martes, 30 de junio de 2009

Rafting VS Caida libre.

Su espalda eran los portones del cielo. Sus pecas mi meditación, mi encierro, mi juego de parchis preferido. Posar uno a uno todos mis dedos, sobre, una a una, todos sus lunares: un alivio. Irme sin contar una a una sus pecas: un castigo.

Su cabello largo y reluciente como la sonrisa de un primer juguete simulaba una pirámide invertida. Un corte a capa diría mi peluquera, yo preferiría llamarlo una montaña de oro y plata clavada en la tierra del fuego, y no, no se trata de poesía , no es nada de eso; se trata de no resultar impreciso ni vagabundo en los designios del querer, de llamar a las cosas por su nombre y atribuir a cada vena el corazon que se merece.

Yo trepé como un chico sin miedo. En aquel, mi sueño, Si mirabas de lejos su cabello, todo parecía estar dispuesto para subir al cielo, trepar sin mirar al suelo, sin miedo a las corrientes de aire ni a las gaviotas que roban y picotean los sueños. Escalada de alto riesgo hasta la nuca, levitación de bajos fondos hasta el borde del abismo.
Trenza tras trenza, y con cada pelo suelto un kilate de oro y plata para mi zurrón. Mano tras mano, pie que adelanta a otro pie, y vuelta a empezar. Todo sea por pasar de la nuca y dejar de oler jazmines para empezar a oler a azahar. Una vez arriba pienso revolverme, tirarme y hacer snow en su coronilla, y justo cuando la ambrosía vaya alejándose de mis labios voy a coger carrera, muchísima carrerilla, desde la parte de atrás de su cabeza hasta la de alante. Voy a llegar a donde comienza su frente. No voy a mirar para abajo, lo juro. Voy a saltar sin más. Voy a deslizarme por el tobogán de su nariz y prometo no mirar sus ojos, no quiero arrepentirme, no quiero agarrarme a última hora a su flequillo, no voy a hacerlo, en serio, es que no quiero permanecer horas inmutable con brazos agarrotados, nada de rafting (odio pender de un hilo), nada de querer tocas sus lágrimas (odio las bebidas saladas), nada de besar sus ojeras y recordar aquel verano donde el morado fue nuestro color preferido, no quiero que me vea como un mono bobo con la mirada perdida preguntándose quizás quien demonios fue Darwin. No quiero atormentarme, dudar, cambiar de planes. Joder, yo lo único que quiero es lanzarme al vacío y caer en sus labios, permanecer allí muy poco, el tiempo justo de recordar su saliva, el tiempo exacto para juntarme el cuerpo de su pintalabios salmón preferido como si fuera after sun. Yo en el fondo lo que quiero es que me trage de una puta vez, que me quite la vida para siempre y que me ayude de una vez por todas a olvidarme de todo.

viernes, 26 de junio de 2009

Sí, estoy viva.

Entre Portishead y Cat Power siempre hay un lugar para las chicas menudas y con alma de cuscurro de panm o con carita de zanahoria. No me preguntes por qué supe que era frágil, simplemente era algo que estaba ahí esperando a ser descubierto. Puedes leer chino o húngaro que es la segunda lengua más difícil de planeta, pero eso es porque no me andas leyendo entre líneas. Yo hablo de casualidades y ganas de amar de distintos cuerpos, todo en la misma frase pero en distintos párrafos. Curioso, ¿cierto?

Sensible como desplazar las yemas de los dedos sobre un poema en braille del mismísimo José Hierro. Algunos se atrevieron a defenestrarla por demasiado líquida, otros no la quisieron por demasiado salada en días de Club Disney en telecinco, otros por demasiado dulce en los parques. Ninguno tenía ni puta idea de lo que es inconformarse con sin razón.

Esa chica es inconforme, es incompleta por poco tiempo, es impaciente, acariciable, inconclusa solo hasta que le saca brillo a sus ganas de perderse. Ella aún no sabe que sabe todo lo básico sobre la tierra que pisa y el mar que avista a lo lejos. Sólo le queda perfeccionar sus saltos, acicalar sus alas, quitarse las plumas que no sirven y cortarse todos y cada uno de los prqueños lastres que de manera alguna le impiden despegar, y que curiosamente yacen anclados en su cadera, el lugar más convulso que me imagino de ella, aparte de su vientre, claro está.

Cuando aprendía ecuaciones de primer grado nunca levantaba la mano en clase para preguntar por qué X y no M que a ella le gustaba más. Todo se lo debe a "Los Piratas", hasta las ganas de tener 11 dedos y un vertedero donde amilanarse entre los restos de algodón sangrante. Ahora ella siempre levanta la mano, hasta en el metro, hasta en la cola de los conciertos o en los escaparates de las librerías. Pregunta al cielo. Nadie responde, no le hace falta. Se tiene a ella misma y eso es tan importante que no le quedan ni ganas de llorar. Es feliz, ¿quién da más?

domingo, 21 de junio de 2009

Woman Ironing. Pablo Picasso.1904.

Debe de ser brutal trabajar en este lugar, me pregunté al verla. Ella permanecía aparentemente inmutable. Quieta y solemne como un lago finés. Su rostro, una lápida de marmol de un blanco cuasi perfecto que apenas se movía, ni un ligero rastro de humanidad. Era como un trozo de hielo del lago más frío del mundo en pleno invierno estepario cubriendo todos y cada uno de los cuerpos de los hombres más cobardes que jamás existieron, era todas las llaves del mundo en mismo manojo, todos las camisas de fuerza de todos los manicomios estadounidenses de los años cincuenta sobre un mismo cuerpo. Ella era un cerrojo, pero sus ojos no podían engañarme.

Todo se trata de cuadros y viajes al pasado o vueltas al presente, para quien a estas alturas ya ande perdido. "Woman Ironing" de Picasso y yo allí sentado y perdido, perdido en un museo, perdido en la ciudad de los rascacielos y las zapatillas con traje de chaqueta, del crack y los tipos vendiendo vicodina a las puertas de los Mcdonalds 24 horas. Y me encontré, créanme que lo hice. Y fue delante de sus ojos. Fue un reencuentro delante de aquel cuadro que me enseñó los significados de la palabra "belleza", "desesperanza" y "adios". Picasso me rozó el flequillo o me ofreció un chute de heroína. Aquella chica eso también lo vió, pero no quiso decirme nada, ni yo a ella.
Volviendo a lo de antes, (aunque no creo que me haya alejado demasiado) sí, sin duda debe ser brutal. No me refiero a las largas horas de pie delante de aquellos cuadros que jamás cambian, a pasear entre murmullos y silencios, a llamar la atención por el uso del flash en las fotos y por que uno se acerca demasiado a un cuadro o habla despóticamente por el móvil. No hablo de toda esa gente que pasa sin decir buenos días, que se marcha y que seguramente jamás volverá y para los que no eres más que una estatua con una placa identificativa. Nadie reparará a ver que te llamas Hilda Santos y mucho menos a imaginar que tus padres son puertoriqueños o quizás mejicanos. Nadie escribirá sobre ti ni fantaseará soñando que te gustan Cocorosie y subir a la azotea en días de lluvia para ver los rayos. Nadie será nada más que dos ojos.

¿Qué habrá sentido al ver mis ojos casi llorosos mientras miraba ese cuadro? ¿Habrá tocado mi emoción, mi alma, mis deseos? ¿Habrá reparado quizás en mis muecas indecisas, en mi bolígrafo miedoso cuando las ideas me asaltan de repente y emocionado no se que escribir primero? Su rostro me dice que soy uno más de esos que se marchan recordando sólo a Picasso. Sus ojos, sin embargo, me dicen que efectivamente se llama Hilda Santos, que vive en la 127 west con Broadway, que le encantaría ser astronauta y que su mayor pasión es sentirse viva mirando los ojos de la gente como yo.