lunes, 5 de abril de 2010

Papito y Mama Juana.

En esta casa se escuchan los sonidos de revueltas y se huelen las pistolas como jamás antes habría imaginado. Todo está caído, manga por hombro, lamiendo el suelo. Mama Juana no puede hacer nada para arreglarlo. Las cosas, al fin y al cabo, siempre acaban cayéndose, a veces incluso mucho más allá del suelo.

Calaveras y diablitos.
Desiertos de tez morena.
Sangre de sandías y caramelos de higuera.
El guacamole mancha las barbas de la tierra,
la lima y el cilantro retuercen nuestras lenguas.




Tu gramola suena rasgada,

me encantan los discos viejos,
los besos viejos, los vinos viejos, los muebles viejos, los recuerdos viejos, y los niños que hablan como viejos.

Aquí la gente se ha olvidado del amor y
con insistencia le rezan a la muerte.
Las arenas del desierto traen sombreros bien anchotes,
sonidos de pistolas, olor a pólvora y a coca,
sabores de Arizona.

¿por qué te aderezas tan guapa,
por qué sigues llevando pistolas?

Calle Milagros exhala un vaho ardiente.
Papito y Mama Juana, dos sexos sin dientes.

Granadas, piruletas, tomateras....

Porque ningún poeta nuevo es solamente poeta. Es sólo un triste e inmaculado vestido de domingo. Sólo existen poetas nuevos de entretiempo, como chaquetas a las que no se le da uso. Poetas que escriben para llenarse el estómago con ligeros sneak entre comidas. Y yo me uno a ellos, cuando el estómago llama y no queda amor en la nevera: poemas, poemas, poemas sin alma.

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Huellas