miércoles, 27 de octubre de 2010

Grundle, gooch, gouch, gleek

Despierto supongo, con la misma sensación de torpeza que un elefante tras ser sedado con un dardo. Mi cabeza parece querer expandirse y no encontrar más surcos cerebrales, ni recovecos donde aposentar su mierda neuronal inflamada. Somníferos, Tranxilium 50, o también llamados panteritas rosas, y auténtica ginebra Seagrams con 1724 Tonic water: mezcla brutal.

Tumbado en un sofá de cuero beige, desnudo, mi cuerpo pegajoso de verano hace el sonido de una ventosa cuando me desperezo. Estoy anquilosado parcialmente por mi vientre y el lateral derecho de mis undécima y duodécima costilla.
Un sonido de algodón de azúcar fluye por aquella estancia completamente blanca de techos tan altos que la lámpara central parece un orgía de cometas destelleantes. Aquel lugar es enorme pero a la vez de una pureza asfixiante que parece arinconarte las sienes.
Contengo una arcada, ahora me pica la garganta.
El orificio de mi ano molesta ligeramente, pero la zona que lo une a los testículos, esa que los ingleses llaman grundle, gooch, gouch o gleek (siempre me fascinaron estos jodidos anglosajones y sus suministros verbales) y que nosotros de manera devastadoramente sosa y locuaz llamamos perineo, parece ser taladrada con saña mediante un sacacorchos de frío acero.
Ahoa ahogo un grito, me suda la coronilla hasta el punto de resbalarme los pensamientos hasta el pecho.
Frente a mi, una chica asiática toca el piano. Permanece desnuda, presumo, pues el piano desde mi posición cubre casi todo su cuerpo menos su pechos y sus piernas gasta las rodillas. Creo que es una pieza no muy conocida de Satie, pero para este inculto oído bien podría ser una pieza de carne o de pasado.
Por un momento parece que no estuviera allí. El sonido del sofá al moverme se enmascara con las notas procedentes de sus dedos. Ella toca con los ojos cerrados. Huele a tabaco. Tras los grandes ventanales abiertos de par en par se ven unas laderas de roca. Estoy en el fin del mundo me digo.
Decido girarme y colocar mis pies en alto mientras coloco mi cabeza casi tocando el suelo para mirarle la entre pierna escondida que me oculta aquel gigante y negro mastodonte sonoro.
Completo el giro. Una especie de ansia voraz se apodera de mi mandíbula y mis maseteros en tensión aprietan los dientes chasqueando como esas trituradoras del grifo de toda cocina americana tras intriducirle un brazo humano que no ha hecho la comunión.
Abro los ojos con vehemencia. Un frontispicio de asombro se planta ante mi cara. Cierro, abro, cierro, abro, cierro con fuerza cuento hasta tres, abro los ojos con desesperación y los mantengo allí sin pestañear durante un tiempo biológico improbable. Me lloran como mecanismo reflejo, están secos. No los cierro más...Ojiplático comienzo a llorar, esta vez de manera voluntaria. Ahora toca Clair de Lune, esta si la reconozco...
Un pene de proporciones enormes descansa bajo el teclado del piano.

6 comentarios:

  1. una orgía de cometas destelleantes

    (me cuesta salir de las escenas a las que me llevan tus letras, Doctor)

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  2. Faaaaaascinante, si señor.
    Le sigo a usted y a sus causalidades.

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  3. Joder, buenísimo.
    Pero buenísimo.

    Me ha encantado.

    Estoy enganchadísima.

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  4. Gracias por tomaros el tiempo de leerme.

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  5. Gracias por comentar.
    Prefiero las clavículas :)

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