de un mundo cualquiera.

Respiras con dificultad uno de esos días, a priori lúcidos, en que pretendías comerte el mundo. Y es que amigo mio, no hay mayor alergia que la de un perfume de mujer.

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