viernes, 30 de octubre de 2009

Ancianos campos yermos, y el lago que riega el brote de mi cocorota.

Es triste darse cuenta de que ya no queda nada más por decir. Todo fue puesto sobre la mesa hace tiempo. Una partida terminada, bebidas caducas, agrias, aguadas; la mesa llena de polvo, e incluso algún hijo de puta se ha llevado las cartas con regodeo y donaire.
Es más desolador aún ser consciente de que no brotan más tallos nuevos aquí dentro cuando fuera no ha parado de llover en todo este tiempo. Y si me aprietas, más triste aún es ser consecuente con ello.
Aparejos de labranza oxidados, regaderas agujeradas. La mano de obra de estos yermos campos se rompió hace mucho las muñecas, y cuando todo se suponía ya en orden y recuperado para la nueva siembra, aparecen los botellines de cerveza, la desidia, la jacaranda y las guapas niñas con guitarra.
Cuando uno se aparta de la vida descocada, bien por azar o bien por fortuna (lo cual viene siendo la misma suerte), agarra un boli o empuña una espada (lo cual viene siendo igual de difícil), y se dispone a vomitarse o luchar contra el pasado (lo que acaba siendo igual de desperanzador), parece que un vendaval se hubiera llevado las piernas y dejado solo un tronco pensante e inamovible: medio jodido cuerpo que no para de pensar.
Y tras pensar y pensar en aquel lugar donde ya nada crece por mucho que riegues, te das cuenta de que todo se resume a una quema de rastrojos. Has de quemarlo todo con la violencia y la deshumanización propia del titere desamparado que quiero volver a saltar. Apartamos matas secas, amputamos aquí y allá, almacenamos restos de mimbre, trocitos de ayer. Todo a la puta hoguera.
Es por eso que he recortado y lanzando mis rizos al viento, sólo he dejado un alegre tirabuzón en la cocorota que brota como una plantita en una maceta enorme. Me da ese aspecto de perdedor al que las victorias no esperadas le sientan tan bien. La barba también se ha visto menguada, la agenda recortada. Parezco más joven, llevo menos peso a las espaldas, menos obligaciones autoinstauradas. Al carajo los lastres ¿y las anclas? Por fortuna las anclas las dejé todas en aquel lago en Finlandia.

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Huellas