sábado, 29 de octubre de 2011

Los refugios del vino

Renuente a beber por que el destino pasa de ser caprichoso a hijo de puta cuando nadas en vino. Pero aún así siempre hay un motivo que lleva tus labios al rojo. Él de esta noche, sólo mi polla y yo lo sabemos.

viernes, 28 de octubre de 2011

Nube

Avanzan las nubes como un todo de nieve y luna blanca. Avanzan imparables sumergiendo la ciudad. Ni el Sol ni todos los enamorados de la ciudad pueden impedirlo. Lentas como un tropel de formas de leche continúan aplastando los azules del cielo. Y al mirarlas fijamente, con el detenimiento de un niño que descubre por primera vez la plastilina, a uno le entran ganas de comer helado a carretillas, de mancharse, de dejar atrás el ruido, las coces, el gris y el coche.

Las nubes abandonan la ciudad como un ejercito de togas romanas. El cielo está ya despejado. Las fuentes siguen funcionando, los semáforos cambian de color, los restos de comida rápida en la acera, sonidos de grúas, unos jardineros contando chistes...

La vida sigue por aquí abajo, no sabemos por cuanto tiempo de manera tan puta... Y quizás no valga creerse un niño, ni dejar la mente en blanco al sumergirse en las nubes, pero es una bonita trampa, y no hace daño ni miente a nadie, bueno, quizás sí, quizás nos mintamos a nosotros mismos.

viernes, 21 de octubre de 2011

Vida endecasílaba

Un viejo loco me dijo que hiciera de cada momento de mi vida un acto poético sublime.

Desde entonces llamo en versos y olvido en prosas.
Poemarios para comernos la boca sin nudos ni trenzas, por el mero abrazo de la saliva.
Da igual que llueva o truene, o caigan bombas o haga frío afuera.
Las girafas seguirán viendo las cosas antes que todos nosotros, los elefantes seguirán deseando el sigilo.
Poesía del andar, del olvidar, del beberte y de las tardes de domingo diciendo adiós a través del frío cristal de la ventanilla del bus.

Cada acto un heroicismo sentimental.
Cada mirada un fotograma en la vena.


Poemas con cerveza en esta vida traicionera y endecasílaba.

sábado, 15 de octubre de 2011

Cactus

Como una garganta ahogada en flamenco y sudor, mis venas se estiran y se retuercen en un amasijo de hierros con forma de candado, y mientras llega el otoño con todas sus cosas secas y su melancolía del brazo, te sigo recordando como ese precioso nido de búhos mudos y vigilantes que fuiste en mi azotea. Mirándome por dentro hasta las sienes, jamás hablabas, ni siquiera cuando se trataba de llorar.

Por aquí todo sigue igual, todo lleno de palmas de caña. Sólo cambia la dirección del viento y el valor del dinero pero no deja de oler a Sur y a lo que huele la cerveza muy fría cuando sopla levante y hace mucha pero que mucha caló.

Tus bragas, tu guitarra, tus sandalias de cuero y mi corazón lleno de cayos y llagas. Mi corazón derramándose a la rastra como un burro con cáncer de huesos. Mi corazón, tu padrastro favorito, ese que siempre mordías... No hay cabida para más en el trastero.

No puedo parar de viajar al salón durante la siesta sin ponerme el casco, porque me gusta el riesgo, porque quiero que se me caigan todos los recuerdos encima.

Y no voy a apuntalar estanterías, ni frases, ni "me dijiste que...".

Nada puede echar raíces ya en esta tierra yerma y circunscrita únicamente al riego de tu vena principal.

Nada.

Y que no suene triste pero si impotente.

Que no quiero sonar a fandango, repito, si digo que ya no estoy preparado para escribir de fuera hacia dentro, y que se me rebosan las cosas en los dedos y que soy realista al darme cuenta de que soy un buque tocado por un beso de fuego.

Definitivamente he perdido el rumbo, la suerte, mi suerte, jugando a las canicas y pretendiendo ser mayor.

Y ahora que no hay agua fría en la nevera,ni güisqui en el salón, siento que quiero vivir rodeado de plantas y regar toda la arena del mundo, aunque sea mal llorando. Pero a la vez soy consciente de que sólo podría mantener con vida a un cactus, un pequeño cactus que nada exige excepto el Sol...

lunes, 10 de octubre de 2011

Mujeres, peceras, macetas

Las mujeres se van, los peces se mueren, las plantas se marchitan. Tras decir adiós infinidad de veces en estaciones de tren, en aeropuertos, en zonas de fumadores de cafés antiguos y puertas de teatros y cines. Tras limpiar peceras, recoger algas nuevas, y comprar pequeños buzos de juguete con escafandras a lo Julio Verne. Tras cambiar tiestos, mezclar arenas, regar incluso con lágrimas y buscar nuevas y buenas sombras. Tras toda esta parafernalia, tras todo este triste ritual, siempre llego a la lapidaria conclusión de que no puedo depender de nada y a su vez nada puede depender de mi.
Amanecen días grises entonces, días en que no para de llover y yo me quito las ideas de encima y decido que es mejor dejarlas marchar, sí, a las mujeres, y que las peceras hay que vaciarlas y quizás llenarlas de flores, y que las macetas se pueden llenar de olvidos, de cenizas de lo que quemamos para que no nos huelan los armarios, ni los bolsillos, ni los cajones, ni los adentros. Y que podemos lanzarlas, lejos, las macetas, claro. Y que si nos jode ver flores, lancemos también las peceras por la ventana. Y que si nos jode ver mujeres, o mejor dicho, verlas marchar, simplemente les escribamos como hoy, como si lo fueran a leer, como si todavía existieran en nuestros dedos...

jueves, 6 de octubre de 2011

Qué más da

Un hombre se levanta cualquier día a cualquier hora y de repente al levantar la persiana siente unas ganas enormes de llorar, pero no está triste.
Ese mismo hombre, se va a comprar fruta y en la cola siente que necesita explosionar de manera nuclear sobre el pecho de otra persona cuyo calor amortigüe todo lo que él ha de donarle al mundo antes de marcharse.
Tras comprar unos cuantos plátanos, un kilo de naranjas y unas manzanas; vuelve a casa; pone un buen disco; se tumba; mira el techo.

Las ganas de llorar no desaparecen. Las ganas de explotar aumentan.

Decide entonces hacerle saber a todo el mundo que quiere, que realmente los quiere. Mails, mensajes, cartas y una llamada...

"Estoy aquí, jamás me fuí, quiero llorar de alegría pero no puedo, me falta algo, me falta alguien, creo que me falta un perdón tan grande como tu mano en mi hombro"

Y tras esto, cuelga. No espera respuesta, Ha escuchado el aliento. Sabe que ese perdón ya existe.

El hombre prueba ahora a hacer un batido de frutas, pero los plátanos están demasiado maduros. Decide bajar para cambiárselos al frutero. Sale del bloque. Cruza la carretera. Un hijo de puta va demasiado rápido para este mundo. Le pasa literalmente por encima dejándolo irreconocible.

Mi moraleja es que yo era ese tipo hoy pero no he ido a por fruta. Mi moraleja también podría ser que hoy he pedido perdón a varias personas y me siento en paz y odio las motos que corren demasiado y hacen aún más ruído. Mi moraleja es que estoy seguro de que la tía de esta historia no perdonó al tipo que inventé, porque en la vida real hay días grises para unos y tostados para otros, pero da la puta casualidad de que no nos solemos poner de acuerdo en los colores. Y si en mi moraleja final la mujer no lo perdona, pero él cree que lo perdona, qué más da...Un idiota feliz más, un problema menos.